La música forma parte de todos nosotros, nos une y nos diferencia a unos de otros, como una esencia viva, un legado intergeneracional e incorpóreo, intrínseco a toda cultura humana. Y, como a todo tesoro autóctono que se precie, nunca le faltarán invasores dispuestos a hacerlo suyo. ‘Los pecadores’ ve y oye la música como el alma de un pueblo, una que amenaza con ser consumida y blanqueada por sus insaciables invasores, llevando a la literalidad el término vampirizar.
La premisa de ‘Los pecadores’ es cuanto menos llamativa. En 1932, una pareja de hermanos gánsteres vuelve a su pueblo natal de Mississippi, en plena América de Jim Crow, para montar un local de blues junto con la ayuda de su primo, un músico de tal talento que, según la creencia popular, es capaz de invocar a los espíritus cada vez que rasga su guitarra. Sin embargo, esa mágica melodía también atrae a unos visitantes no bienvenidos, unos que buscan alimentarse de la sangre y el ritmo que fluye por las venas de las gentes del lugar.
El cine recupera a Ryan Coogler después de una década de cautiverio en manos de las franquicias. Y no es que al director de ‘Creed’ y ‘Pantera Negra’ le haya ido mal estos años, aunque, después de colar su impronta autoral a través de los estrechos barrotes que las licencias de Rocky y Marvel dejan a los directores, ya había expectación por verle liberado de sus cadenas, dando rienda suelta a su estilo marcadamente racial, intenso, musical y característico. ‘Pantera negra’ disipó todo tipo de duda sobre la importancia de la cultura negra en el cine de Coogler, donde hasta su villano, interpretado por su inseparable Michael B. Jordan, que esta vez protagoniza ‘Los pecadores’ por partida doble, haciendo de los gemelos protagonistas Smoke y Stack; se ganó la simpatía de muchos por su violenta respuesta contra el racismo, una suerte de Malcom X de Wakanda, al que se contraponía su respectivo Martin Luther King Jr., el héroe a quien daba vida Chadwick Boseman, antes de perder trágicamente la suya propia. Si en su día consiguió darle algo de color al apagado género superheroico, ‘Los pecadores’ es el primer gran ejemplo de todo lo que Coogler es capaz de hacer cuando se le da un lienzo en blanco.

‘Los pecadores’ baila con el diablo en cada una de sus decisiones. Es arriesgada, descarada, decididamente sexual, violenta y encima es un ‘action-horror’, una combinación más propia de una cinta de serie B de los ochenta que de un blockbuster moderno, pero se sale con la suya en cada ocasión. Su primer salto de fe lo da en su estructura narrativa, dedicando la primera mitad de la trama a presentar a los protagonistas y a su entorno, solo para pasarse la segunda mitad masacrándolos a manos de vampiros sureños. No obstante, lo rico de su guion y lo bien escritos que están sus personajes, hacen que ese primer acto se sienta tan ligero como necesario para entender sus motivaciones y compadecerse de estas pobres almas una vez comienzan a luchar por salvarse.
El otro, y principal, órdago de ‘Los pecadores’ es la predominancia de la música, que por momentos se adueña de la película y la convierte en un auténtico musical. Puede que en una historia de vampiros lo último que uno espere es que se pongan a cantar, pero es aún más sorprendente cuando estos momentos musicales son los puntos álgidos del filme. Coogler dota a su obra de una energía y unos personajes tan íntimamente vinculados a la música que cuando estos se arrancan a bailar no desentona con el tono del resto de la cinta, que sin tomarse demasiado enserio permanece cómodamente en el umbral del terror, un estilo que recuerda mucho al de otro director afroamericano, Jordan Peele. Y es que estos cineastas se aprovechan de tener en común su tono de piel con toda una inmensa minoría que tiene sus propios códigos y costumbres, que impregnan cada una de sus obras y las dotan de cierto blues apreciable incluso para el ojo más ario. ‘Los pecadores’ no trata de esconder una metáfora tan evidente como trágica, la vampirización de la cultura negra por parte de la uniforme mayoría blanca, que atraída por sus ritmos vibrantes busca hacerlos suyos, despojándoles de la identidad que los hicieron especiales en primer lugar, una suerte de colonización musical. No obstante, Coogler deja la puerta abierta al entendimiento en una escena final, es imperativo quedarse después de los créditos, en la que la música se extiende como un puente capaz de unir los mundos más opuestos y de conciliar a los enemigos más mortales, sublimándose en un tesoro etéreo que no merece la pena ser conquistado, sino compartido.
En definitiva, ‘Los pecadores’ es una grata sorpresa entre los anodinos estrenos de lo que va de año, una cinta fuera de su tiempo y de todas las restricciones contemporáneas, que va un paso más allá en los surrealista y visceral de su propuesta para deleitar a un público desacostumbrado a películas capaces de balancear el entretenimiento con el buen hacer cinematográfico. El particular ‘Abierto hasta el amanecer’ de Ryan Coogler está rompiendo récords en taquilla y en crítica. No obstante, confiemos en que no haya roto el molde para otros grandes proyectos que vengan después, apostando por las obras originales y atrevidas, por las que las audiencias están tan sedientas como los vampiros de sangre fresca. ¿Quién sabe? Puede que vivamos para ver un nuevo amanecer del blockbuster.