Si hubiera apodos, sería El Bonachón

Ha fallecido a los 83 años Félix Llamazares, histórico jugador de la Cultural y el Sporting, creador de Deportes Félix y, sobre todo, recordado vecino del barrio de San Esteban en el que sus padres regentaban la Panadería Llamazares

David Rubio / F. Fernández
18/09/2022
 Actualizado a 18/09/2022
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Para los culturalistas viejos el nombre de Félix Llamazares, Pana (de panadero), les remite a algunos de los momentos más felices de los 100 años de historia culturalista. A los más jóvenes hay que remitirles a una estampa de cada partido, un clásico de todos los encuentros, un paisano con cara del panadero bonachón que fue que sube o baja por las gradas, con las dificultades propias de quien tiene las rodillas machacadas de tantos años por los campos, del brazo muchas veces de sus antiguos compañeros Ovalle, Villa, Larrauri, que le tratan con el cariño que Félix se supo ganar en tantos años de deportista ejemplar y paisano entrañable.Mientras avanza le paran los aficionados para comentarle algo. Jamás eludía la conversación, hasta que los recuerdos se le iban escapando.

La estampa se ha borrado. Este sábado falleció a los 83 años Félix Llamazares Martínez, leonés nacido en 1939, panadero en sus primeros años (de ahí el apodo de Pana) , futbolista, industrial en sus tiendas de DeportesFélix, y siempre un buen paisano, un tipo entrañable, gran conversador con muchas historias que contar.

"Buen hijo, buen marido, buen padre, buen abuelo, buen amigo y buen compañero". Esta es la definición que de él hacía su mujer, Marina González. Se podrá argumentar que es una opinión interesada, por supuesto, pero nadie que haya tratado a Félix se atrevería a ponerle un pero, un matiz (tal vez los del Barça o colchoneros le afeen su pasión madridista).

Vaya por delante que a Félix (Llamazares en Asturias) le adorna una importante carrera en el fútbol, con dos equipos fundamentales en su trayectoria: la Cultural de sus amores y el Sporting de Gijón, donde jugó tres temporadas (1963-1967) y se ganó el cariño de la afición gijonesa. Hubo un tercer equipo, el Badajoz, cuyos colores defendió una temporada (1967-68) aunque no estaba muy convencido de ir allí. "La verdad es que no lo tenía claro, pero la directiva apostó mucho por mí, me mostraron mucho cariño y yo creo que hay que ser agradecido y acepté. Pasé mucho calor, aquel era otro clima y para colmo descendimos a tercera, me dio mucha pena".

La camiseta blanca culturalista la defendió Félix en dos etapas, llegó a ella con 20 años (1959) y jugó en La Puentecilla dos temporadas para triunfar y lograr que se fijaran en él los ojeadores del Sporting. Regresó a León en 1969 para jugar aquí las tres últimas temporadas en activoy participar de los inicios de aquella edad de oro de la Cultural de los Maño, Piñán, Ovalle, Villafañe, Marianín, Larrauri o Zuazaga, fallecido hace tan solo unos días.

Fue por ello Félix un puente entre las dos épocas más brillantes de la Cultu, llegó poco tiempo después del único año en Primera, llegó a coincidir con alguno de aquellos históricos, y se fue con los ya citados. Dejó para el recuerdo en León cerca de 50 goles, pese a que era centrocampista, y destacaba en él su visión del juego y, sobre todo, su clase: "Dicen que la tocaba bien". Quienes jugaron con él abundan en la explicación: "Era preciso, sobrio, elegante, con pases de ‘tiralíneas’ y un tiro potente y colocado".

Entrenador "de la casa"


En realidad nunca se fue pues se convirtió en lo que se llama un hombre de club y el bueno de Félix se hizo cargo de la Cultural como entrenador cada vez que fue necesario, siempre dispuesto, siendo su presencia más sonada aquella en la que tuvo que hacerlo después del rocambolesco y fallido fichaje del brasileño Harold Campos, ‘el parasicólogo’ . Fue un trago para él, pero lo asumió: "No recuerdo ni cómo se llamaba, hablaba y hablaba, pero de nuestro fútbol no sabía ni una palabra", comentaba Félix al recordarlo.

Pero ya se ha apuntado que no se puede, no sería justo, tener con Félix Llamazares un recuerdo simplemente como futbolista pues fue, sobre todo, uno de esos paisanos de una pieza que desprende bondad y merece unrecuerdo más allá del fulgor de los estadios, a la luz de las calles de su barrio de San Esteban, en el que se asentó aquella familia con raíces en Puente Villarente (su padre Avelino) y Marne (su madre Soledad). Era 1939 cuando nació Félix y en 1929 lo había hecho su hermano Avelino, tiempos difíciles como pocos y en ellos el niño Félix comenzó pronto a trabajar, en la Panadería Llamazares que montó la familia. Dice que cogió fondo para ser deportista como se hacía entonces, a base de subir las cuestas del barrio repartiendo el pan y otros productos de la casa. Jamás olvidó el día que se le desbocó el caballo con el que hacía su reparto "hasta que se cansó con aquellas cuestas y se detuvo".

Tal vez por ello, nada más que pudo se compró una Montesa, que, por cierto, le dio uno de los mayores disgustos de su vida aquel día que se le atravesó un niño, le atropelló, el hombre con el que había hecho el seguro no aparecía por ninguna parte y acabó durmiendo en el calabozo. Todo se aclaró y pudo salir para jugar el domingo. "Algo saqué del fútbol pues me sacó el abogado de la Cultural". De la humildad de Félix podrían hablar sus ‘coches’: Para el viaje de novios alquiló un Seat 600 y en la casa siempre recuerdan el histórico R12, que tantos años tuvo.

Una vida que no se podría entender sin esa humilde forma de ser, sin su mujer, la montañesa de Tolibia, Marina, que siempre habla con cariño y admiración de Félix y con ironía cazurra remata: "Aunque no puedo comparar con nadie pues fue mi primer y único novio, ¿para qué buscar más con lo bueno que es Félix", con el que formó una familia numerosa que se convirtió en la pasión compartida de ambos.

Se ha ido un grande. Si hubiera apodos, como en la lucha, sería El Bonachón del Barrio de San Esteban.
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