Cuando nació la idea de este reportaje, después de hablar con Alejo Ibáñez sobre su novela, se barajaba como posible titular “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, con esa idea de los que cabalgan sobre dificultades. Los libros de estilo no recomiendan usar títulos de películas... pero tratándose de hablar de las cuatro salas de cine que sobreviven en la provincia.
Pero en el camino a hablar con ellos... cierra una de las cuatro, el Cine Paramés, y los cuatro jinetes ya son solo tres. Alguna situación personal de los hermanos Casado llevó a bajar el telón a una historia que había arrancado en 1954, cuando José María Casado, abuelo de los últimos dueños, proyectó El manantial, pero la vinculación era anterior pues “mucho antes: en 1928 ya funcionaba el Cine y Patio Casado, aquel entrañable recinto situado en el solar tras la iglesia —hoy un bloque de viviendas—. Allí, en las pausas de la sesión continua, incluso había baile. Y antes de eso, cuando las películas eran mudas, la familia recorría los pueblos llevando el asombro del nuevo arte a plazas y salones improvisados. Fueron, en cierto modo, pioneros y evangelizadores del cine en toda la comarca”, cuenta la página del Ayuntamiento en la que se da cuenta del cierre y se agradece su larga andadura: “Tener una deuda con la familia Casado, precisamente, es lo que sentimos todos los parameses hacia ellos: una deuda de gratitud por habernos regalado tantas historias, tantas horas de evasión y de belleza, tantos fotogramas que ya forman parte de nuestra propia biografía”.

Y los tres que aún permanecen abiertos son, por orden de antigüedad de los actuales dueños o arrendatarios: el Cine Mary, de Cistierna; El Cine, en Villablino; y el Cine Velasco, en Astorga. La historia de los tres es diferente: el Mary lleva vinculado a la misma familia desde sus inicios (como ocurría con el Paramés) y detrás de los otros dos está la aventura de jóvenes que también tienen algo en común: evitar que el cine, y todo lo que ello supone, desaparezca de sus pueblos, de su comarca. Son Sherezade y Javi, en el caso de Laciana, y Alejo, en el de Astorga.
Una de ellas, Sherezade, lo explica con absoluta sinceridad: “Tanto Javi como yo, que somos de Villablino aunque la vida nos llevó fuera de Laciana, habíamos ido al cine en esta sala, en El Cine; teníamos muchos recuerdos allí y cuando vivíamos en León lo de ir al cine lo dejábamos para el fin de semana en Villablino. En un momento determinado, después de tener un hijo y Víctor poder teletrabajar, regresamos a Laciana, nos encanta la calidad de vida que tenemos aquí... pero llegó la pandemia y el cine no iba a reabrir, Laciana se quedaba sin cine y nos rebelamos contra la pérdida cultural para el Valle, por la tristeza que nos producía y como yo conocía a Verónica, la dueña, pues nos lanzamos”.
Reconocen Sherezade y Javi que no hicieron números para lanzarse a reabrir un cine con historia pero que no pensaba seguir tras el Covid. “Después del Avenida, su sucesor, El Cine de Villablino, abrió en 1994 con 202 butacas, que bajaron a 169 para ganar espacio para una nueva pantalla. Después nosotros las bajamos a 144 para ganar más espacio entre las butacas y ganar en comodidad; además de que es una cifra más que suficiente”.
Y tanto que es suficiente, como que uno de los problemas más graves que se encuentran estas tres salas es el exceso de butacas y, sobre todo, el gasto en calefacción, agravado especialmente en las dos ubicadas en la Montaña: el Mary, de Cistierna, y El Cine, de Villablino. “Calentar estos espacios se come buena parte de la recaudación y llenarlos es casi una quimera”, señala Luis Miguel Sánchez, del Cine Mary, que lo ilustra con números: “Si en Cistierna no llegamos a los 3.000 habitantes, ¿cómo llenamos 500 butacas?”.

Y añade más problemas que comparten sus compañeros de industria: “Hay una etapa en la que se pierden los espectadores; desde los 13 o 14 años, que acaba el cine infantil, hasta los treinta y muchos, que se han desenganchado. Tenemos que competir con las plataformas, con la comodidad de verlo en casa y parar cuando se quiere, que la gente no tiene paciencia para dos horas seguidas o, lo que es peor, para estar dos horas desenganchados del teléfono móvil. Los más fieles son los jubilados, lo que quiere decir que vamos hacia una fecha de caducidad”, señala Alejo Ibáñez.
Las plataformas, los móviles, la comodidad… son las causas más repetidas para explicar el descenso de espectadores, al margen de la conocida lacra de la despoblación, fruto de la desaparición de empresas y vitalidad en tierras mineras como Cistierna y Laciana. “Cuando abrió mi padre, Víctor Sánchez, en 1964 —explica Luis Miguel— montó una obra espectacular para la época; se empeñó hasta las cejas pero salió adelante porque había mucha vida, movimiento, dinero y otras costumbres, no podías comparar una tele en blanco y negro con el cine”.
Al hablar de la cara “positiva”, aquella que atrae espectadores, es curioso cómo todos le dan mucha importancia a la posibilidad de vender palomitas, chucherías y refrescos, además a un precio mucho más asequible que en los cines de la ciudad, igual que el precio de las entradas. “La entrada está a 6 euros y los lunes a 5; las palomitas grandes a tres euros, casi la mitad que en las ciudades”, recuerda Sherezade.

Desde el Cine Mary apuntan el alivio que supone la ocupación para otras actividades, municipales o de colegios, o la proyección de películas o documentales vinculados a la comarca; como en su caso pudo ser Luna de lobos o las obras de Epigmenio Rodríguez; también Villaviciosa de al lado, de Nacho G. Velilla, con un par de escenas en la comarca y, sobre todo, el documental Mi Valle, sobre Riaño, que movilizó a toda la Montaña. Pero son días contados, señalan los hermanos Luis y Marco, quienes reconocen que “tiraremos como podamos, ya estamos cerca de la jubilación, pero no vemos una tercera generación que tire por este cine que lleva el nombre de mi madre, Mary”.
Más pesimista se muestra Sherezade, que reconoce que “los números están siendo muy preocupantes. El año pasado fue malo y este terrible; y las ayudas mínimas, tanto institucionales como cercanas”.

Alejo Ibáñez, que viene del mundo del cine —estudió cinematografía, dirige—, también quiso, como Sherezade, “tirar por su tierra y que no desapareciera el último cine, el Velasco, de una ciudad que llegó a tener cinco salas”. Tiene la ventaja de un lugar con más población, “aunque no es lo que era”, y ha montado en paralelo un Cine Club “tratando de fidelizar a un grupo de cinéfilos, y estoy contento aunque, en lo del cine, no es para tirar cohetes; tengo los mismos problemas del resto de las salas de la provincia”.
El panorama no se puede decir que sea de cine.
