Picasso, niño prodigio y luego mucho más que un artista excelente, más que un gran maestro de la pintura, más incluso que un autor genial: un arquetipo, seguramente ha sido la última figura que penetró en la Historia del Arte antes de ser clausurada. Escribió Juan Antonio Ramírez: «Picasso dejó, tras su muerte, un vacío colosal. Es preciso tomar aliento y sobreponerse para no aceptar que la historia de la creación plástica terminó con la desaparición de este artista en 1973».

Cuando uno le ve de viejo pintando en las películas de Paul Haesaerts o en la de Clouzot se da cuenta de toda la sabiduría visual que almacenaba, en cuatro trazos esquematiza las formas más complejas; pero también se le ve como una fábrica de garabatos, impulsado a pintar por una inercia descomunal a punto de ser desesperada, un ‘horror vacui’ sin límites que sólo quien haya pintado alguna vez puede imaginar. Ha sido muy comentado un momento del film de Clouzot, cuando al director le quedan pocos metros de película avisa al pintor para que le dé tiempo a acabar la composición y este se muestra despreocupado, al faltar sólo ocho segundos dice «está bien, está bien». Se dedica entonces a tapar con pintura negra prácticamente todo lo que ha hecho antes, como volviendo al comienzo, y lo que al principio había sido un pez para luego ser un ave finalmente se convierte en un fauno en pocos segundos.
En realidad, el gigante Picasso ha estado como muerto para España mucho tiempo, no sólo ahora, cincuenta años después de su fallecimiento real, sino también estando vivo con su residencia en Francia, sus cuarenta años sin poder entrar en el país mientras duraba la dictadura franquista, su ‘Guernica’ fuera y luego en la enorme vitrina blindada… Extraña que, habiendo tenido tanto éxito, le interesase mucho el libro de Balzac ‘La obra maestra desconocida’, quizá tenía que ver con su relación con España para la que sus famosas pinturas siempre han sido, de un modo u otro, desconocidas.