El segundo gran atractivo de esta producción –que ha agotado localidades y podrá verse en directo en Cines Van Gogh este martes a las 19:30 horas– es la dirección escénica. El nombre de Simon Stone nos sonará por su ‘Yerma’, la radical adaptación contemporánea del texto de Lorca que en 2016 deslumbró en el National Theatre londinense con Billie Piper de protagonista. Galardonada con el Laurence Olivier, dio el salto a Broadway y se proyectó en cines. El aclamado actor y dramaturgo de 35 años, nacido en Basilea y criado en Australia, ha conquistado Ámsterdam –fichado por Ivo van Hove–, París o Madrid, con su Medea para el Festival de Otoño de 2018.

Stone, con frescura y rigor, subraya la soledad e hipocresía de estos tiempos de egocentrismo. Así, enlaza a la perfección con la crítica social que Verdi lanzó allá por 1853. El compositor sabía de lo que hablaba: viudo durante casi una década, en 1848 se enamoró de la ilustre soprano Giuseppina Strepponi, madre de tres hijos ilegítimos. Convivieron en Busseto sin casarse, un pecado por el que los vecinos les hicieron el vacío. Acabaron mudándose a París. El maestro quiso reivindicar a la mujer caída que se redime de su pasado. Por eso le interesó ‘La dama de las camelias’, que por amor abandona a su querido Armando (Alfredo en la ópera), hijo de una familia burguesa cuyo honor no desea manchar. La novela de Alejandro Dumas, hijo, traducida a 100 lenguas, se basaba en una musa real: Alphonsine Plessis, una cortesana cuya belleza y encanto le permitieron vivir con gran lujo, mantenida por los aristócratas, hasta su muerte por tuberculosis a los 23 años. Para la ópera, el libretista Francesco M. Piave (Rigoletto) respetó el texto original, condensado en un drama de interiores. Primero la titularon Amore e morte.
Verdi, que nunca había puesto música a un cuadro de la vida contemporánea, pretendía escandalizar al público al subir el telón con personajes vestidos igual que ellos. El experimento se frustró por culpa de la censura, que obligó a trasladar la acción un siglo atrás. Aquello contribuyó al fracaso de su estreno en Venecia, junto con la interpretación de una soprano demasiado madura y oronda, que no resultaba creíble como una joven moribunda. Con el tiempo, ‘La traviata’ se convirtió en favorita del público. Admiramos tanto la humanidad y grandeza de sus personajes –imperfectos, lejos de los arquetipos caballerescos– como una música inspiradísima, llena de melodías inolvidables (Amami Alfredo, Libiamo). El canto refleja todos los estados de ánimo y los matices del texto, y la orquesta recrea el París del XIX con los bailes de moda (polca, vals).