No otra cosa sería, pues, esta última obra de Julio Llamazares, que guarda con aquella similitudes evidentes que van más allá del hecho de haberse gestado de manera paralela. 'La ruta de don Quijote' azoriniana es ahora ‘El viaje de don Quijote’. Los pueblos y los paisajes no parecen haber cambiado mucho. Al menos, claro está, aquellos de La Mancha, que son los compartidos por ambos autores. Dice José Ferrándiz Lozano, a quien correspondió el estudio introductorio de la reedición de ‘La ruta del Quijote’ publicada en 2005 por la Diputación de Alicante, que lo novedoso de la obra azoriniana era la manera en que plasmaba un recorrido por un territorio con gentes aburridas y silenciosas en el que no pasaba nada, y en el que lo destacable era, precisamente, la ausencia de noticias. El modo en que Azorín aborda la descripción de esos paisajes y personajes es bien parecido a la forma en que lo hace Julio Llamazares, maestro en el uso de la peripecia viajera como pretexto o excusa para recorrer la realidad y sus protagonistas, descritos siempre con sencillez (no simpleza), que unas veces es amable y cercana y provoca en el lector una inmediata simpatía por ellos, y en otras ocasiones genera un pensamiento claramente hostil: ese no es de los nuestros.Probablemente no hay en este libro nada que el lector desconociese del Llamazares viajero por el Curueño, Portugal, el Duero, las catedrales de España o los espacios imaginarios que, sin embargo, existen. La misma personalísima pasión de siempre por el paisaje, descrito con pinceladas intensamente breves. La ironía comedida o la perplejidad ante lo que aparece a los ojos. La aparente ingenuidad con que reacciona ante un comentario a todas luces absurdo. O la tendencia que manifiesta a tropezarse con personajes de antología: esas personas resabiadas, ignorantes o sencillamente graciosas que parecen casi consustanciales a sus escritos. Pero sí, creo yo, hay algo nuevo (por desconocido o no imaginado) que se nos revela sobre Julio Llamazares en ‘El viaje de don Quijote’: el gran conocimiento que posee de la obra de Cervantes (aunque haga poco alarde del mismo), sin el cual es imposible viajar más allá de La Mancha. Tras los pasos de Sancho y don Quijote, él ha sido capaz de alcanzar Sierra Morena y aun llegarse hasta el Ebro y Barcelona. Para demostrarnos que la obra más grande de nuestra literatura sigue siendo, para muchos, una gran desconocida. Y que, como parece haberle ocurrido a él, si uno tiene la fortuna de haber disfrutado de El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, siempre puede llegarse a un playa en Barcelona para escuchar el eco de las tristes y sentidas palabras de un personaje derrotado que nunca dejó de considerar a su Dulcinea la dama más bella del mundo. Y eso que nunca la vio y se enamoró, como no podía ser de otra manera, de oídas.