Redescubriendo a Gaudí 1ª parte

Josep Lluís Sert, admirador de Gaudí, fue el diseñador del Pabellón Español de la Exposición Internacional de París en 1937

José María Fernández Chimeno
14/07/2021
 Actualizado a 14/07/2021
Imagen del Pabellón de la Compañía Trasanlántica (1888).
Imagen del Pabellón de la Compañía Trasanlántica (1888).
"Ya los arquitectos modernistas, sobre todo Gaudí y Domènech i Montaner, exploraron y se valieron del doble uso de las cosas". (Mª del Mar Arnús / Ser(t) arquitecto; pag. 231).l.

No sería esta la única de las cualidades arquitectónicas que Josep Lluís Sert aprendiera en sus años de estudiante en Barcelona. Sert y Gaudí no eran arquitectos que se publicitasen a sí mismos, ni que estuvieran desesperados por aparecer en las publicaciones o en los medios de comunicación; por lo tanto, muchas de las cosas que hacían –como su relación con los subordinados– no se conocían y, aun así, después se tornaron como ejemplo para los demás arquitectos. Pero en lo que sí diferían, uno del otro, era en hacer una arquitectura de bajo coste; para Sert la vivienda de la clase trabajadora (Yonkers/1970) debería de ser sostenible y preocupada por el medio ambiente (sabía el precio de la hora de proyectar), en tanto a Gaudí le preocupaba más el resultado final, sin reparar en el gran coste de sus proyectos. De «alumno» aventajado a un profesor abierto y progresista, distaba toda una vida; pero donde Josep Lluís Sert aprendió sus primeras nociones de arquitectura fue en su juventud. El primer contacto con la obra de Gaudí bien pudo ser en Comillas, allí donde pasó los veranos de su infancia rodeado de una familia numerosa. En El Capricho, todo un ejemplo del "doble uso de las cosas" (ventanas musicales o barandillas-bancos), es donde vivían sus primos los López y los Güell.

Años después, Sert se matriculaba en la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona (llamada por finales del siglo XIX "la ciudad de las bombas") y como joven estudiante vivió las luchas sindicales participando en las algarabías callejeras; mientras, el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia crecía en altura, de la mano del genial arquitecto de Reus, ajeno al devenir de los acontecimientos. Antes de ingresar en la Escuela de Arquitectura (1923), trabajó en el diseño de las casas de veraneo de su madre y de su tía, en 1921, y valiéndose de los constructores y artesanos de la zona, aportó una serie de elementos exóticos para crear un ambiente moruno: «¿Para rendir homenaje a El Capricho que su venerado Gaudí había construido allí enfrente, para su tío Máximo Díaz de Quijano?». (Mª del Mar Arnús / Ser(t) arquitecto. Pág. 87).

Sucedió que el mismo año de la muerte de Gaudí, sería el año de su trascendental viaje a París (1926), donde conoció la obra de Le Corbusier y de la Bauhaus, como laboratorios de arquitectura del Movimiento Moderno. La admiración del "pequeño gran hombre" por aquel tertuliano sagaz (Le Corbusier) le llevó, cuando era estudiante, a convencerle para que acudiera a Barcelona y defendiera su ideario arquitectónico, en 1928. Tras dos conferencias, le propuso conocer el Gótico catalán y la obra de Gaudí, que ignoraba pero que le impresionó sobremanera, con una especial atención por la cubierta (tomando apuntes) de las Escuelas Provisionales.

Pasados nueve años, en plena Guerra Civil española, Josep Lluís Sert se halla en el bando republicano y acepta diseñar el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París (1937). Si "Dios no juega a los dados con el universo", en ocasiones, parece que si lo hace el destino, al unir al maestro y al alumno (Gaudí y Sert) en un mismo tipo de encargo (Gaudí diseño para el marqués de Comillas el Pabellón de La Compañía Trasatlántica); mas, aquello que para el joven Gaudí representó su proyección profesional, para Sert supuso, por su compromiso con La República, el ser condenado a la inhabilitación como arquitecto de por vida y quince años de destierro. Al mismo tiempo, los grandes arquitectos europeos Mies van der Rohe y Walter Gropius emigraron a Norteamérica. Nueva York era la tierra prometida, pero, como exiliados políticos españoles, a los Sert les estaba vedada la entrada en Estados Unidos y tuvieron que ir a Cuba, donde el arquitecto gozaba de buenas relaciones en La Habana. Sus amistades le ayudaron a obtener la nacionalidad cubana y así pudo entrar en USA (en 1939), aunque no por ello tendría problemas morales a la hora de colaborar con dictadores como Batista (diseñando el Plan de La Habana y el Palacio presidencial, que el comandante Fidel Castro mandaría parar).

Desde su dorado exilio Josep Lluís Sert no se olvidó de Gaudí, por ser el arquitecto que empezó copiando la naturaleza, guiado por el instinto, y más tarde por sus conocimientos de la geometría descriptiva (superficies regladas: paraboloide hiperbólico, sinusoide, elipsoide, etc.). Los accesos principales a la Casa de los Botines y al Palacio Episcopal de Astorga son también el resultado de una interacción ingeniosa de superficies regladas. Según afirmaba, "Gaudí fue el mejor escultor abstracto de nuestro tiempo". Instalado ya en Manhattan, Sert se dedicó a dar conferencias, escribir sobre urbanismo y difundir la arquitectura (moderna) de Gaudí, sobre todo cuando es llamado por Gropius para continuar su labor en la Universidad de Harvard, junto a una importante colonia de intelectuales y artistas europeos que, como él, habían tenido que huir de Europa. El arquitecto comenzó su intensa labor docente en la Universidad de Harvard –llamada la Atenas moderna, en 1953 y hasta 1969– al ser nombrado jefe de estudios del Departamento de Arquitectura de la Escuela de Diseño; y adquirió fama de aristócrata progresista, culto y liberal que seducía a los jóvenes alumnos. También homenajeó a "su maestro", no solo con palabras, sino que buscó proyectar la Iglesia de Tumaco (1948) con paraboloides hiperbólicos, diseñados conjuntamente con su amigo el arquitecto Félix Candela (que recuerdan a los de Gaudí en la Colonia Güell). [ver artículo: El estilo Gaudí. ¿Qué estilo? 4ª Parte. (LNC, 12-09-20)]

"Con el paraboloide hiperbólico Gaudí descubrió un mundo de técnicas y ritmos espaciales que rompían con todos los ritmos y las soluciones rectilíneas habituales; gracias a esa figura se alejó del punto del arco gótico y llegó a la plenitud de su libertad creadora […] La primera obra en la que Gaudí utilizó la forma del paraboloide hiperbólico fue, en 1884, la glorieta del campo de las Higueras de la Finca Güell, en Les Corts de Sarrià […] También en la base de los pináculos de la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia se observa el uso de los paraboloides hiperbólicos, en la cubierta superior de las naves y las sacristías […] en los campanarios y en el cimborrio, donde estas superficies, que exteriormente muestran la parte cóncava, alcanzan gran altura". (Gaudí. La búsqueda de la forma / Giralt-Miracle, Daniel. 2002).

Para concluir, cabe recordar que mientras descollaba en su labor docente, Sert escribió un libro sobre Gaudí, junto a J. J. Sweeney, titulado ‘Antoni Gaudí’ (The Architectural Press, Londres, 1960), que tendría otra edición revisada (impresa por Praeger, Nueva York, 1970), y se convirtió en "quien dio a conocer" a Gaudí en los Estados Unidos, lo que a la postre conllevó una repercusión internacional de enorme calado. Esta ha ido creciendo hasta nuestros días, como una gran bola de nieve. Aun así, tendrían que pasar muchos años desde su muerte, para que una de las máximas de Gaudí se convirtiese en referente de la arquitectura del Movimiento Moderno, enlazando con la cita atribuida al arquitecto Mies Van de Rohe "Menos es más" (less is more): "Para que un objeto sea extraordinariamente bello es necesario que su forma no tenga nada de superfluo".

José María Fernández Chimeno es Doctor en Historia y experto en arquitectura.
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