Salir de escena como Sócrates

Christ se despide de Jean Louis con las palabras de Sócrates en el Banquete de Platón

Rubén G. Robles
08/09/2020
 Actualizado a 08/09/2020
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–¿Con la corona de ideas se refiere a la sabiduría?  
El compositor asintió.
–Escriba señor Lecomte, pero no lo haga para demostrarle al mundo que existen personas miserables como yo. Hágalo para demostrar que somos personas como yo, espíritus insignificantes y desconocidos, quienes tenemos la capacidad para transformar el mundo. Somos nosotros, los individuos, quienes tenemos la obligación y quienes podemos hacerlo. Recuerde el relato de Enrique. La ampolla de cristal contenía el brote, las briznas de las sílabas sobre las que se apoya el mundo. Usted tendrá que honrar la tierra con ella, regresar el mundo al jardín y que vuelva la humanidad, a través de los nombres, a abrir el corazón de los que aman y de los que quieren amar.
–Usted destruyó el recipiente de vidrio, introdujo el caos y trajo la destrucción.
–Pero fue para dar paz a un pueblo entregándole un territorio, un Estado, una nación. Protegí a mi pueblo…
–¿A través de su exterminio?
–Al convertirlo en víctima le di el territorio, su ampolla de vidrio, la protección del gusano de seda.

Jean Louis no acertaba a entender la enorme contradicción entre lo que aquel espíritu deforme le proponía y el modo en que había llegado a actuar y vivir.
–Somos individuos como usted y como yo quienes podemos transformar el discurrir natural de las cosas. Escriba para convencer a los individuos de que poseen las capacidades para transformar sus vidas. Convénzales a través de un libro de sus capacidades, de sus infinitas posibilidades para el mejoramiento. El futuro es la corona, el keter que está sobre la cabeza sin poderla tocar.
–El keter –dijo Jean Louis, lanzando la palabra al aire como quien arroja una piedra al río.
–El keter son las ideas de un hombre, indestructibles y que porta sobre su cabeza como si fueran una corona, él la lleva y ellas le llevan. Aquel que porta la corona de sus ideas, alcanzada a través de los peldaños del árbol de la vida, que es el árbol sefirótico del conocimiento… ese ser será el encargado de engendrar el agua de la vida del que todos han de beber. Ese hombre vivirá en el interior de la ampolla de vidrio, en la botella de cristal dentro de la cual habitará para preservar el mundo y proteger su fragilidad. Y él tendrá la luz, el esplendor, la causa primera de todo, a través de la palabra, que es el primer sefirot, la causa de todo, de la corona de ideas, que el maestro ha aprendido a llevar. Yo he sido, en mi recorrido vital ese hombre, lo mismo que lo fuera Enrique Gil y Carrasco a través de su relato. He preservado su relato, su palabra, su recuerdo y ahora le corresponde a usted hacerlo igual.
–Pero… usted fue causa del holocausto.
–Al principio… sí, apoyé aquella sociedad de cultura germánica que fue germen ideológico del nazismo.
–Y después del holocausto usted siguió trabajando para otros gobiernos, fabricando historias, otros relatos.
–No puedo negarlo, así es.
–Usted estuvo a punto de destruir por completo la ampolla de vidrio que contiene el mundo.
–El caos en el que se sumergió el mundo hizo más perfecta la idea de orden, a través del cual, se expresa la existencia de Dios –dijo el compositor.
–Señor Halff, no puede pedirme que sea como usted.
–Puede acusarme, si quiere, pero conseguimos el territorio de Israel y volver al primer sefirot del árbol del conocimiento. Puede también acusarme de haber escrito relatos coherentes, porque es importante la coherencia frente a la locura, porque es más importante que la verdad. A la gente no le importa la calidad de lo que se les dice, el nivel de verdad que haya en el discurso. Lo que les importa es que el relato tenga coherencia, tenga algo de sentido para que ellos puedan seguirlo, hacerlo suyo y puedan apartarse, de la locura y de la enfermedad que es vivir.
Y usted quiere que yo le sustituya en la escritura de esos relatos coherentes que dan coherencia a vivir.
–Fíjese en el enorme valor que aún poseen las palabras y en la capacidad de mover y conmover el ánimo de las personas. Le pondré un ejemplo que nos entrega la historia de su país. El discurso de De Gaulle en la BBC del 20 de junio de 1940 fue el que animó, el que sirvió para que los franceses adquirieran la conciencia de la importancia de su propia resistencia. Aquel discurso vertebró y sirvió para organizar la resistencia francesa. Fue, de nuevo, la capacidad de fabulación de los hombres y del valor que va dentro de las palabras la que hizo que se sintieran capaces de resistir. Aquel discurso organizó las mentes de los franceses y les preparó para la magnífica y valiente acción de continuar. Esa idea de capacidad y de poder generó la voluntad de resistir y el movimiento, pero solo cuando tuvieron la fe, la creencia de que era posible vencer a los alemanes, se unieron todos a aquella acción, al trabajo en favor de la expulsión de los alemanes, lo mismo que se habían unido en Alemania en torno al nazismo, por la posibilidad que les ofrecía de vencer. Aquel discurso sirvió de motivación a los hombres y mujeres que no sabían de qué manera podían ser útiles a su país.
–Sí, bueno ¿y yo…?
–Usted debe ser capaz de narrar la historia como algo real, coherente y hacerla creíble, tendrá oportunidad de dirigir la opinión de los hombres y su acción.
–No tengo sus mismas condiciones, no soy como usted.
–Las personas se han acostumbrado a recibir la realidad en forma de fábulas, fantasías y alucinaciones. Frente a esa necesidad imperiosa de que la realidad adquiera una forma literaria nos hemos convertido en personajes que necesitan constantemente de la transformación de lo real. Los franceses, los españoles, los italianos y los ingleses, han recibido la narración de su historia en forma de fabulación. Le pondré un ejemplo. Para relanzar nuestras economías en los años ochenta, nuestros gobiernos no dejaron de repetirnos que para hacer que se recuperaran era necesario vaciar la caja del Estado, con los actuales resultados, al vaciarlas, de que pusimos en manos de los principales grupos empresariales y financieros la dirección de las democracias. Conscientes de sus capacidades nuevas e inesperadas, continuaron dedicándose a la concentración de capital, lo cual llevaba aparejada una fuerte capacidad de decisión y dirección de la forma de nuestras sociedades y economías. Son ellos quienes rediseñan el modelo socioeconómico, no las sociedades a través de sus dirigentes políticos, no los ciudadanos que los eligen.
–Los políticos, con su trabajo de demiurgos fabuladores, son amantes de lo imaginado, no quieren ver lo que es, prefieren ver lo que quieren y privilegian las ideas en detrimento de la realidad, lo cual perjudica gravemente la calidad y salud de la democracia.
–Nuestros dirigentes políticos son una parte importante de las empresas, el brazo visible que traduce sus deseos y voluntad en acciones. Cuando  acaban su ciclo en el que son expuestos al trabajo y la luz pública, regresan a la comodidad de sus despachos en las plantas más elevadas de un edificio propiedad de una multinacional. Y su principal misión es narrarnos fábulas. Yo he ayudado hasta hace unos años a elaborarlas.

En ese instante y sin aviso aparecieron varios hombres de la oscuridad de los muros viejos de la ciudad. Se encontraban a la altura de la Puerta Obispo y se abalanzaron sobre el compositor. Se oyó el ruido de tres detonaciones secas, recorrieron el silencio de la noche con un estruendo vivo. Se cubrió de humo aquel rincón oscuro a la altura de unas piedras, el arranque de unas escaleras, frente a un pórtico sucio de defecaciones y orines. Finalmente Christ Halff se tambaleó. Tenía el rostro extraño, una sonrisa muda, fofa, hueca y un escaso hilo de voz. El bastón quedó suelto de la mano y caído en el suelo, el sombrero giraba sin cesar sobre la superficie pulida de las piedras llevado en locos giros por un viento veloz.

De su boca salía una respiración llena de rozaduras, no se le entendía lo que quería decir. Jean Louis acercó su rostro a la boca del compositor y le pareció escuchar el sonido del aire escapando por la estrechez y longitud de un orificio. En el suelo, sin la enérgica y altiva presencia de su esquelético porte, parecía un animal, un reptil pronunciando un sortilegio antiguo a modo de maleficio fatal. Pero estaba aún con el aliento suficiente, con la mano sobre una de las heridas intentando respirar y hablar. Desde allí tumbado parecía querer compartir en silencio sus pensamientos más íntimos.

El profesor quedó con los pies en el suelo, petrificado, sin movimiento, las ideas en pausa, detenidas quizás por el frío, sin saber si correr tras los tres tipos que habían huido. Se movió unos pasos de donde estaba el compositor, por ver si podría solicitar ayuda. Anduvo unos pasos y asomó a las calles próximas, no había nadie a quién acudir.
Sin sentido, aturdido aún por la vileza del hecho y su ruido, como habiendo sido absorbido por la magnitud repentina de los disparos, de aquella agitación, Jean Louis se acercó de nuevo a los pies de las ruinas, a los escalones primeros de aquel edificio. Christ Halff le miraba cadavérico y mortal susurrando entre ruidos de agonía. Era el final merecido, pensó Jean Louis.

Jean Louis le sujetaba la cabeza por facilitarle la respiración. No entendía lo que le quería decir. Se quitó la chaqueta y la puso bajo la cabeza de Christ. El profesor se levantó nervioso, iba de un lado a otro pero sin intención de ir a ningún sitio. Cogió su teléfono móvil y comenzó a marcar un número.
–No tema por mí y no se atreva a lamentar esta forma cobarde de abandonar la obra, de salir de escena, de huir.
Eran frases inconexas desprovistas de cualquier significado. Quería apretarse la herida, pero en realidad no acertaba a encontrarse el origen por donde la vida se le iba. Alzó un brazo, con los dedos abiertos y un gesto terrible, como recibiendo una descarga eléctrica y espasmódica.
–Vivir es una enfermedad que solo se puede curar con la muerte. Un gallo debemos a Asclepios -dijo.
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