Tras los pasos de Don Quijote. Crónica de un viaje

Marta Prieto comenta el libro de Julio Llamazares 'El viaje de don Quijote'

Marta Prieto
05/05/2016
 Actualizado a 11/09/2019
El escritor Julio llamazares. | MIRIAM CHACÓN (ICAL)
El escritor Julio llamazares. | MIRIAM CHACÓN (ICAL)
Si algo se echa de menos en este libro son las fotografías de Navia. La pega, que no debe entenderse más que desde el punto de vista de una devota del fotógrafo (el zurcidor de los mejores cielos que encontrarse pueden), es apenas un aviso a aquellos navegantes que siguieron con pasión las entregas que Julio Llamazares, recorriendo los espacios que otrora hollara don Quijote, fue dando a la imprenta durante todo el mes de agosto de 2015. Los textos fueron apareciendo, puntualmente y sin falta alguna, en la Revista de Verano del periódico El País por cuyo encargo el autor los escribió. La dedicatoria de este libro que, con el título ‘El viaje de don Quijote’, recopila las treinta crónicas entregadas, perfila el papel de un tercero en el asunto: Juan Cruz, periodista y también excelente escritor, adjunto a la dirección de El País. Digamos que el papel de Juan Cruz pudiera asimilarse a aquel que en el año 1905 desempeñó José Ortega Munilla, al que se suele despachar con cierta rapidez como padre del filósofo Ortega y Gasset (que lo fue, evidentemente) pero obviando, me parece a mí, su nada despreciable papel en el campo del periodismo y la literatura, donde exploró diversas tendencias, y aun en el de la filosofía y la política amén de su condición de académico de la Lengua. La mención viene a cuento porque en el año en que se celebraba el tercer centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, Ortega Munilla, que era director del periódico El Imparcial (status probablemente vinculado al hecho de ser yerno del fundador del mismo), le encomendó a un joven José Martínez Ruiz, que ya era Azorín, algo semejante. La escena en que tal encargo se produjo, narrada por el propio Azorín en su libro Madrid, merece la pena. Es una estampa en la que recuerda la entrevista que mantuvo con Ortega y las instrucciones que de él recibió (hoy las calificaríamos más bien como órdenes) y narra la ya famosa anécdota del colofón de la misma, cuando el director le entregó a Azorín "un chiquito revólver" con el que viajar relativamente seguro frente a los riesgos del camino. Las 15 crónicas aparecidas en El Imparcial entre el 4 y el 25 de marzo, resultado del recorrido que Azorín realizó por La Mancha en pos de los escenarios relacionados de una manera u otra con Don Quijote, fueron reunidas y publicadas por el autor en ‘La ruta de don Quijote’, libro de culto para muchos al que se ha etiquetado tradicionalmente de ensayo literario.

No otra cosa sería, pues, esta última obra de Julio Llamazares, que guarda con aquella similitudes evidentes que van más allá del hecho de haberse gestado de manera paralela. 'La ruta de don Quijote' azoriniana es ahora ‘El viaje de don Quijote’. Los pueblos y los paisajes no parecen haber cambiado mucho. Al menos, claro está, aquellos de La Mancha, que son los compartidos por ambos autores. Dice José Ferrándiz Lozano, a quien correspondió el estudio introductorio de la reedición de ‘La ruta del Quijote’ publicada en 2005 por la Diputación de Alicante, que lo novedoso de la obra azoriniana era la manera en que plasmaba un recorrido por un territorio con gentes aburridas y silenciosas en el que no pasaba nada, y en el que lo destacable era, precisamente, la ausencia de noticias. El modo en que Azorín aborda la descripción de esos paisajes y personajes es bien parecido a la forma en que lo hace Julio Llamazares, maestro en el uso de la peripecia viajera como pretexto o excusa para recorrer la realidad y sus protagonistas, descritos siempre con sencillez (no simpleza), que unas veces es amable y cercana y provoca en el lector una inmediata simpatía por ellos, y en otras ocasiones genera un pensamiento claramente hostil: ese no es de los nuestros.

Probablemente no hay en este libro nada que el lector desconociese del Llamazares viajero por el Curueño, Portugal, el Duero, las catedrales de España o los espacios imaginarios que, sin embargo, existen. La misma personalísima pasión de siempre por el paisaje, descrito con pinceladas intensamente breves. La ironía comedida o la perplejidad ante lo que aparece a los ojos. La aparente ingenuidad con que reacciona ante un comentario a todas luces absurdo. O la tendencia que manifiesta a tropezarse con personajes de antología: esas personas resabiadas, ignorantes o sencillamente graciosas que parecen casi consustanciales a sus escritos. Pero sí, creo yo, hay algo nuevo (por desconocido o no imaginado) que se nos revela sobre Julio Llamazares en ‘El viaje de don Quijote’: el gran conocimiento que posee de la obra de Cervantes (aunque haga poco alarde del mismo), sin el cual es imposible viajar más allá de La Mancha. Tras los pasos de Sancho y don Quijote, él ha sido capaz de alcanzar Sierra Morena y aun llegarse hasta el Ebro y Barcelona. Para demostrarnos que la obra más grande de nuestra literatura sigue siendo, para muchos, una gran desconocida. Y que, como parece haberle ocurrido a él, si uno tiene la fortuna de haber disfrutado de El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, siempre puede llegarse a un playa en Barcelona para escuchar el eco de las tristes y sentidas palabras de un personaje derrotado que nunca dejó de considerar a su Dulcinea la dama más bella del mundo. Y eso que nunca la vio y se enamoró, como no podía ser de otra manera, de oídas.
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