Si tu naces en una venta, una casa de comidas, que cuando llegan unos pidiendo truchas tu madre te dice ‘baja al río y trae truchas para cuatro’, que fue mi caso... si no sabes pescar es que eras muy tonto y, perdona que te lo diga, yo de tonto no tengo ni un pelo, ni siquiera de estos del bigote, que son más cortos».
La frase la decía Paulino, a punto de cumplir los noventa, sentado a la puerta de su casa al lado del río, en El Castillo, liberado de ser políticamente correcto en la entrevista grabada y a un casi vecino pues Paulino, de apellido El Guarda del Castillo, había nacido en un lugar cargado de historia, La Venta de la Herrera de Getino, cerrada ya hace unas décadas y donde la seña de identidad eran las patatas con carne... y las truchas frescas. «Y tan frescas, recién pescadas, muchas veces las enseñamos todavía vivas», remata con esa sonrisa pícara que siempre mostraba debajo de su bigote, dando a entender que siempre sabía algo más de lo que decía. Y era verdad. No en vano un latiguillo muy suyo era «si yo te contara».
Alguna vez lo contaba. Lo iba dejando en pequeñas pinceladas, muchas veces mientras tomaba un vino, otras después de la partida de cartas por los bares de la comarca, donde se había convertido en el mejor tertuliano.
- Es que en esta comarca serás la mayor institución.
- Bueno...;decía con un gesto que no llegaba a ser de negación y una sonrisa de aceptar el halago.
Y para que no quedara en el aire el halago siempre había alguien que recordaba un hecho que no es menor. En una de las obras del gran Miguel Delibes, Mis amigas las truchas, Paulino es el único que tiene un capítulo dedicado a él y con nombre propio. «No tenía queja de mi, se lo enseñé todo porque él mucho más cazador que pescador, pero le gustaba la pesca, disfrutaba, hasta se ponía a cantar, cosas suyas».
- ¿Qué canta don Miguel?
- Canciones castellanas;me decía.
Y siempre contaba Paulino la anécdota de la sapina. «Yo le decía, vamos de aquí que hay sapina y donde hay sapina no se pesca nada. Y él se negaba, decía que eran manías mías; hasta que un día estoy en casa y me llama: Paulino, tenías razón, estoy en el río Rudrón de Burgos y hay sapinas y no se pesca nada».
- No lo entiendo bien...
- Coño, es muy fácil, que los sapos copulando espantan las truchas ¿Ahora ya lo entiendes?
Era la rutina del viejo pescador, del antiguo guarda, sus costumbres de pueblo, su mirada al río, su salud... y los recuerdos, las conversaciones que siempre giraban sobre el río y la pesca, aquello que le acompañó desde niño, cuando bajaba al Torío por truchas para La Herrera.
- ¿Cuántos años de guarda?
- Más de treinta, siempre aquí, hasta que hice del Castillo el mejor coto de la provincia.
- ¿Hiciste el mejor coto?
- Está mal que lo diga yo, pero cuando yo llegué ni había guarda, ni orden, ni nada. Cada cual hacía lo que le daba la gana, nasos, electricidad, lejía... y había mucha trucha pero con todo se puede acabar. Y mira lo que pasó.
- Dices mucha trucha, lo dicen todos los antiguos pescadores, ¿eso qué significa?
- Te lo voy a contar. Yo llevaba 10 kilómetros de río, lo recorría a diario, fuera invierno o verano ¿Sabes cuántas truchas veía desovar? Bueno, antes, ¿sabes lo que es desovar?
- Hasta ahí llego. Verías por lo menos veinte mil.
- Y cincuenta mil también.
Reconocía sin dudar que había sido el ‘gran enemigo’ de los furtivos. «A mi si me pagan por vigilar, vigilo. Y en el río se me engaña mal, me tengo quedado toda a noche esperando a los que iban al amanecer, o en plena noche, de furtivos y cuando me aparecía se quedaban pálidos.
Siempre hablaba Paulino con claridad, no evitaba ningún tema, sabía de su fama de duro pero lo resumía en esa frase: «Hasta que hice el mejor coto de la provincia». Incluso no evitaba los nombres de los furtivos más habituales:«Hubo uno con el que me las tuve muy tiesas con uno que le decían Poblaciones, era listo, pero le atrapé. A mi en el río se me engaña mal».
Se acaba de ir, con 96 años, un clásico de Omaña nacido en Getino. Qué mejor definición que la que nos regaló el maestro Delibes: «Con sus patillas de hacha y su bigote bien poblado, con su sonrisa blanca y su elocución expansiva, se encuentra uno a Paulino tomándose unas tapas en el bar de Sandalio».
Sandalio ya se había ido. Paulino se acaba de ir de guarda al río eterno.