"Son mujeres que viven solas. Es esta la principal característica de las mujeres retratadas en este libro. Viven solas. Han vivido solas una media de algo más de diez años, y solo tres de ellas llevan menos de cinco en esa situación. Se trata, por tanto, de una forma de vida muy estable". Así explica Gema Villa la característica más llamativa de once mujeres que ha llevado a su libro ‘Robinsonas de tierra adentro’. Y cierra aún más el círculo de su explicación respondiendo a la pregunta inevitable: ¿Solas, por decisión propia o del destino? "Aunque algunas han tomado la decisión tras acontecimientos que les han forzado a un cambio (muerte de la madre a la que cuidaba, ruptura con su pareja, hartazgo del sistema de trabajo...), todas sienten que viven solas porque así lo han decidido. Podrían haber elegido otras opciones y no lo hicieron. Además, al menos cuatro de ellas no se han visto forzadas por ninguna circunstancia, y el cien por cien se muestran contentas con su vida en soledad que, por otra parte, ya habían practicado en momentos anteriores de su vida".
Gema Villa es una periodista leonesa, de Matadeón de los Oteros, afincada en Zaragoza, la tierra de la fotógrafa Pilo Gallizo, con familia en León de gentes que emigraron a esta provincia. Por diversas circunstancias fue conociendo las historias de estas once mujeres que se habían afincado, sobre todo, en Maragatería (nueve de ellas), una en La Bañeza y otra en el Bierzo. Y después de conocer sus historias llega a una conclusión: "Imposible no contarlo".
Y lo ha hecho. El libro de llama ‘Robinsonas de tierra adentro’, ha visto la luz en la editorial más robinsona que existe —Marciano Sonora Ediciones— y las fotografías, muchas son de Pilo Gallizo.
Todo junto, una gozada de lectura la vida y las opiniones de estas once robinsonas a las que unen muchas cosas y separan muchas menos. Hay dos que viven en todas: la libertad, el sentido de la libertad y su búsqueda, y el feminismo ¿Las separan? En el libro están todas sus opiniones, sobre todo, desde el sexo a la maternidad, el futuro, la ecología, el arte... y hasta recetas de cocina nos regalan.
Son, por orden alfabético, Almudena, Andie, Eva, Evelyne, Fátima, Isabel, Marga, Olga, Rose Marie, Virginia y Yaye; y desembarcaron en tierras leonesas desde medio mundo. Y su biógrafa esboza una definición común: "No son urbanitas en el medio rural, ni han escapado al pueblo por la pandemia, ni persiguen una utopía ya escrita, ni son autóctonas del lugar. Tampoco tienen mucho en común con los escasos ejemplos literarios de mujeres eremitas que han protagonizado vidas en solitario en un entorno natural". Y es que resulta obligada la definición de lo que no son porque lo que sí son es realmente singulares, única en cada caso y en cada procedencia. Almudena es de Castro Urdiales, artista, pintora. Desde niña soñó con una casa, la de sus sueños, con jardín y gatos... y desembarcó en una casona familiar cerca de Astorga, al lado de un monte de encinas, con frío y goteras. E inicia la batalla por hacerla "a su gusto" pero con más voluntad que conocimientos. "La inseguridad económica me hace estar siempre rayando en la precariedad. Vendo algún cuadro, doy clases particulares de dibujo y pintura e incluso, en algún momento, he sido beneficiaria de subsidios. En los últimos años he obtenido plaza como profesora interina de instituto. Estoy muy volcada en la pintura y el dibujo, no hago vida social". Le da a su vida un 5 sobre 10 "pero lo quiero mantener".

Andie ha sido una verdadera trotamundos. "Hasta llegar a instalar su casa y taller artístico en San Martín del Agostedo había acumulado experiencias vitales y artísticas en Francia Italia, Israel o Portugal, además de en varias ciudades de su Alemani natal o de España (incluido Matavenero), país que, como a tantas artistas, le atraía por su luz En todo su variado recorrido se han mantenido inalterables las tres líneas que dan coherencia a su vida: la creación artística, la vida en comunidad y la inmersión en la naturaleza".
- Pasé dos meses inolvidables en una cueva del Sacromonte. Construí un horno para hacer pizzas, también ganaba dinero vendiendo mis dibujos acompañada de un gitano que tocaba la guitarra.
Llegó a Matavenero, se desilusionó pues se desvaneció su sueño comunitario, vivió en una ermita, donde nació su segunda hija... "Fueron más de 10 años desconectada de todo. De pronto nos enteramos que existían los móviles, Internet, aunque no nos interesaban en absoluto".
"Es difícil salir de Matavenero, saltas sin red a una sociedad en la que necesitas dinero, trabajo..." y llegó a San Martín del Agostedo, compró una finca con la ayuda de su padre. "Con los residuos orgánicos hago compost para una huerta con la que puedo alimentar a tres personas todo el año. También vendo huevos de mis 12 gallinas. (...) Ayudo a gente a revocar una pared u otros trabajos y ellos me ayudan a cortar leña. Llevo ancianos al médico y ellos me cuidan las gallinas cuando no estoy...".
Ha restaurado un pajar con techo de cuelmo y allí instaló su taller de coordinadora del proyecto escultura y sala de reuniones; participa en colectivos que luchan por el medio natural. "Han sido 17 años para ganarme el respeto, incluso me perdonan que no participe en las fiestas porque no me gusta el baile maragato".
Se repite la pasión por el arte. Tanto que nueve de las once pertenecen al colectivo ‘Dibujando por los pueblos’, curiosamente fruto de la casualidad, "una de esas serendipias que surgen a través de breves conversaciones", explica Gema Villa al recordar que la primera cita para pintar fue en 2012, en Turienzo de los Caballeros, participaban Olga y Andie con Antonio Conejero.
"Todas, el 100 %, se muestran contentas de su vida en soledad"
Olga apuntaba a ser una brillante investigadora con el mejor expediente de la Facultad de Veterinaria, también una feminista comprometida. En 1978 participó en el grupo de mujeres de la asociación Flora Tristán que montó en León una exposición sobre 19 pioneras en diferentes campos: Simone de Beauvoir, Martín Gaite, Concepción Arenal... o la propia Flora Tristán. Entró de profesora en la Universidad pero no querer participar en un "enjuague", sus fuertes convicciones —"el no callarse como un acto político de las mujeres"— la alejó de ella. "Parada y sin paro". Con 33 años se fue a vivir sola en una casa rodeada de prados y encinas, aunque recibía y acogía a niñas de un Centro de Acogida de la Junta y a una, de 18 años, la adoptó. Se ha convertido en una rebelde con muchas causas: "Que haya actividades culturales, la lucha contra la violencia de género, la caza de los señoritos...".
Eva, la única que vive en un piso, en La Bañeza es médico. "De ello he vivido casi toda la vida, pero tuve desencuentros con la medicina tradicional, me formé en Homeopatía, y trabajando en el Hospital de León sentí que necesitaba un cambio en mi vida. Regresé a Oviedo, donde había estudiado, y me ganaba la vida cantando en los pubs con un grupo de rock".
Son solo pinceladas de algunas vidas, reunidas en ese cataloga de mujeres libres que es 'Robinsonas de tierra adentro’.