La encuadernación

Nuevo capítulo del serial de cuentos durante el verano en La Nueva Crónica para poder descubrir las infinitas lecturas de una misma imagen

José Javier Carrasco
05/07/2025
 Actualizado a 07/07/2025
Medallones de San Marcos. |MAURICIO PEÑA
Medallones de San Marcos. |MAURICIO PEÑA

Recibí la encuadernación una desapacible mañana lluviosa de abril. La acompañaba una nota explicando que el envío formaba parte de una campaña de promoción destinada a escritores noveles (el remite era de una librería de viejo de mi ciudad). En la cubierta, de tapa dura con unas cantoneras negras, se leía arriba: «La Nueva Crónica», en medio: «Culturas-Trazos», y abajo: «Enero-Junio 2020». Reunía una colección de veinticinco artículos semanales. La fecha era de ocho años atrás. La iba a dejar encima de la mesa, cuando descubrí que uno de los artículos fue arrancado y sustituido por el recorte de una noticia que informaba del incendio devastador ocurrido en 2024 en el Parador de San Marcos de León. El titular destacaba que el incendio se declaró de madrugada. Entre los accidentados había una víctima mortal. Era mi nombre. Aquella misma tarde me llegué hasta la librería; en la puerta colgaba una nota que indicaba que, por motivos personales, permanecería cerrada una semana.

Al día siguiente viajaba a León. Acudí a la biblioteca y pedí los periódicos de ‘La Nueva Crónica’ que correspondían al mes en el que faltaba el artículo. También allí, alguien lo había arrancado. Aplacé para la tarde la consulta de los periódicos de la fecha del incendio (por arraigado atavismo prefiero la letra impresa a los medios electrónicos). Me asustaba con qué podía encontrarme. Comí y callejeé un rato antes de dirigirme a la biblioteca. Cuando posaron ante mí los periódicos, dejé resbalar la mirada sobre las circunstancias del accidente. Además de varios intoxicados por inhalación de humo, había un muerto, pero se trataba de una turista inglesa. 

Regresé a mi ciudad decidido a aparcar aquel asunto. Empezó a repetirse un sueño en el que me veía en una habitación del Parador de San Marcos, la madrugada del incendio. La puerta estaba cerrada herméticamente por fuera. Me dirigía a la ventana para pedir ayuda. En el exterior, asomaban flotando tres figuras de hombres vestidos con ropas muy antiguas, de expresión hierática (su nariz parecía comida por la lepra). Decidí volver a León. Necesitaba saber. Sin proponérmelo, estaba obsesionado por el contenido de aquella página arrancada y quería escribir un relato sobre ella. Había contactado con el autor de las fotografías que ilustraban los artículos (imposible hacerlo con el autor de los artículos, totalmente ilocalizable). Se ofreció a mostrarme la que acompañaba al trabajo que faltaba en la encuadernación. No recordaba el contenido del artículo. Él se limitaba a hacer la fotografía que debía ir junto a la colaboración. Me recibió en su casa. Abrió un viejo ordenador y buscó la fotografía. Allí se veían tres medallones de piedra con tres efigies en la fachada del Parador. Le pregunté por el incendio. No respondió nada, me miró un instante, disimulando su inquietud, y desconectó el ordenador. Era la hora de pasear al perro, se disculpó, aún tenso. Me dirigí al Parador y busqué los medallones de la fotografía, quería verlos mejor. La luz intensa del mediodía les daba una apariencia extraña. A los rostros les faltaba parte de la nariz y su expresión era tan inexpresiva e insondable como la de las figuras del sueño.

Ya en mi ciudad, el sueño siguió repitiéndose. Una tarde me acerqué por la librería de viejo con la encuadernación. Le pregunte al dueño si la recordaba. Lo normal es que la hubiera olvidado, pero un hecho especial relacionado con ella le permitía asegurar cuál era su procedencia. Hacía unos meses, un hombre mayor le ofreció un atractivo lote de libros. A cambio de ellos solo debería enviarme la colección de artículos que recibí, haciéndola pasar por cortesía de la librería. Antes de salir, preguntó si tenía algo interesante sobre el pintor Arcimboldo. Le respondió que disponía de una biografía prácticamente inencontrable, escrita por un contemporáneo suyo. Quiso verla. Cuando la tuvo en sus manos se retiró a un rincón y comenzó a hojearla. Entonces entró un cliente al que acompañó a la trastienda. En el tiempo que permaneció con él, aquel tipo había desaparecido. Al fijarse en la fotografía del autor de los artículos, el librero reconoció en ella al misterioso desconocido. No sé por qué me asaltó la idea de que aquella consulta estaba relacionada con el contenido del artículo eliminado del regalo de cantoneras negras. Al cabo de unos días, el presentimiento se convirtió casi en una certeza absoluta.

Regresé a la librería y pregunté al dueño si ya había vendido todos los libros del lote. Me dijo que aún conservaba uno titulado ‘Diccionario de psicoanálisis’. Le pedí que me permitiera echarle un vistazo. Entre sus páginas –en la entrada dedicada a explicar en qué consiste una pulsión– se encontraba el artículo que habían arrancado de la encuadernación. Se titulaba ‘Arcimboldo o los medallones de San Marcos’. Me pregunté qué hacía su autor lejos de León deshaciéndose de unos libros a cambio de conseguir un favor, qué le llevó a arrancar aquel artículo en dos ocasiones, una probablemente en la biblioteca de su ciudad, y sustituirlo, en la encuadernación, por la noticia de una página web con mi nombre –supuesta víctima del incendio–, cómo explicar que me hubiera enviado su colección de colaboraciones, por qué ocultó la mutilada en un libro sobre psicoanálisis... Unas preguntas se superponían a otras, irresolubles, en una sucesión de hipótesis a cuál más descabellada. Aquella noche soñé con él. De nuevo me encontraba atrapado en una habitación envuelto por el fuego. Al querer pedir auxilio, en la ventana no asomaron las figuras de los medallones, sino la cara del autor de ‘Trazos’.

Nadie dudaría, al ver las llamas reflejadas en sus ojos, que era el responsable del siniestro del Parador y yo el elegido para confiarme su ‘pulsión’ de pirómano, tras parecerle que sería el destinatario ideal de un juego delirante en el que seguiría todos los pasos que imaginó que acabaría dando tan pronto como leyese la noticia redactada por algún internauta aburrido, dispuesto a gastarme una broma, sobre mi muerte en un incendio. 

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