Un universo propio

José Ignacio García
11/03/2023
 Actualizado a 11/03/2023
Pilar Adón, ganadora del premio Francisco Umbral 2022 | L.N.C.
Pilar Adón, ganadora del premio Francisco Umbral 2022 | L.N.C.
’De bestias y aves’
Pilar Adón
Galaxia Gutemberg
Novela
208 páginas 18,50 euros

Lo reconozco, en una semana en la que he recibido varios libros que todavía están pendientes de estrenarse en los escaparates de las librerías, hoy escribo sobre una novela que me concede el privilegio de la perspectiva, de conocer el camino ya recorrido, de caminar sobre seguro. Si es que alguien cree que puede estar seguro de algo, cuando lee e intenta interpretar a Pilar Adón.

Porque Pilar Adón es única en su especie. Pilar Adón es pez y salamandra y monotrema y águila; y libélula y mariposa. Y sombra y luz. Y piedra y agua. Y verde y sol. Y una escritora capaz de crear universos propios, escenarios ilocalizables en el tapiz de cualquier mapa o en el arlequinado de un calendario concreto.

Y así es y se comporta este ‹‹De bestias y aves›› que no cesa de recibir elogios de la crítica, el reconocimiento incondicional de miles de lectores (aunque aquí sí que quedaría mejor utilizar el femenino, porque cada vez es más acusada la grieta que separa el número menguante de hombres que leen y la luna creciente de mujeres que cierran los ojos acunadas entre las páginas de un libro) y los premios -Francisco Umbral, Cálamo (y los que pueden llegar)- que acreditan a esta obra como la mejor publicada en su género la temporada anterior.

Y si uno anda siempre con los dípteros alojados en la retaguardia cuando se enfrenta a un libro santificado con algún premio institucional (de eso, en esta Comunidad nuestra, hablaremos otro día) o comercial, no es este el caso; porque los premios han llegado cuando el pescado ya estaba vendido y valorado por cuenta ajena; y porque quienes fallan (o aciertan) esos premios poco tienen que ganar o que perder ensalzando unas obras u otras.

De ahí ese ramalazo de tranquilidad con que se sumerge el lector en las profundidades de una novela en la que -como en todo lo que enaltece la pluma de Adón- no importa tanto lo que se cuenta, sino cómo está contado. Porque, si Pilar Adón es capaz de crear universos propios e ilocalizables, también es capaz, utilizando el lenguaje que desbrozamos el resto de los mortales, de crear un código propio, un idioma simbólico, ritual, casi sagrado que no deja de cautivarnos a base de frases concisas y tajantes o de oraciones subordinadas milimétricas.

La novela narra en tercera persona la llegada nocturna de Coro, una artista plástica que anda perdida por carreteras secundarias y por la vida, sin combustible en su vehículo y en su ánimo, a una casa denominada con el bíblico nombre de Betania; en un momento en que su mente «se había instalado en esa especie de estado intermedio entre el conocimiento y la irrealidad», y en el que ella misma -como nos ocurre a los lectores- «no siempre era consciente del hueco que ocupaba en el universo».

Betania es un lugar indeterminado, habitado únicamente por mujeres que visten vestidos idénticos, tal vez porque la uniformidad en la indumentaria sirva para usurparlas su propia identidad. Mujeres que se reparten las tareas en función de su veteranía, su fuerza, su inteligencia o su docilidad, protegidas por perros y rodeadas de animales de las más diversas especies, que proliferan por tierra, mar y aire. Mujeres de edades incalculables, salvo una anciana ciega a la que todas reverencian como se rinde pleitesía a un monarca en su trono, y una niña -Adel- que es un misterio constante, un verso libre, una mariposa que revolotea a sus anchas entre las páginas del libro.

Pilar Adón es maestra en el arte de proponer posibilidades y de dejar al criterio de cada cual sus decisiones. Y así, el lector deberá decidir si la pintora miniaturista ha sido secuestrada o trata de reencontrarse a si misma en un paraíso de libertad, si las otras mujeres son protectoras o carceleras, amigas o rivales. Si residir en esa casa es una manera de vivir, dependiendo de lo que cada persona entienda por vivir. Y todo ello inmerso en un ambiente en que la crueldad y la belleza comparten protagonismo de tal manera que las escenas más sobrecogedoras, por la crudeza que refieren, están teñidas al mismo tiempo por un aura de delicadeza que sobresalta y conmueve por igual. Un ambiente exento de hombres -salvo ese Tobías Mos que tiene algo de fantasmagórico, de enajenado y de misterioso a la vez-, porque los hombres son expertos en provocar el desorden y es muy propio de ellos el estar marchándose continuamente a otra parte.

Nos brinda Pilar Adón un anticipo de lo que está por venir casi al inicio de la novela, cuando nos advierte que ‹‹era de noche cuando (Coro) percibió lo que estaba sucediendo. Y aunque todavía tuviera que pasar un tiempo para que llegara a comprender que no había nada más importante en el mundo que el agua y generar oxígeno››. Y, a partir de ahí, nos zarandea entre los brazos de la incertidumbre, en una atmósfera donde no se distingue lo real de lo imaginario, lo cotidiano de lo sobrenatural, lo mundano de lo legendario. Y a esa ambientación tan exclusiva de la escritora madrileña hay que incorporar la potencia de unos diálogos consecutivos, eléctricos y desconcertantes; unos diálogos erizados de preguntas que se despanzurran como si fueran cínifes contra un acantilado que no ofrece respuestas, o que ignora a quien interroga, o que responde a la gallega o sale por peteneras surrealistas, llegando en ocasiones a crispar al lector, para que -una vez más- nada se dé por supuesto o por sentado y todo quede en el alero del azar o de cada criterio particular.

Y así -entre animales que tienen algo de natural y mucho de mitológico o de legendario, entre escenarios naturales que son un canto respetuoso a la ecología, y entre encontronazos y quiebros entre unas mujeres por momentos dulces y en ocasiones aterradoras- el lector llega al final de esta criatura literaria que algo tendrá de sagrada cuando en tantas pilas bautismales ha sido bendecida; un final arrebolado de simbolismos que, ineludiblemente (y como no podía ser de otra manera), el propio lector tendrá que descubrir e interpretar.
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