Promesas bajo el sol

El artista José Antonio Santocildes y la escritora Nuria Crespo nos sorprenden con esta danza mágica que surge entre el dibujo y el texto, entre los trazos y las palabras, para que todos podamos disfrutar cada semana de esta peculiar colaboración

Nuria Crespo
José Antonio Santocildes
31/08/2025
 Actualizado a 31/08/2025
Promesas bajo el sol. | JOSÉ ANTONIO SANTOCILDES
Promesas bajo el sol. | JOSÉ ANTONIO SANTOCILDES

No me despediré de ti con la angustia propia de una amarga despedida porque sé que algún día volverás. No me despediré mientras guardas tus cosas en esa dorada y brillante maleta llena de sueños que siempre te acompaña, porque sé que algún día regresarás. No me despediré con lágrimas en los ojos porque ha sido un placer vivirte, sentirte, amarte y disfrutarte. Pero sí lo haré con un cierto regusto amargo, ese que siempre me invade mientras me dices adiós con la mano, ese sentimiento que siempre se apodera de mi interior cuando comienzas a alejarte, ese que siempre te echa de menos, ese que nunca te olvida.

Hay un momento, un breve instante justo al final del verano, en el que el aire parece contener el aliento para contarnos que los días estivales están llegando a su fin. Es un momento fugaz, apenas perceptible, que se siente en el alma y en la piel. Un momento en el que sabemos que los días lluviosos amenazan con envolvernos de nuevo entre viejas memorias y nuevas nostalgias. Un momento en el que la brisa fresca nos susurra que nos esperan meses de recogimiento. Un momento, ese momento en el que la vida parece dormirse en algún recóndito lugar para dejar paso a una retahíla infinita de tonos fríos, blancos, negros y grises que nos encogen por dentro.

Nuestro resplandeciente caballero dorado se desvanece lentamente, sutilmente, llevándose con él algo de nosotros, como ese sentimiento de libertad que nos dan las horas extra de sol. Esa sensación de ligereza que nos invade al abrir la ventana por las mañanas o esa experiencia única de no solamente estar, sino sentirnos vivos dentro de un mundo que parece detenerse solo para abrazarnos, solo para reconfortarnos. Pero de pronto todo lo vivido se convierte en un eco tenue y lejano que ya no podemos alcanzar. Se convierte en un recuerdo que pesa como una piedra en el corazón, porque con el primer soplo de septiembre, algo se rompe, algo se pierde, algo se aleja.

El final del verano, pues, es un duelo silencioso, sin lágrimas ni crueles despedidas, pero ahí está cuando recoges todo tu mundo veraniego en el fondo del armario. Cuando te das cuenta de que los días son más cortos y las sombras más largas. Cuando el silencio comienza a inundarlo todo con su pesado manto. Cuando las risas se apagan, el buen humor se extingue y la calma se aleja dejando paso al caos, la prisa, la ansiedad y el estrés. Porque el verano es mucho más que una bonita estación; es un modo de vida. Es exprimir hasta el límite cada momento, es atreverte a hacer cosas que nunca habías hecho. Es vivir a tope, soñar al máximo, reír como nunca, disfrutar cada día de cada emoción, de cada espectáculo que la naturaleza nos ofrece. Es sentir que todo merece la pena, es percibir la vida palpitando en las venas, gritando en la sangre. Es amor y amistad, es conexión, es un suspiro de alivio, es aliento y esperanza. Representa, en definitiva, todo lo bueno que la vida nos ofrece. Es vivir la vida en su máxima expresión, es esa versión de ti que solo florece cuando el mundo se baña en luz y color, cuando el mundo se calienta y brilla.

Cierra los ojos, respira. La brisa ya no es cálida. Es la primera señal de la despedida, es el verano comenzando a desplegar sus alas para alzar el vuelo mientras te susurra que no lo olvides, que guardes todos los buenos momentos que te regaló dentro de ti hasta que volváis a encontraros. El verano te pide que recuerdes las risas, el calor, los colores, los sonidos y sabores. Que atesores en tu interior todas esas promesas que hiciste bajo el sol, con todos y cada uno de los rayos que aún calientan tu memoria, para que el invierno, ese que ya se intuye en la lontananza, sea un poquito más llevadero. Porque el verano no muere, solo se duerme esperando un nuevo renacer. Esperando ese día en que todo comience a despertar nuevamente, henchido de vida.

Hasta pronto, querido verano; hasta que volvamos a abrazarnos de nuevo, te echaré de menos cada día. Echaré de menos tus bellos, largos y luminosos momentos. Echaré de menos el calor de tu sol sobre mi piel, la alegría que parece iluminar los rostros de la gente en estos meses. Echaré de menos el frescor de la hierba bajo mis pies, el aroma de las flores que riegan de intensos colores los campos, el rumor de los arroyos y las verdes hojas de los árboles. Echaré de menos tu cielo azul, los paseos nocturnos, los encuentros con viejas amistades. Echaré de menos tu luz, tu color, tu magia y alegría. Echaré de menos todo lo que eres, todo lo que simbolizas y expresas, todo lo que me permites vivir en el transcurso de tu efímero paso por mi vida.

 

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