"Sólo me pesa la vida"

Carmen Saavedra tiene 104 años vividos entre Galicia, donde nació; Ventosilla (VIllamanín), donde vivió desde los cuatro años; y Oviedo, donde pasa "los meses fríos". Es la historia viva y vivida de esta comarca contada por una mujer a la que "sólo me pesa la vida... y las piernas"

Fulgencio Fernández
07/12/2016
 Actualizado a 17/09/2019
El día de su 104 cumpleaños, en el mes de julio, fueron muchos los vecinos que se acercaron a felicitar a "la abuela de la Tercia" en Ventosilla.
El día de su 104 cumpleaños, en el mes de julio, fueron muchos los vecinos que se acercaron a felicitar a "la abuela de la Tercia" en Ventosilla.
La Tercia celebra estos días la fiesta de su gastronomía, las tradicionales Jornadas que llevan hasta aquellas tierras a muchos visitantes que, a la llamada de ‘la panza’, también se interesan por aquella comarca, su historia, la forma de vida, sus gentes... Villamanín es la capital pero el valle (La Tercia y Arbas) está lleno de lugares, historias y vidas.

Una de las vidas es la Carmen Saavedra Iglesias, la abuela de la Tercia, con 104 años de edad muy bien llevados, «de cabeza sí, de las piernas no tanto, sobre todo de las rodillas».

- ¿Qué le pasa mujer, qué le pesa?
- No me pesa nada, me pesa la vida.

Y repasando su vida, lo hace ella con su extraordinaria memoria y abriendo el desván de tantos recuerdos, podríamos contarle a los visitantes de este valle la historia del mismo, escrita en las arrugas de las manos que llevan muchas décadas trabajando.

- ¿Nació en Ventosilla?
- No, nací en Galicia, en Guitiriz, el pueblo de las aguas (balneario).

Y, como tantos otros, desembarcó en La Tercia, una tierra que fue acogiendo a trabajadores de la Renfe al calor de linea León-Gijón; a mineros que buscaban oro negro en La Vasco o a ganaderos, como los padres de Carmen. «Con cuatro años ya vine para aquí. No sé quién les hablaría a mis padres, que eran ganaderos, de estos valles, y aquí llegué, hace ahora un siglo, que en nada se parece esto a aquello, con las carreteras de piedra».

- ¿Ylas nevadas?
- Ya, que le llamen nevar a lo que cae ahora.

Ganaderos eran sus padres y ganadera fue también Teresa Solla Saavedra, primero con sus padres y después con su marido. «Éramos cinco hermanos, yo era la del medio, y había que ayudar en casa, pues claro, guardando el ganado... Bueno, lo que había entonces».

Hasta que en su camino se cruzó un leonés de La Robla, Luis Solla Sabugo, minero, como tantos en esta tierra. «Claro, era lo que había, a la mina a Santa Lucía, que aquella mina también era mucho más negra queesta que hay ahora».

- Que ya no hay.
- Bueno, que ya no hay. Ahora que la mina ya no es tan dura como era desaparece ¡Menuda la vida del obrero!

Donde más me gusta estar es en Ventosilla, como tu casa no hay nada, pero estoy bien en cualquier lado Y sabe de lo que habla cuando dice la vida del obrero pues ella lo ha sido, y mucho, como recuerda su hija Tere, con la que pasa los «mese fríos» en Oviedo, a la espera de regresar a Ventosilla:«¿Qué si trabajó?Ni tanto. Mi padre marchaba para la mina, como fue siempre aquí, y ella se quedaba en casa con los hijos, cuatro fuimos que ya murió el mayor, pero también tenía que atender el ganado, que teníamos de todo:vacas, ovejas, cabras... ella las entendía muy bien porque era lo que siempre hubo en la casa, pero había que hacerlo».

Y por esa vida fue tirando, viendo cómo cambiaba aquella comarca a la que había llegado, cómo los mineros iban mejorando poco a poco, cómo llegaba la maquinaria al campo... «Trabajé lo mío hasta que me jubilé por aquello de la Agraria que le decían, que éramos los más olvidados de todos, que nos quedaron cuatro perras».

Yempezó a ver pasar la vida desde su atalaya de Ventosilla, desde los mundos que le «proponían»los muchos libros que leía, y revistas y de todo. «Lo que más me gustaba era leer, pero todo se acaba y es que unas cataratas que tiene desde hace unos años le impiden leer como hacía. Amis años ya no estoy para meterme en operaciones. Pues si no se puede leer pues a hablar».

Yes un placer poder hablar con ella, en su silla de ruedas, pues «aparecen goteras por todas partes y me empezaron unos dolores que me hacían encoger la pierna y ahora la tengo algo más corta».

De donde no cojea es de la cabeza. Mantiene los recuerdos, las historias, las gentes... «lo que fueron estos pueblos y se están quedando vacíos, en verano todavía pero después...». Ypiensa en la ganadería, en la mina, en el tren, en la feria que había en Ventosilla en el mes de septiembre, «que venían ganaderos de todas partes».
Repasarlo con Carmen es un inventario de pérdidas que no requiere la presencia de ningún historiador. Ytambién es una mirada a la dignidad de aquellos obreros que lo fueron.
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