París aclama el 'Don Carlos'

El tenor alemán Jonas Kaufman lidera el estelar reparto de la ópera de Verdi que este jueves se exhibe en los Van Gogh

Javier Heras
15/11/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Para hacer justicia a ‘Don Carlos’ es primordial reunir al mejor reparto posible. La Ópera de París lo ha logrado. Destaca, en mayúsculas, el nombre de Jonas Kaufmann, estrella entre los tenores gracias a su timbre y sex appeal, por primera vez cantando en francés un rol que desde hace una década domina en italiano. Pero sus compañeros no le van a la zaga. El héroe local Ludovic Tézier, barítono verdiano de nuestro tiempo, derrocha aplomo y nobleza; la mezzo letona Elina Garanča debutaba como princesa de Éboli con elegancia y perfección técnica, y la joven búlgara Sonya Yoncheva sorprende por la dicción y la amplitud de su voz. A la batuta, el titular de París (y de la Sinfónica de Viena), el suizo Philippe Jordan. La producción del polaco Warlikowski, siempre vanguardista, deja despojado de elementos el escenario, y se centra en el drama familiar por encima de la política. Cines Van Gogh la emitirá este jueves a las 19:30 horas.

‘Don Carlos’ puede intimidar por su larga duración y por su apariencia de embrollo histórico. Verdi, junto a los libretistas Méry y Du Locle, adaptó en 1865, por encargo de la capital francesa, un poema dramático del alemán Friedrich Schiller ambientado en España. Trata del conflicto entre Felipe II y su hijo Carlos después de que la prometida del joven, Isabel de Valois, tuviera que casarse con el rey como condición del tratado de paz con Francia (1559). De fondo, el terror de la Inquisición y la independencia de los Países Bajos. Sin embargo, todo es más humano de lo que parece. El genio de Busseto volvió a sus temas habituales: la lucha del amor con el deber (como en ‘Il trovatore’), con los celos (‘Otello’) o con la familia (‘Luisa Miller’), así como la crítica a la hipocresía del clero (como en ‘Nabucco’). Incluso por encima del protagonista -un héroe romántico-, resulta inolvidable el retrato de Felipe II. Bajo el caparazón de monarca absolutista hay un padre y esposo frustrado: su mujer no lo ama, su hijo se le rebela y el Inquisidor le exige la cabeza de su mejor amigo.

Pese a la tibia acogida en su estreno de 1867, Don Carlos se ha consolidado con el tiempo como una obra maestra «solo apta para los que aman de verdad la ópera», según el musicólogo Michael Elliott. Pocos títulos contienen tantos momentos brillantes. Y todos ellos justificados desde el argumento: el compositor, en la cumbre de su madurez, desarrolló un drama musical (sí, «a lo Wagner») en el que la partitura sigue al libreto. Por ejemplo, en el dúo entre Carlos y su amigo el marqués de Posa, las dos voces confluyen en un unísono que simboliza la lealtad que se juran en el texto.

Rejuvenecido a sus 52 años (después pasaría una década de vacío), el autor de ‘La traviata’ sorprende por su atrevimiento al caracterizar la psicología de los personajes mediante extensos monólogos. Si siempre destacó por sus melodías, aquí parece que le sobre inspiración, porque ni siquiera necesita repetirlas; se suceden una tras otra cuando apenas nos ha dado tiempo a disfrutarlas. La única excepción son algunos recurrentes leitmotive, como el mencionado de la amistad. En cuanto a la instrumentación, insólitamente moderna, cumple un papel autónomo: el de narrador. Así, el violonchelo que introduce el aria de Felipe II subraya su fragilidad: el gobernante, implacable en público, ha arrestado a su propio hijo, pero se lamenta a solas en la habitación. La orquesta también contribuye a establecer un tono oscuro gracias a las voces graves, trombones y fagotes, como en las escenas del Inquisidor o del coro de monjes.

Por su 150 aniversario, la Ópera de París recuperó la primera partitura de todas: la de 1866, anterior incluso a los ensayos, con libreto en francés pero sin ballet (obligatorio en el formato de Grand Opéra e incorporado después). Los aficionados están acostumbrados a la traducción italiana (‘Don Carlo’, sin -s), reducida a cuatro actos. Ésta en cambio contiene pasajes luego descartados, como el dúo entre Carlos y su padre tras la muerte de Posa, cuyo tema principal usó el autor en el ‘Lacrimosa’ de su ‘Requiem’. De ella solo existían un par de grabaciones, la de Abbado en La Scala (1983) y la de Pappano en Chatelet en 1996.
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