Cines Van Gogh se adelanta al día de San Valentín con
‘Romeo y Julieta’, el romance de Shakespeare que
Kenneth MacMillan convirtió en ballet en 1965. Sin embargo, esta es una versión única: no se trata de la filmación de una coreografía sobre un escenario, sino de un largometraje rodado en estudios de cine y localizaciones reales. Con secuencias al aire libre en la plaza de un mercado, interiores en los salones de un palacio renacentista, duelos de espadas bajo la lluvia. Así, la magia de la acción nunca se rompe con aplausos, caídas del telón o cambios de decorados; el vestuario brilla mucho más a la luz del sol; los primeros planos hacen más conmovedor el drama. Se trata, en fin, de una película con todas las de la ley, que condensa este clásico contemporáneo de la danza para el público actual (de ahí que la partitura se reduzca a unos 90 minutos, la mitad del original). Las salas leonesas la proyectan este sábado 11 de febrero.

Sus directores, guionistas y productores, Michael Nunn y William Trevitt, se criaron en la escuela del Royal Ballet, donde fueron solistas antes de fundar la compañía BalletBoyz y de dar el salto al cine. Ganadores del premio Emmy, para el elenco de ‘Romeo y Julieta’ hicieron un casting abierto (estos procesos suelen suceder de puertas para adentro). «Todos los que se presentaron tenían la técnica», contaron en rueda de prensa; «pero lo que buscábamos era algo más: sus personalidades, su carisma, su encanto». Tanto Francesca Hayward (Nairobi, 1992) como William Bracewell (Gales, 1991) cautivan a la cámara, resultan creíbles –incluso parecen adolescentes– y destacan tanto por su naturalidad como por la precisión técnica de sus pasos. Habían bailado los papeles con anterioridad, pero nunca juntos. Los acompañan otras estrellas de la compañía de Covent Garden como Matthew Ball (Liverpool, 1993) y Marcelino Sambé (Lisboa, 1994).La tragedia de los amantes de Verona, publicada en 1594, ha inspirado multitud de adaptaciones: de la primera de Galeotti (1811, Real Ballet de Dinamarca) a, ya en el siglo XX, la de Balanchine (Montecarlo, 1926) o la considerada canónica, de Leonid Lavrovsky (Kirov, 1940). Fue el primero en emplear la música de Prokofiev, de tono oscuro, llena de complejidad rítmica, disonancias en la armonía, invención melódica, líneas imprevisibles, cambios de dinámica, lirismo y tanta capacidad para el vigor como para la delicadeza. Serge Lifar recurrió a la misma partitura en París en 1955, como lo haría Frederick Ashton para el ballet danés de Copenhague ese mismo año. Solo un curso después llegaría a América con el Ballet de Cuba de Alicia Alonso.En 1964, la responsable del Royal Ballet, Ninette de Valois, quiso incorporar al repertorio de la casa la versión de Lavrovsky, coincidiendo con el cuarto centenario de Shakespeare, pero la URSS negó los permisos. Hacía falta una nueva obra sobre el mismo tema. Y quién mejor que Kenneth MacMillan, que elaboró un clásico contemporáneo lleno de realismo, emoción y riqueza visual y narrativa. Su estreno, con los célebres Nureyev y Fonteyn, recibió 40 minutos de aplausos; desde entonces se ha repuesto en 500 ocasiones.

El escocés (1929-1992) vertebró la estructura en torno a los ‘pas de deux’ entre los amantes: su primer encuentro, el balcón, la despedida al amanecer, la muerte. Aparte de los vibrantes pasajes colectivos y del vestuario del ilustre
Nicholas Georgiadis, sobresale el desarrollo psicológico de Julieta, de niña obediente a mujer rebelde que toma decisiones. Sus pasos van reflejando esa confianza.
Nada debía resultar decorativo; los bailarines no hacen poses ni saludan los aplausos. El creador de ‘Mayerling’ rompió convenciones e hizo evolucionar la danza desde el naturalismo. La propia Julieta no entra a lo grande, sino que llega al baile (¡en su honor!) discretamente. Son dos figuras a merced de una sociedad patriarcal. Incluso su muerte es inútil, lejos del mensaje original de reconciliación de las familias.
Narrador de gran instinto teatral, el último tótem de la escuela inglesa comenzó aquí su ascenso. Empleó recursos insólitos, como la quietud: Romeo ve a Julieta y se queda congelado. En contraste, los dúos son exuberantes, muy técnicos y llenos de carga erótica. Hoy todavía impacta por su exploración del dolor y por sus personajes descarnados, como ese Romeo que baila con el cuerpo inerte de su amada.