Para unas lo peor era el hambre, para otras el frío

Avelina, Juana y Celina fueron las últimas supervivientes de aquella ‘patrulla del talco’, un grupo de 16 mujeres que en los años 40 trabajaron en las minas de este mineral en unas condiciones laborales muy duras, que comenzaban cada amanecer con ir andando al tajo, muchas veces en medio de grandes nevadas

Fulgencio Fernández
06/12/2020
 Actualizado a 06/12/2020
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Para esta semana de ‘la patrona de la minería’ y, además, con nieve creo que no hay epopeya leonesa más apropiada que recordar la historia de la llamada ‘Patrulla del talco’ de Puebla de Lillo, la durísima historia de aquellas mujeres que trabajaron en las minas de talco de esta comarca, en unas condiciones tan duras que se entienden en una anécdota. Cuando ya solo quedaban cuatro de ellas —de dieciséis— ante la pregunta de qué era lo más duro de aquel trabajo, Celina, la más habladora, se atrevió a aventurar la respuesta de todo el grupo: «Te digo yo la respuesta, y no me equivoco. Para unas lo peor era el hambre, para otra lo peor era el frío; y para todas lo peor era el hambre y el frío». Y después de una breve pausa añadía: «Menos mal que en verano podíamos ir a alguna verbena».

Y es que Celina, de excelente carácter contra todo pronóstico, siempre tenía un dicho o un recuerdo para animar la conversación. Pese a que muchas veces la tenía que interrumpir para ponerse el oxígeno, imprescindible para ella en los últimos años de su vida.

Salíamos al amanecer y monte arriba hasta la mina. Si había nevado teníamos que espalar la nieve nosotras, a mano, claro, para que subieran los camiones y los hombres Queda apuntada la historia de estas mujeres y su duro trabajo en los años 40 y 50 del pasado siglo (comenzaron a trabajar en 1938). Tres de ellas, que aún vivían a principios de este siglo XXI, la pudieron reconstruir, contar en primera persona y con excelente memoria, cuando una asociación cultural tuvo la excelente idea de homenajearlas en las fiestas de la Virgen de Peraguas de 2005. Eran Celina Alonso (Puebla de Lillo, 1920), Avelina González (Puebla de Lillo, 1921) y la mayor de las tres, Juana García (Puebla de Lillo, 1913) quienes recordaban sin ninguna duda los nombres de todas las integrantes de a patrulla y sus pueblos de origen: «De nuestro pueblo, Lillo, eran Nieves, Gabina, Secundina, Tiste, Teodora, Benita, Concha y Laida. De Cofiñal venían Florentina, Rosario, Rafaela y Vicenta, y de Isoba solo era una, Pura. Dieciséis de tres pueblos».

Si les pedías volvera la idea inicial del hambre y el frío no les faltaban ejemplos de todo tipo para ilustrarlos, uno y otro. «Solo te digo que llevar pan ya era un lujo, malos tiempos hijo- Un día al regreso caí desmayada de la debilidad al lado de la ermita de las Nieves», explicaba Celina, mientras Celina le matizaba: «Le dice debilidad, pero era hambre».

Y sobre el frío... mil historias. Hay que pensar en años de grandes nevadas y estas mujeres tenían que acudir al amanecer para estar las primeras en el tajo. «Y no te cuento las ropas que llevábamos, muchas veces nos tapábamos con sacos de los piensos del ganado arreglados para vestidos»; y sobre ello cuenta Celina: «Me hacía delantales con sacos y un día nos reíamos mucho porque se le veía un letrero que decía: Peso neto: 60 kilogramos, ¡qué más quisiera yo que poder pesar 60 kilos, si casi me llevaba el aire cuando soplaba fuerte». Y remataba: «Una vez nos salió el lobo y cuando nos vio... marchó».

Juana recordaba cómo eran aquellos duros amaneceres: «Nos levantábamos al amanecer y las de Lillo salíamos a esperar a las de Isoba y Cofiñal, y monte arriba hasta la mina. Si había nevado teníamos que espalar la nieve nosotras, a mano, claro, para que subieran los camiones y los hombres, los que sí trabajaban en el interior».

Y cuando le decías a Celina, para picarla, que «al menos no teníais que trabajar en el interior» sacaba su buen humor y decía: «¡Qué más quisiera el ciego que ver!, en el interior no cogeríamos las mojaduras que pillábamos en nuestro trabajo».

No había hombres en los pueblos a causa de la guerra, unos en el frente, otros en el monte o la cárcel; Juana era hermana de Gorete... "casi éramos un pelotón de castigo"  Y es que inicialmente ‘la patrulla’ entró a trabajar en las minas de talco para «espalar en las nevadas», comohan apuntado, pero con el tiempo fueron realizando otros trabajos, aún más duros. «Separábamos el talco de los escombros. Pasábamos horas arrodilladas en una tabla y con una piqueta separábamos. Después a lavar y finalmente a cargar las vagonetas hasta los camiones. Tres veces había que andar con el talco desde donde lo dejaban los mineros hasta donde lo cargaban los camiones». Y después de diez, once o doce horas de trabajo otros seis kilómetros caminando de regreso, que era la distancia que había a la mina, algo más para las de Isoba y Cofiñal.

Y todo ello por 5,50 pesetas al día. «Si te quedabas al lavadero, ganabas dos reales más; pero si enfermabas y no ibas… pues nada, y a callar».

Y al llegar a casa a ayudar con el ganado, casi todas.

No había hombres

¿Qué llevó a estas mujeres a la mina? Para entenderlo hay que viajar a aquellos años —«entramos en la mina en 1938 pero no nos dieron de alta hasta 1939»— y sus circunstancias en una comarca donde la guerra civil fue muy dura. «En estos pueblos de la comarca apenas había hombres en edad de trabajar; muchos estaban en el frente, otros huidos en el monte, encarcelados o muertos; de hecho, muchas de nosotras teníamos familiares en el monte o en la cárcel», recuerda Juana, que sabe perfectamente de lo que habla pues ella misma era hermana de el famoso maquis Gorete. También recuerdan la dura historia de una de las más veteranas del grupo, Teodora González, de Lillo como ellas. «Tenía al marido preso en Oviedo, después de caer herido en el frente en Bilbao. Tenían cuatro hijos, el más pequeño de tan solo unas semanas, y la buena de Teodora se apuntó a la mina y la cogieron, porque era muy trabajadora. Se te caía el alma a los pies cuando veías llegar a la niña mayor con el bebé en brazos, seis kilómetros andando, Teodora le daba el pecho y ella a trabajar y la niña de vuelta».

Teodora González fue seguramente la primera minera de interior… ilegal.

Cuando pudieron fueron abandonando la mina, ya en los últimos años 40 en la mayoría de los casos. Celina fue a trabajar en Madrid, «sirviendo, no sé qué sería peor, pero comía caliente»; Rosario y Juana se casaron con dos trabajadores de la misma mina de talco, otras se casaron en la comarca... y la gran mayoría se fueron en silencio, hasta que en aquel 2005 alguien las recordó.
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