‘Cordillera’
Marta del Riego Anta
AdN Editorial
Novela
416 páginas
20,95 euros
Lo diré así, a bocajarro, sin anestesias ni contemplaciones: ‘Cordillera’, de la escritora bañezana y ciudadana de medio mundo, Marta del Riego Anta, es la novela que más me ha impactado de todas las que he leído en el primer tercio de dos mil veinticinco. ¿Es la mejor escrita? Puede que sí o puede que no. ¿Es la que desarrolla una trama más compleja o más enrevesada o más elaborada? Quizás también o tal vez no. ¿Su lenguaje es preciso y depurado, como revisado por un sanedrín de lingüistas, de filólogos y de correctores? Pues seguramente no lo sea. Entonces se preguntarán ustedes por qué me ha emocionado tanto o si me ha dado un jamacuco que me ha hecho perder el norte definitivamente.
No se inquieten por mi salud mental, sigue tan perturbada como de costumbre, y con ella voy tirando a duras penas. Lo mío con ‘Cordillera’ tiene que ver con el corazón más que con el cerebro. El arte, para que trascienda, te llega o no te llega. Hay cantantes de voz purísima que provocan bostezos y otros con la garganta rota que ponen los vellos como alcayatas, hay bailarines flamencos que lustran inútilmente los tablados y otros que arrancan astillas con el coraje de sus zapateados o, incluso, hay toreros que aburren a mantazos impecables a su rival y a los tendidos y otros que obligan al espectador a vivir con un ay perpetuo alojado en la campanilla cuando pisan terrenos inverosímiles y se ponen a merced de una cornada de tres trayectorias.
Y ‘Cordillera’ es como una estocada que me ha llegado al alma. Así de simple. Así de complicado. Así de contundente. Así de racial. Así de deslumbrante.
Marta del Riego Anta se mimetiza con la naturaleza, con la voz sin doblez típica de los aldeanos de la montaña leonesa, porque el lenguaje es auténtico e impregnado de rasgos del terruño. Nos traslada con él a los parajes y personajes que describe. En otro medio escrito dije que esta novela «es un telar que me presta mucho». Los que me lean esta vez, sabrán perfectamente de lo que hablo. Y tal vez, como yo, no se expliquen esa mutación de la antigua redactora de Vanity Fair o de la ensayista que una vez relató la historia del Real Madrid. O tal vez valoren todavía más esa transformación que la ha convertido en una novelista referencial de nuestro tiempo.
Nidia, la mujer montaña, Dario, el hombre del bosque, la osa, Evelio, el alcalde, Urraca, la veterinaria, y la galería de personajes secundarios que pueblan la novela crean un entramado dramático que engancha de principio a fin, por mucho que sean precisas más de doscientas páginas, antes de que se cometa un crimen previsible, y de que sea también previsible la identidad del asesino que lo comete. No importa que alguien se sumerja en el juego de buscar al asesino. Lo que importan son los sentimientos, las emociones y las situaciones, los contrastes y los conflictos. Y la tensión, y la nitidez y la clorofila que destilan las palabras que refieren los hechos, los diálogos y los coros como salmodias o retahílas o premoniciones o sentencias, que parecen rescatados del baúl de la tradición oral.

Como el senderista que recorre una ruta abrupta, así se sentirá el lector de esta novela que palpita aun sin abrirla y que se convierte en volcán en erupción cuando se despliega de par en par, como si fuera un ventanal de pasiones desatadas, de instintos irracionales que colocan a las personas a la altura (o al nivel) de los animales. Nidia, la pastora trashumante, es la heroína cuarentona y solitaria que resiste contra vientos y amenazas al frente de su manada de ovejas merinas, defendiéndolas de políticos, osos y lobos con la complicidad de sus fieles mastines de pura raza leonesa, tan de pura raza como ese dialecto patsuezu-llionés que se entrevera en conversaciones y pasajes. A su alrededor, como si fuera el centro de una diana que se quiere perforar, se sitúan un alcalde putero y corrupto, una amiga arisca que mantiene su fidelidad desde la infancia y un científico formal. Todos la codician, como la pieza inalcanzable y prohibida. Cada cual a su manera. Empleando sus armas para tratar de conquistarla.
Y entre ese marasmo de sentimientos encontrados, tratan de mantenerse a flote la dignidad, el instinto maternal que ve cómo se acerca su fecha de caducidad sin que Nidia le ponga remedio. Pero también hay un protagonismo fundamental de lo femenino, de las mujeres valientes y emprendedoras que se han esculpido a sí mismas y que se enfrentan sin rubor alguno a los cánones y las costumbres de una sociedad creada a la medida y bajo las leyes de los hombres.
Y al final, en un acto de heroica justicia literaria, la solidaridad se erigirá como paladina de un desenlace quizás trágico.
Hace algo más de un mes que leí este prodigio literario que tanto me ha impactado, pero aún aspiro el aroma de la tierra nevada, de los helechos empapados de escarcha, de la savia que destilan los árboles, del humo de las chimeneas y de los embutidos, y aún resuenan en mis oídos los ecos de aquellas palabras típicas del vocabulario leonés, que escuché en una tierra donde de aquella fui inmensamente feliz. Tanto como lo he sido ahora, al descubrir la nueva versión creativa de Marta del Riego Anta, esta fuerza desatada de la naturaleza, que escribe y emociona con cada palabra. Con su literatura de pura raza.