La rutina amorosa es la única dichosa

Pedro Ludena comenta la nueva película de Jonás Trueba 'Volveréis'

Pedro Ludena
06/09/2024
 Actualizado a 06/09/2024
Vito Sanz e Itsaso Arana en ‘Volveréis’ de Jonás Trueba. | LOS ILUSOS FILMS
Vito Sanz e Itsaso Arana en ‘Volveréis’ de Jonás Trueba. | LOS ILUSOS FILMS

 ‘Volveréis’
Director: Jonás Trueba

Intérpretes: Itsaso Arana, Vito Sanz, Fernando Trueba
Género: Drama/Comedia
Duración: 114 minutos

En un mundo ajetreado, donde todos tienen prisa por vivir y la misma cosa no parece tener derecho a decirse dos veces, el cine se mantiene como un remanso de calma en el que tanto creadores como espectadores pueden detenerse a contemplar la magia presente en la vida diaria desde otra perspectiva, abstrayéndose de la nostalgia y de la incertidumbre que nos distraen de la belleza de la rutina. Una terapia para reivindicar que esa felicidad que parece imposible de alcanzar puede estar delante de nosotros día tras día y no darnos ni cuenta hasta que la vemos con otros ojos. 


‘Volveréis’ es el último largometraje de Jonás Trueba, hijo de Fernando Trueba, en el cual nos narra la ruptura de una pareja, la de Alex (Vito Sanz) y Alejandra (Itsaso Arana), que tras quince años juntos deciden celebrar su separación con una fiesta, algo atípico pero que parece una gran idea para una película, tan buena es que los mismos protagonistas se vuelven actores, y ella además directora, de la propia cinta sobre su separación amistosa. Así es, ‘Volveréis’ es una de estas historias donde la realidad y la ficción se mezclan y trastocan, donde sus personajes están tanto delante como detrás de la cámara. Una película dentro de otra, que a su vez está coescrita por la pareja protagonista (la de carne y hueso) basándose en una idea real del auténtico Trueba padre y que presenta tal cantidad de desdoblamientos entre lo real y lo novelesco que no me hubiera sorprendido girarme en la butaca y ver que había una cámara apuntando hacia mi también. 


Debo de confesar mi debilidad por las obras autoconscientes, hablo de filmes como ‘Adaptation. El ladrón de orquídeas’, escrita por Charlie Kaufman, que simultáneamente cuenta el proceso de redacción de la misma a manos de un Nicolas Cage que encarna a dicho guionista, la cual me dejó boquiabierto después de que me la recomendara un amigo. Ahora aprovecho la ocasión para devolverle el favor aconsejándole, a él y a todos, que vayáis a ver ‘Volveréis’. El proceso detrás de la película que efectivamente vemos no es algo que se observe a menudo, por ende cualquier cinta que sepa emplearlo a su favor destacará entre la cartelera gracias a una idea que siempre se siente original, aunque esencialmente no lo sea, y el título de Trueba hijo es el mejor ejemplo de metaficción que jamás haya visto en una producción española. No por la sutileza de la mano de la cineasta protagonista o por el desarrollo imprevisible de la trama, como es el caso con ‘El ladrón de orquídeas’, sino más bien por todo lo contrario. Los errores de racord, los planos inestables, los cortes repentinos son deliberadamente notorios, como si de una producción amateur se tratara. Y aunque puede llegar a abusar de estas imperfecciones premeditadas, su recurrencia solo hace que sumar al mensaje de la historia, enseguida llegamos a él, creando sus particulares y fugaces instantes donde se aprecia la belleza del error que se repite pero nunca es igual. Unos desperfectos técnicos fruto de la propia indecisión de una directora cuyas dudas sobre su relación impregnan el celuloide, mutándolo constantemente pero en vano, porque la trama subyacente nunca se ve alterada por estos malabares estéticos y tanto ella como su compañero no pueden escapar de los designios de un amor que los une y los separa a voluntad, una que se puede tratar de interpretar, ellos lo intentan con una baraja de tarot con temática de Ingmar Bergman, pero nunca comprender.

 

Imagen poster
Afiche de la película.

A pesar de su apariencia de comedia romántica, el subtexto de ‘Volveréis’ no deja de ser el de un drama enmascarado por la cotidianeidad de dos personas que tratan de poner punto y final a años de relación poniendo al mal tiempo buena cara. A lo largo de toda la película ambos reiteran sin parar «pero estamos bien eh», como un mantra que deben recordarse cada poco para no asomarse al vacío incierto de la soledad próxima; hasta el punto de que uno de sus amigos al que proyectan su tragicomedia particular critica lo repetitiva que se vuelve. Sin embargo, es precisamente esa repetición lo que busca esta película. En palabras del filósofo Sören Kierkegaard, al que citan en más de una ocasión: «El amor-repetición es en verdad el único dichoso». La cinta sigue la corriente de pensamiento de este existencialista danés, el cual defiende que la clave de la vida es la rutina, una idea que Jonás Trueba recupera en su obra. En un momento dado el padre de Alejandra, que nos brinda un cameo muy en la línea metanarrativa del filme, le presta a su hija un libro de Kierkegaard, titulado, como no, ‘La repetición’, para que esta lo consulte, refiriéndose al autor como uno para el que emociones como el amor o la fe no podían entenderse mediante la filosofía común, siendo necesaria una nueva. Para Jonás esa filosofía es la del cine. 


Con ‘Volveréis’ el cineasta madrileño reivindica la felicidad que entraña la repetición, los ritmos de la vida diaria. El séptimo arte pareciera que rehúye de mostrar los quehaceres del día a día, tratando de ofrecer siempre una versión edulcorada y acelerada de la vida, cuando este es el medio ideal para representar el encanto del amor más habitualmente puro. Las películas románticas siempre tienden a reflejar los aspectos más llamativos del amor, perpetuando los clichés comunes del primer flechazo o el desenlace dramático, pero hay muy pocas que presenten el amor más común, sin la inquietud de la esperanza ni la melancolía del recuerdo, el de dos personas que se han acostumbrado la una a la otra, disfrutando de la seguridad del instante, valorando lo que damos por sentado cuando estamos a punto de perderlo. 


‘Volveréis’ se detiene para observar lo maravillosamente ordinario, los pequeños gestos y paralelismos que, aunque a menudo se nos olvide, son el recordatorio constante del amor maduro, del que se profesan padres y abuelos, del que no necesita carreras de última hora al aeropuerto ni pedidas de mano en la torre Eiffel, más de compañía y comprensión, complementando la vida de un prójimo que no se la imagina sin el otro y viceversa. Todo observado desde una perspectiva autoconsciente que le sienta como un guante a una historia que desprende tanto cariño que es imposible que no traspase la pantalla.

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