Jonás se fue además en su Laciana querida, la tierra que hizo suya sin olvidar sus orígenes en el Valle de Mansilla, donde había nacido en 1932. Allí, en el otro valle, el minero, lo descubrió un día otro artista descendiente de la comarca, Eduardo Arroyo, que quedó fascinado por el trabajo de aquel veterano escultor cuya técnica definió como o «primitivismo poético». Ya tenía más de ochenta años, había sido albañil y jamás pensó en dar a conocer su obra, su razonamiento era de una humanidad aplastante: «Ochenta años son muchos, sobre todo si durante ellos se ha pasado hambre y han ocurrido cosas tan tremendas como la Guerra Civil, la posguerra o la Segunda Guerra, cuyos ecos y tragedias también llegaron a España».
Jonás fue albañil, mañoso en el oficio, capaz de acometer los trabajos más complicados porque tenía mano para ello, sobre todo la piedra, que también sería el principal material de su faceta artística con el tiempo.

El siguiente paso fue una gran exposición en el ILC, en 2012. Nadie mejor que García para explicarla: « Jonás, es un hombre sencillo pero con una gran sensibilidad, un creador puro en esencia y que cuenta con el don de encontrar en su interior la poética de la creación la energía para desarrollarla, como si de un Titán se tratase. El Trabajo extremadamente duro al que se enfrente día a día sin perseguir ninguna aureola o bien económica, hace de él un personaje extraño pero al mismo tiempo sublime en una sociedad como la actual».
De esa sociedad actual se nos ha ido. Se ha ido pronto –desde que supimos de él–este artista que se dio a conocer tarde. Tenía 85 años. Había vivido mucho, trabajado más y disfrutado menos del reconocimiento que nunca busco pese a la intensidad con la que se entregó a su pasión al jubilarse.