Teatro negro

"El papel más cruel: no tener ni cuerpo ni rostro ni voz. No existir. Eso había estado a punto de volverle loco. Han pasado años antes de amar esa invisibilidad, de encontrar belleza en la desaparición"

Noemí Sabugal (texto) / Pablo J. Casal (foto)
31/08/2016
 Actualizado a 16/09/2019
Calle Celetná, en la Ciudad Vieja de Praga. | PABLO J. CASAL
Calle Celetná, en la Ciudad Vieja de Praga. | PABLO J. CASAL

Y ahora que la luz se va y las sombras se alargan sobre las piedras calientes de la ciudad, tiene ganas de reírse. ¡Qué ironía, qué gracia! Alguno de sus compañeros de Ta Fantastika le dirá algo parecido: «¡eres un bromista, eres un ganso, un payaso, un bufón!». Sólo le faltará razón en lo primero.


Las sombras que le preceden, en especial la de la chica de las Converse, porque desde atrás parece guapa y podría ser hasta simpática, le resultan hipnóticas. No puede dejar de mirarlas. Son como un delirio de lo que pasará.


Como ocurre con esta huida del sol,lo supone aunque no lo sabe seguro, los colores empezarán a desvanecerse. Serán menos luminosos, menos vivos, menos colores en realidad. Después, los perfiles de las cosas se volverán menos nítidos, las distancias más equívocas, los objetos más distorsionados. Al fin, una mancha borrosa en el centro de la visión, cada vez más grande y más oscura.


«Degeneración macular», ha dicho el médico. Y ha añadido: «no hay nada que hacer». Aun así, le ha recetado pastillas, dos colirios, tranquilidad, resignación, cordura.


Se ríe ahora. Qué ironía y qué gracia.


Las sombras se pegan a los adoquines y parecen húmedas y sucias, como una presencia vegetal.


Lleva treinta años poniéndose las mallas negras, los guantes y la máscara que le oculta toda la cara. Otro actor más desaparecido en la oscuridad del Teatro Negro. El papel más cruel: no tener ni cuerpo ni rostro ni voz. No existir.


Durante los primeros tiempos eso había estado a punto de volverle loco, pero era lo que había, un trabajo. Han tenido que pasar muchos años antes de amar esa invisibilidad, de encontrar belleza en la desaparición.


La armonía está ahora en hacer volar los objetos, en mover con la música un pájaro de espuma, en ser el alma de marionetas de tamaño humano. La armonía está en animar lo inanimado. Halla en esto más sosiego y satisfacción que muchos de sus compañeros actores, tan vulnerables ante la luz cruda de la representación.


A partir de hoy, en algún momento, la desaparición de todo será completa y el Teatro Negro, más real que nunca.


Si es que, piensa, no hay más remedio que reírse.





Archivado en
Lo más leído