Luis Fierro, con una voz que se asemeja a la de Joe Cocker, fue en sus inicios artísticos cantante y guitarrista de Los Tifones, que en 1967 se alzó con el segundo puesto, tras Los Continentales, del Festival de Conjuntos de León celebrado aquel año en el Teatro Emperador, un grupo que pasaría a llamarse Pop-Tops y que Fierro abandonaría poco después de la llegada de Phil Trim y antes del gran éxito internacional alcanzado con ‘Mamy Blue’.
Escuchando ‘En una calle del Bronx’ uno tiene la sensación de estar ante una producción de estudio en toda regla, cuando en realidad la totalidad de la misma se ha realizado en la residencia particular del compositor Pablo Herrero. «La grabación en sí se realizó a lo largo de quince días, pero los dos meses anteriores no me los quita nadie», señala el compositor, retirado ya del negocio musical pero que sigue creando canciones para él mismo y para sus amistades que da a conocer a través de su página web. «Cuando te imaginas las cosas lo ves todo estupendo y facilísimo, pero en el momento en que te pones manos a la obra es cuando surgen las dificultades y piensas que no vas a poder hacerlo», confiesa un compositor que junto al añorado José Luis Armenteros tiene registradas más de setecientas canciones.
Pablo Herrero reconoce que ahora tiene tiempo para hacer los arreglos y la orquestación de los temas que compone, una labor que en los años setenta y ochenta solían delegar en grandes músicos como Juan Carlos Calderón, Jesús Gluck o Eduardo Leiva, entre otros. «En aquellos años íbamos de Lp en Lp y bastante teníamos con la composición, así que de los arreglos se encargaban otros excelentes músicos», comenta el coautor de ‘Un beso y una flor’, que tras ‘En una calle del Bronx’ ya le está dando vueltas a futuras canciones. «Cuando terminas una canción, que es como un parto, el impás en mi caso puede durar cinco días porque me gusta demasiado este oficio y como te decía ahora tengo tiempo y además no sé hacer otra cosa», justifica Herrero, que no suele volver a escuchar las canciones que hicieron famosas las voces de Nino Bravo, Rocío Jurado, Basilio, José Luis Rodríguez El Puma o conjuntos como Fórmula V. «No me hace falta escucharlas porque casi todas las tengo presentes. Cierro los ojos y las vuelvo a oír», destaca el compositor madrileño, para quien el proceso compositivo consiste en la capacidad de imaginar canciones que no has escuchado. «De repente piensas, qué bonita esta progresión, qué bonita esta melodía, pero todo eso se queda en una especie de limbo hasta que coges un lápiz y te pones a escribir en una partitura, en un teclado o en un ordenador, lo que tengas a mano en ese momento. Normalmente un compositor busca en sitios donde no había nada, pero siempre con reminiscencias de todo lo que ha oído», destaca Herrero, sabedor de que siempre se pierde algo en el proceso de materializar una idea. «Con esa belleza, claridad y brillantez que lo ves la primera vez ya no lo vuelves a ver, y no te digo cuando te levantas corriendo una noche a escribir porque crees que se te ha ocurrido algo sublime y a la mañana siguiente lo vuelves a escuchar y te dices: pero qué es esto, qué horror, cómo pude haber caído tan bajo», se ríe Herrero, que asegura ahora solo escribe para sus amigos y cuelga las canciones en su página web. «No quiero mercadear con ello. Afortunadamente no lo necesito y ahora voy a escribir solo para mis amigos, para la gente que quiero y se acabó», asegura el excomponente de Los Relámpagos, que está deseando volver a reunirse de nuevo con el resto de integrantes de Los Trastos, formación de músicos veteranos que quedan habitualmente un par de días a la semana para ensayar y merendar juntos. «Es curioso cómo los primeros días del confinamiento clamaba por salir a la calle y ahora que puedo hacerlo no me apetece tanto, pero hay que hacerlo para recuperar sensaciones y olvidarnos de la pandemia, que tanto daño ha hecho».