Oliver Laxe es un cineasta peculiar, de charla pausada, mirada introspectiva y sonrisa cercana. Galo de origen gallego rodó sus primeras películas fuera de España, concretamente en Tánger y en El Atlas de Marruecos y es, actualmente, el único habitante de Vilela, la aldea de la comarca de Os Ancares donde están las raíces de su familia antes de emigrar a París.
Vilela es una aldea abandonada del municipio de Navia de Suarna donde Laxe rodó ‘O que arde’ en 2018.

Sentados en el ático del hotel Vincci de Málaga, que hierve de actividad durante el Festival de Cine, bajo el intenso sol de mediodía, charlamos durante unos minutos sobre su obra y su visión del cine. El tiempo se nos queda muy corto, pero es suficiente para percibir que Oliver Laxe crea desde la verdad y es auténtico.
– ¿Por qué optaste por el blanco y negro en prácticamente todo el metraje de ‘Todos sois capitanes’?
– Quería que al final hubiera un choque con el color, al final de la película, con esas imágenes rodadas en 16mm. Tampoco me veía preparado para manejar el color, hay mucho color en Marruecos. Tenía miedo de que pareciera demasiado carta postal.
– ¿Por qué Tánger?
– Estaba en un momento de mi vida un poco perdido, vivía en Inglaterra y fue como intuir que allí era un posible sitio donde crecer y recordar. Tánger es un lugar donde uno puede recordarse, sobre todo gente española que tenemos tantas conexiones con ellos, tanta continuidad de valores. Conecté con la Galicia ancestral en Marruecos. Pero ahora vivo cerca de León, pegado al Bierzo, en Os Ancares.
– ¿Podrías decirme algo sobre Shakib Ben Omar? Está en ‘Mimosas’ y también en ‘Todos sois capitanes’. Me parece hipnótico.
– Tiene una inocencia que no es de este mundo, una fuente absoluta de inocencia.
– ¿Es su personaje un profeta?
– Depende…en ciertas culturas los locos son gente que está conectada, que pueden ser guías en su locura, en su falta de lucidez.
– ¿Es el cine una búsqueda del origen, un cordón umbilical?
– Sí, creo que al menos como público, gracias al arte he experimentado mi dimensión eterna, digamos. Hay momentos en que sientes cosas que vibran en tu interior, palpitan en tu interior. El arte te puede permitir conectar con tu parte esencial, reconectar contigo mismo. Tú lo has evocado, un cordón umbilical, mirar adentro.
– ¿Por qué elegiste un cuento sobre Satán (Iblis) para arrancar ‘Mimosas’, y después, como broche, ese alegato sobre el amor todopoderoso?
– ‘Mimosas’ es una peli que trabaja arquetipos muy universales, la búsqueda del héroe, el bajar a lo más profundo del ego, toda la cultura artúrica de la búsqueda del Grial y la tradición picaresca que también hay en España.
– ¿Fue muy difícil rodar en montañas tan escarpadas para ‘Mimosas’?
– Suelo hacer apuestas extremas en todas las películas, me he dado cuenta.
– Dice Aki Kaurismäki que en sus películas hay suciedad, que él pertenece al viejo mundo porque el moderno es demasiado de plástico para él…
– Lo entiendo…un cine que huele mal, que huele bien, un mundo de verdad y no tan esterilizado.
– La película ‘Mimosas’ está dividida en partes de un rezo ¿a qué responde esto?
– Funcionaba como estructura, por eso lo hicimos.
– Pero tu cine sí está muy ligado a la espiritualidad, a la religión. Es algo que parece que está desapareciendo en el cine actual. Esa conexión con lo sagrado y con la poesía del ritual.
– Eso es verdad. Es una forma de cine-rezo, cine espiritual.
– ¿Hay alguna idea o sensación que sientas que te persigue a la hora de contar historias?
– Sí, yo creo que el denominador común es una casa interior. Quiero volver a casa y en ese proceso de volver a casa, los valores de mi familia y del campo gallego están un poco en todas mis películas.
– ¿Ese plano de ‘Mimosas’ en el que vemos un coche en cuya luna dice «no olvides a Dios» seguido del plano de un motor que gira sin cesar, es una contraposición de tradición con modernidad?
– Asumo que dentro de mi como ser humano contemporáneo yo tengo, sin embargo, una gran ligazón a la tradición, me gusta mucho la tradición, practico la tradición y en cambio soy un hombre que vive en la modernidad, hijo de la ilustración. Entonces dentro de mi hay una batalla muy grande entre modernidad y tradición y eso es lo que me hace artista. Hay algo que surge de esa batalla que son mis obras, donde se nota el amor, el dolor.
– ¿La espada y el amor?
– Sí, la espada y el amor.
– ¿Piensas que tu cine, tan pausado, podría tener algo que ver con el nuevo cine que se está haciendo, por ejemplo, en México?
– No, no creo. Utilizan un morbo explícito que parece simplemente para provocar. Como un juego. A lo mejor a ellos les pone.
– ¿Tienes algún proyecto en mente?
– Una película que se rodará en el desierto.