Rossini se multiplica en el Teatro Real

El montaje del noruego Stefan Herheim para ‘La Cenerentola’ disfraza como el compositor a los miembros del coro y al propio director Riccardo Frizza. Este jueves puede verse en Cines Van Gogh

Javier Heras
22/11/2023
 Actualizado a 22/11/2023
Un momento de la representación de la ópera de Rossini ‘La Cenerentola’ en el Teatro Real. | ERIK BERG
Un momento de la representación de la ópera de Rossini ‘La Cenerentola’ en el Teatro Real. | ERIK BERG

Para inaugurar la temporada de su centenario, y poco después de lograr el premio a Mejor Ópera del Mundo, el Teatro Real programaba a Rossini después de una ausencia de ocho años. En concreto, ‘La Cenerentola’, que no se veía en Madrid desde hacía veinte. El compositor de ‘El barbero de Sevilla’ y el libretista Jacopo Ferreti se basaron en 1817 en el cuento de Perrault sobre la sirvienta huérfana de la que se enamora un príncipe, pero lo despojaron de todos los elementos mágicos y lo convirtieron en un enredo realista y muy divertido. En cambio, esta versión de Stefan Herheim recupera la fantasía. El director noruego juega con los planos de realidad y ficción y propone un constante movimiento, con abundancia de gags y disfraces. En la acción interviene el mismísimo Rossini, encarnado en el director de orquesta: Riccardo Frizza abandona el podio y sube al escenario, y de hecho usa su batuta como varita mágica. El propio coro también se viste del compositor y acompaña con bailes burlescos, como en un cuadro de Magritte.

‘La Cenerentola’ se proyecta el jueves 23 de noviembre en Cines Van Gogh, en una grabación de septiembre de 2021. El afamado regista escandinavo (1970) debutaba en el Real con una puesta en escena ya estrenada en Oslo en 2017, de la cual también firma los decorados, muy coloristas. El elenco incluye solistas de primer orden. En el complejo personaje de Angelina, escrito para contralto, brilló la mezzo francesa Karine Deshayes (1973) gracias a su musicalidad, su dominio de las agilidades y adornos y, ante todo, a su carácter humano y su convicción. El príncipe Don Ramiro, con arias propias de la ópera seria, recayó en el tenor ruso Dmitry Korchak (1979), de bello fraseo, aunque los mayores aplausos fueron a parar al joven barítono francés Florian Sempey (1988), mérito de su gracejo como actor y de su perfecta dicción en los pasajes endiabladamente rápidos del criado Dandini. Lo mismo puede decirse de un belcantista consumado como Roberto Tagliavini (1976). Por su parte, la batuta del experimentado Frizza (aplaudido por ‘Tancredi’ en este mismo escenario en 2007) mostró conocimiento, transparencia y elegancia. 

opera2

En plena pandemia, ‘La Cenerentola’ devolvía al público la sonrisa con sus brillantes números de conjunto, su riqueza melódica y su paleta orquestal. Parece mentira que el «cisne de Pésaro» (¡menudo apelativo para un sibarita gordinflón!) la concibiera a toda prisa, en apenas 24 días, para el estreno en 1817. Todavía más asombroso resulta que a sus 25 años ya contase con 19 óperas a sus espaldas (entre ellas su mayor éxito, ‘El barbero de Sevilla’, que vio la luz el curso anterior). El libreto de Ferreti se inspiró lejanamente en el cuento ‘Cendrillon ou La petite pantoufle de verre’, publicado por Perrault a finales del siglo XVII y recopilado por los hermanos Grimm en sus ‘Cuentos de la infancia y del hogar’ (1812), pero cambió al personaje de la madrastra por un padrastro tiránico, y el zapato de cristal por un brazalete. Tampoco hay hada madrina (aunque sí un filósofo, Alidoro) ni hechizo hasta medianoche. 

Rossini la presentó en el Teatro Valle de Roma con él mismo a la batuta, y pronto alcanzaría el éxito en Europa: llegó al año siguiente a Barcelona y solo nueve después a Nueva York. Se consideró atrevido que la protagonista –una sirvienta– se eleve sobre el resto por su nobleza de corazón. Su perdón final no es fingido, sino honesto. También sorprendieron sus rasgos melancólicos, y la búsqueda del amor verdadero por parte del príncipe; una dimensión sentimental más profunda de lo establecido en el género. Rossini, en pleno apogeo, crearía otras doce obras hasta 1821; después vendrían algunos títulos serios, la fatiga creadora y su extraña retirada –sobre la que aún no existe consenso– antes de cumplir 40, aún en la cima.

Ninguneado por los veristas, sufrió el ostracismo durante la segunda mitad del XIX y casi todo el siglo XX. Hasta que en las últimas décadas lo rescataron expertos como Alberto Zedda, musicólogo que lo compara con el teatro de Molière o con la pintura abstracta. Ya lo explicaba Schopenhauer: «No necesita el libreto, su música habla su propia lengua».

Archivado en
Lo más leído