El raposo, el más astuto carnívoro

El raposo ocupa este espacio cuyo autor trata de recuperarse del tremendo impacto de diez días de fuego y desolación

Jorge Escanciano
25/08/2025
 Actualizado a 25/08/2025
Muy pocas veces se ha podido documentar cuando los zorros recurren al canibalismo para lograr comida; la de la imagen es una de ellas | Jorge Escanciano
Muy pocas veces se ha podido documentar cuando los zorros recurren al canibalismo para lograr comida; la de la imagen es una de ellas | Jorge Escanciano

Tras 10 días de incendios parece que la situación se ha relajado un tanto en la Montaña de Riaño y los Picos de Europa. Me toca escribir de nuevo pero sigo con la cabeza en otra parte y me cuesta más de lo habitual, dicen que cuando terminan las llamas no termina el incendio, sino que sus consecuencias perduran.

Vengo a hablaros del raposo, posiblemente el carnívoro más astuto de cuantos nos rodean y el más extendido por toda la Península Ibérica y el de mayor distribución mundial. Oportunista como ninguno, su dieta se basa en los recursos más fáciles de obtener en el momento dado. Aunque en época de crianza de los cachorros suele preferir cazar conejos, cuyo aporte energético sea mayor. Come prácticamente de todo: pequeños mamíferos, invertebrados, carroña, frutos... y en ambientes humanizados se alimenta de basura y de carroña de animales domésticos.

Es uno de los pocos animales salvajes que todos conocemos desde niños, y que rara vez se confunde con otro, luego creo que la descripción física no es necesaria.

Ha sido, y continúa siendo en muchos lugares, perseguido. Antaño por su valiosa piel y en la actualidad porque para algunos no consigue superar la categoría de alimaña.

Su afición por las gallinas le ha creado muchos enemigos allí donde habita, pero para los rapaces que veraneaban en los pueblos, como era mi caso, verlo era maravilloso.

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 No siempre resulta sencillo fotografiar al raposo por su carácter esquivo (por la cuenta que les trae) | Jorge Escanciano

Recuerdo que, siendo yo muy pequeño, hubo un verano en el que una zorrina bajaba por las noches a comer las sobras que tradicionalmente se le echan a los gatos a la puerta de casa. Cada noche acudíamos al lugar todos los rapacines del pueblo, emocionados por verla aunque fueran unos segundos. En La Pinga nos esperaba Alfredo, que era el que con su forma de ser nos transmitía la ilusión por ver a la zorrina, y entonces nos metíamos todos los rapaces en su coche hasta que no cabía un alma. El coche ya estaba aparcado a pocos metros de donde el animal solía acudir y os podéis imaginar el panorama: 20 niños apretados en un coche y asomados a unas ventanillas a medio bajar para intentar ver algo sin que se empañaran, y si acudía... lo de aguantar en silencio no iba con nosotros. Son recuerdos imborrables, tal vez los primeros que tengo de este animal.

Durante estos 8 años que se cumplen ahora desde mi mudanza a la Montaña de Riaño lo he podido ver muy habitualmente, pero fotografiarlos no siempre es sencillo por su carácter esquivo (por la cuenta que les trae). No obstante, he podido vivir con ellos algunos momentos emocionantes y documentar algún comportamiento extraño.

Hace un par de años dediqué unos días a fotografiar a los cachorros de un par de meses en una zorrera a pie de una carretera. Es habitual que escojan taludes de carretera para criar porque ese hábito oportunista los lleva a aprovecharse de las carroñas de todos los animales atropellados, que en época de veraneo, con la gran circulación de vehículos, son muchos. Uno de esos días solo apareció a la entrada de la madriguera uno de los cachorros y del otro no había ni rastro, hasta que la madre apareció y se acercó por lo más píndio cargando un pequeño bulto extraño en la boca. Cuando estuvo cerca y conseguí distinguir lo que era no daba crédito: era la cabeza del segundo cachorro, que murió probablemente atropellado, y que no iba a ser desaprovechado. Vivir cerca de la carretera tiene sus ventajas y sus riesgos, y me quedó claro entonces que el raposo no deja pasar una oportunidad de conseguir comida, aunque recurra al canibalismo, hecho que pocas veces se ha documentado en España.

Desde el verano pasado también fotografío de manera habitual a otro ejemplar, este ha desarrollado un carácter confiado y ha aprendido a pedir comida a los turistas. Espera durante horas en una zona concurrida y al acercarse un coche se deja ver en la carretera. Raro es quien no para al ver a un raposo sentado al borde de la carretera, todos tenemos un teléfono con cámara y una oportunidad así no se deja pasar. El problema es que al ver a un animal salvaje, tendemos a pensar que necesita nuestra ayuda y queremos alimentarlo, porque pobrín, “¿qué va a hacer sino?”.

Lo primero que debemos saber es que nuestra comida puede provocarle enfermedades, puesto que su estómago no está preparado para digerirla. Además, si se acostumbra a la presencia del ser humano es muy probable que acabe siendo presa fácil de cazadores o víctima del furtivismo, o, por el lugar donde está, de un atropello.

Si se le alimenta de joven, como a este, tampoco aprende habilidades de caza, lo que va a dificultar su supervivencia.

Es muy tentador darle comida y verlo así de cerca. Incluso habrá quien lo haga siendo consciente de las consecuencias, solo para conseguir una foto.

Pero la naturaleza no necesita de nuestra intervención. El raposo sobrevivirá o no, dependiendo de sus habilidades y, en ocasiones, de una pizca de suerte. Nosotros debemos limitarnos a observar desde la distancia.

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