- ¿Qué tal el día?
- Tranquilo. Tan solo he visto una columna al fondo, calculo que por el Páramo, imagino que rastrojos... ya está solucionado.
Quien le explica es Iván, uno de los dos escuchas de incendios de la torreta de vigilancia que la Junta tiene en Peña Aguda, en terrenos de La Robla, tanto que mientras asciendes vas viendo los tristes restos de la minería, la parada cinta transportadora, edificios abandonados, que fueron de la Hullera Vasco Leonesa. Pero ése es otro tema.
Arriba, en su torreta, en la caseta que dicen ellos, Iván, que ya lleva unos años en el oficio, que antes estuvo en la zona de Castrocontrigo y vivió días peores: «Esta zona es más tranquila, pero hay trabajo».


- Once, desde que tome posesión. Mi compañero, Carlos, lleva cerca de treinta, ninguno de los dos hemos querido cambiar.
- No he visto ningún todoterreno.
- No lo tengo. Yo subo andando, tardo hora y media desde Boñar. Algún año subía en bicicleta, pero al final de la temporada me había quedado en los huesos y, además, como no podía subir una mochila grande apenas subía comida...
- ¿No paga la Junta para un todoterreno?
- Yo tengo un contrato de cuatro meses, después me tengo que buscar la vida, como muchos compañeros. En mi caso vivo en la Devesa de Boñar y también soy apicultor, ahí vamos trampeando una cosa y otra.
- ¿Y qué te engancha aquí?
No contesta Pablo, se queda mirando al horizonte como respuesta.
- Ya, el paisaje, las vistas, pero todos los días las mismas.
- Nunca son las mismas; el día está más claro o menos. El solo va más alto o más bajo. Los bichos. La puesta del sol...
- ¿Lees?
- Sí.
En su mesa tiene un libro de Atahualpa Yupanqui; y después del sí añade exactamente las mismas palabras que Iván, en Peña Aguda: «Pero levantando constantemente la mirada, atentos, pues en este trabajo es fundamental el tiempo, ver la columna de humo pronto, avisar a tiempo».
Bécares, Ingeniero medioambiental y cocinero antes que jefe, incide en «importancia de estos ojeadores; es incalculable los incendios que evitan».
Una placa en el edificio antiguo de Pico Cueto recuerda que existe este puesto de vigilancia desde 1965, en otro edificio mucho menos funcional. Pablo, que siempre dice la altura exacta, 1616 metros, cree que «para este oficio hay que valer, a mí me gusta. Físicamente no es exigente pero si no te haces a él lo llevarías mal, imagino».

- Para tí sí es exigente físicamente pues subes andando.
Se ríe. «¿?Y tú compañero?».
- Carlos sí tiene un todoterreno, pero él es el prototipo de ‘escucha’, le gusta, conoce hasta los pájaros por su vuelo... se queda incluso a dormir más veces que yo aunque tiene coche... Bueno, él está más tiempo, seis meses.
Gente como ellos está repartida por las 18 torretas de la provincia, en Sosas, Candín, Villafranca, Garrafe, Río Camba (Cea), Castrocontrigo, Luyego, Somoza, Truchas, Sotillos, Valderrueda o Camposagrado, donde hay una de otro modelo, de madera, que son muy pocas.
Unos trabajadores poco conocidos pero fundamentales: «Son nuestos ojos», dice Pedro Bécares el irse.