La única riqueza esencial

El artista José Antonio Santocildes y la escritora Nuria Crespo nos sorprenden con esta danza mágica que surge entre el dibujo y el texto, entre los trazos y las palabras, para que todos podamos disfrutar cada semana de esta peculiar colaboración

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05/10/2025
 Actualizado a 05/10/2025
La única riqueza esencial. | LNC
La única riqueza esencial. | LNC

En tu mundo, en mi mundo, los hilos y retazos de nuestros sueños, ambiciones e incluso el amor, se funden con la perenne fragilidad del tiempo. Pero nada de esto sería posible sin un elemento en común que todo lo sustenta: la SALUD.

Esa palabra que solamente entra en nuestra vida cuando la enfermedad entra por la puerta, esa palabra que apenas tenemos en cuenta si no la perdemos. En momentos de quietud nos preguntamos con relativa frecuencia qué es lo más importante de la vida. Algunos dirán que el amor en cualquiera de sus formas; otros se decantarán por el éxito, esa cima que todos queremos alcanzar; y algunos apostarán por la libertad, para alzar el vuelo sin ataduras. Sin embargo, muy en el fondo del corazón hay un rincón silencioso donde la verdad se desnuda y nos dice que nada de eso tiene sentido, que nada de eso tiene valor si carecemos de la base primordial sobre la que todo lo demás florece y sobre la que nuestra vida se realiza: la salud. Ella es el suelo fértil sobre el que brotan todas las posibilidades, es el aliento invisible que nos permite caminar, saltar, correr, bailar, gritar. Es la invitación a despertar en calma, con el cuerpo en paz.

En el día a día plantamos semillas de proyectos grandiosos, los regamos con horas de esfuerzo que terminaremos pagando, corremos tras ilusiones efímeras: con ascensos que roban el sueño, con pantallas que devoran vidas, con placeres fugaces que envenenan el cuerpo y consumen la mente, con excesos que no se necesitan. Comemos deprisa, sin degustar, sin disfrutar. Dormimos poco, creyendo que el descanso es para débiles o gente sin propósito. Nos movemos menos, encadenados a sillas que nos atan a raíces muertas, descuidando sin descanso nuestro ser físico y emocional. En ese bucle incesante de tareas, apenas nos queda tiempo para valorar la salud que nos permite seguir respirando. No la valoramos porque parece eterna, un regalo que damos por sentado, un bien que nos pertenece por derecho propio. No la valoramos porque la vemos como un fondo de escenario, como ese actor sustituto que siempre ha de estar presto, para permitirnos seguir actuando en esta representación sin interrupciones ni final. Sin embargo, todo esto no es más que una mera entelequia, una burda quimera que nos desvía en ocasiones de las cosas más importantes, de todo aquello que más debemos valorar. Porque un día, ese inesperado día, de repente, sin esperarlo, el telón cae, la función se suspende y la enfermedad hace su aparición estelar como un relámpago en la noche, paralizando nuestra vida, inyectándonos con desesperanza, valorando, tal vez por primera vez, lo que antes teníamos y ahora añoramos.

Y es que la enfermedad llega sin anuncio, como un ladrón sigiloso que roba la luz de los ojos. De pronto, el mundo se detiene, la vida se paraliza y el miedo galopa libremente por las venas entonando una siniestra canción de bienvenida. Es entonces cuando comprendemos que sin salud no podemos hacer nada ni tampoco nada somos. Ella es el tesoro más preciado al que ni siquiera prestamos atención cuando la tenemos de nuestro lado. Solo la valoramos cuando la perdemos, solo la amamos cuando nos abandona, solo la cuidamos cuando la vida nos la arrebata sin compasión, pasando a comprender que la salud no es un derecho, sino un milagro frágil que requiere una constante custodia amorosa.

Es en ese momento de vulnerabilidad cuando nos volvemos humanos de nuevo, conectados con la esencia de la vida. La enfermedad nos enseña humildad, nos recuerda que no somos invencibles, que cada latido es un regalo prestado.

Pero, ¿por qué esperar al abismo para apreciar el horizonte? ¿Por qué no honrar la salud en su plenitud cuando todavía podemos? ¿Por qué no cuidarla cada día para no perderla?

Así pues, cuida tu templo con ternura, nútrelo con alimentos que lo fortalezcan, mueve el espíritu con pasos que lo liberen, descansa el alma en la calma de un silencio reparador, porque la salud no es solo la ausencia de mal, sino un estado armónico físico, mental y emocional que nos lleva a vivir la vida plena que todos merecemos. La salud es el puente que nos permite alcanzar sueños, el escudo que nos protege de las tormentas, un diamante olvidado en un rincón polvoriento en el que pocas veces pensamos. Sin ella, las riquezas carecen de importancia, los logros se desvanecen y el amor se tiñe de ausencia. Nada somos sin su luz, tan solo meros espectadores de una vida que ya no podemos alcanzar, disfrutar ni vivir.

Por tanto, mi deseo para ti es que no esperes a perderla para valorarla. Abrázala con todas tus fuerzas si aún la conservas, cuídala por encima de todas las cosas, ámala como si fuera lo único que tienes, cultívala en todas sus formas desde la más elevada sabiduría. Recuerda que en este efímero viaje, ella será tu compañera más leal. Conviértela en tu copiloto de confianza y pasa por la vida dejando tu huella más alegre, vibrante y honesta. No dejes que se marchite; siémbrala, riégala, y cuando florezca, cuídala con todo tu amor para que tu partida final esté rodeada de paz, sumergida en calma, carente de dolor.

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