De la tormenta a la calma

Nueva entrega del serial de relatos Senderos de inspiración, por Nuria Crespo y José Antonio Santocildes

Nuria Crespo y José Antonio Santocildes
02/11/2025
 Actualizado a 02/11/2025
Senderos de inspiración.
Senderos de inspiración.

La mente es como un río violento pero sigiloso a la vez que recorre salvaje y a placer las cavernas más recónditas de nuestro ser. A veces fluye cristalino, llevando luz a las profundidades más recónditas; otras, se enturbia con antiguos sedimentos, arrastrándonos hacia remolinos que no queremos, que no elegimos. La mente es ese río invisible que nos controla y gobierna, pero que nadie nos enseña a navegar. Nos golpea, nos perturba y nos hiere sin saber cómo evitarlo. Pero, en ocasiones, también nos mece mientras nos dejamos envolver entre sus templadas aguas. ¿Y si estuviera en nuestra mano elegir en qué lado queremos estar? ¿Te lo has preguntado alguna vez?

Hay veces en las que un pensamiento en apariencia inocente puede deslizarse en mitad de la noche, sin provocarlo, sin preverlo, pero ahí está, punzante, silente, visitándote sin haber sido invitado. «¿Y si nada sale bien?», te preguntas en un suspiro. En segundos y sin poder contenerla, la mente toma posesión de su trono, convirtiendo esa pregunta en una cascada de emociones capaces de estremecer todo tu cuerpo, y la película comienza a proyectarse: el error, la vergüenza, la culpa, la puerta que se cierra para siempre. Una intensa concatenación de hechos tan reales como siniestros que secuestran tu aliento con descaro. El corazón late más rápido, el estómago se contrae, y lo que comenzó como una simple pregunta no buscada se transforma, sin saber cómo, en una certeza absoluta que te encoge el alma. Ese es el primer acto de destrucción: la mente, sin pedir permiso, construye castillos de arena con ladrillos de miedo y los llama «realidad».

Los bucles mentales, en los que todos nos sumergimos de tanto en tanto, son como pozos sin fondo, oscuros, fríos y marcados por la desesperanza. Caes y caes, agarrándote desesperadamente a la raíz de la duda, rompiéndose al instante en mil pedazos, porque ella también es duda. «No soy suficiente», «no tengo el valor para hacerlo», «todo lo hago mal», «nada me sale bien», «no sirvo», te repites una y otra vez, grabando cada frase en tu cerebro incansablemente, mientras te consumes en tu propia espiral de miedo e incertidumbre, porque la mente no distingue entre la amenaza real y la inventada. Y en ese juego te fundes, inconsciente de que en ti mismo reside el poder de detener el río que te ahoga sin piedad tan solo tomando el timón de tu barco con la certeza de poder dominarlo. Porque, en definitiva, la mente no es tu enemiga, sino una herramienta que debes aprender a controlar y, sobre todo, manejar. ¿Es sencillo? Claro que no, pero tampoco imposible, aunque supone el esfuerzo de un tedioso trabajo interno que muy pocos están dispuestos a realizar.

En cambio, la mente constructora está enfocada, y cuando diriges la atención, como si de una linterna mágica se tratase, hacia lo que quieres, te gusta o anhelas, los pensamientos se alinean a tu favor, erigiéndose como las vigas maestras de tu propio universo, capaces de resistir los embates más salvajes y capeando los temporales más intensos. No se trata de «pensamientos positivos» vacíos a modo de eslogan barato que suena a burla, no, se trata de reconocer una honestidad valiente capaz de mantenerse en el tiempo a pesar de todo, a pesar de todos. Se trata de reconocer el miedo y aun así estar dispuesto a bailar con él; se trata de anidar en el regazo de la esperanza, descansando en la certidumbre de un mañana lleno de sueños cumplidos y oportunidades que te permitan mejorar, por dentro y por fuera. Se trata, en definitiva, de elegir pensamientos útiles que te ayuden a construir, no a destruir tu propia existencia, tus propios deseos, fortaleciendo la autopista que te lleva hacia tu propia realización personal.

Por tanto, entrena tu mente cada día, con ternura, con mimo, no con látigo. Es un caballo salvaje que necesita ser domado, pero no dejes que lo sepa o saldrá huyendo haciéndote más daño. Acércate a ella despacio, con calma, consigue que sea tu amiga, pero déjale claro quién ordena, quién manda. Habla con ella, sonríele, déjala que forme parte de tu vida, pero poniéndola a tu servicio siempre, dejando de ser su esclavo. Trabaja con ella a través de tus emociones más sinceras; ella las seguirá como un metal atraído por un poderoso imán, capaz de atraer todo aquello en lo que te enfocas. Y un día te darás cuenta de que no era un enemigo tan fiero; tan solo necesitaba tu atención, que la educaras y le dijeras cómo trabajar siempre a tu favor, nunca en tu contra.

Así pues, comienza a observar tu mente como tu compañera de viaje más fiel, no como a una carcelera incómoda que te desvela cada noche asaltándote con pensamientos dolorosos que te condenan a un angustioso periplo que nadie quiere vivir. Y cuando sientas que te arrastra de nuevo al abismo, recuerda que el timón de tu vida depende únicamente de ti. Toma el mando de nuevo y ordénale con cariño que se calle, porque la mente que hoy te susurra «no puedes» es la misma que mañana te cantará «mira todo lo que construimos».

Recuerda siempre que la vida se trata de un paso a la vez, una frase a la vez, un respiro a la vez, un día a la vez, y cuando así lo hagas, cuando así lo integres, tu vida pasará de una feroz tormenta a una ansiada calma en la que siempre has anhelado vivir.

www.nuriacrespo.com

Lo más leído