Esta privilegiada ubicación de su farmacia le permitió trabar amistad con canónigos y otros personajes del clero catedralicio pero, sobre todo, con el fotógrafo Manuel Martín ‘hijo’, el hombre que más y mejor ha fotografiado la Catedral y al que acompañó en multitud de ocasiones.

Laurentino Vega, recuerda en El Adelantado Amador Marugán, era nieto de un antiguo alcalde de Nava de la Asunción donde regentaba una botica, oficio que se puede considerar de la familia pues fue el que trajo a León a Laurentino Vega de Castro y tuvo continuidad en nuestra capital con su hijo, Roberto Vega Gordón, que es precisamente quien conserva la memoria del papel de su padre en aquella noche del 29 de mayo de 1966.
Roberto Vega contó a los paisanos de su padre cómo aquella tarde (eran sobre las 18.30 horas) había una gran tormenta y un rayo esquivó el pararrayos que no hacía mucho se había instalado, descargó en la techumbre del templo y la gran cantidad de madera favoreció el inicio del fuego. "Dos horas después al escuchar un ruido fuerte Laurentino Vega salió de la botica y vio como de esa zona de la catedral salía humo y llamas, de inmediato dio la voz de alarma y puso en aviso al capellán del obispo, quien junto al prelado desde el balcón del Palacio Episcopal vieron como la catedral se iba convirtiendo en una antorcha de fuego y humo que se extendía por toda la nave central".
Y así fue como comenzó el ya conocido operativo de bomberos, la oferta de ayuda de diversas provincias, los leoneses en vilo y rezando... Y en ese estado de confusión apareció nuevamente la figura de Laurentino Vega: "Los bomberos no sabían por dónde acceder. Como mi padre conocía muy bien los entresijos de la catedral por las continuas visitas con su amigoManuel Marín, les indicó el camino para acceder a la cubierta y atacar el fuego desde la parte de arriba" y hacerlo ya siguiendo las indicaciones de otro personaje fundamental aquella noche: el arquitecto Andrés Seoane, que fue quien reparó en que la techumbre no aguantaría la fuerza y el peso del agua, como se repitió con el tiempo en el fuego de Notre Dâme de París.