Obras pías o fundaciones testamentarias

(Palabras tras un largo paréntesis)

Gregorio Fernández Castañón
28/08/2023
 Actualizado a 28/08/2023
Un fragmento de la tabla.
Un fragmento de la tabla.

¿Qué haríais vosotros si, de pronto, os encontrarais con que uno de vuestros muchos deseos se puede hacer realidad? Pues eso: reconozco que puse todo mi empeño en adquirir aquel grueso tablón apoyado en el olvido de una tienda de anticuario en León. Y lo hice no por poseer un bien terrenal, efímero como la propia vida, sino para descifrar el mensaje que allí estaba escrito; por conocer el pensamiento de alguien que me precedió o la suerte que, sin duda alguna, tuvo que acompañar (al tablón) por haber sobrevivido a las fauces de un destino hambriento (llámense roedores, podredumbre o fuego). 

En el ‘tira y afloja’, el amable vendedor me iba destacando, con insistencia, las excelencias de aquel ‘objeto’ tan particular que –me decía– «compré en un pueblecito de la montaña leonesa» (de cuyo nombre no se acordaba o no quería decírmelo). Que si la tabla era de nogal, única, y que correspondía al siglo XVIII: «una buena oportunidad para llevar a su casa una reliquia; una pieza de museo…»; que si el grabador tuvo que usar arte y tiempo para incluir tan larga ‘parrafada’ en tan pequeño espacio, o que… Y yo, sonriéndole, le iba convenciendo de que la materia, con el tiempo, se convierte en polvo o en humo; no es nada. Solo en la vida tienen valor los hechos (los buenos hechos), los conocimientos, la comunicación… Y así, poco a poco, logramos un entendimiento… a mi favor. Por eso, hoy, orgulloso, puedo presentar ‘al mundo’ el don de unas palabras escritas con el filo cortante, que no hiriente, de un sabio amanuense.

En breve, voy a romper el silencio, ambientado, como no podía ser de otra forma, en uno de los legados o tradiciones leonesas (también del resto del país). 

Pero antes…

Hablemos del objeto

Quiero que el lector sienta el peso y sienta el pulso de un tablón seco y viejo por los cuatro costados, y quiero que, mucho antes de que los signos hablen con su propia voz, se pueda leer y admirar la huella del tiempo. Quiero ir despacio para no romper el encanto, y quiero que, conmigo, se sienten los más tranquilos para acariciar con los ojos cada palabra, cada símbolo, cada rasgo, para después, y al final, saborear como se merece el letargo de un sueño.

Por eso, comenzaré diciendo que estamos ante las recias fibras de un árbol, convertidas en tabla a golpe de azuela y con la maestría y el ingenio de un carpintero exigente

En la parte posterior es donde mejor se percibe cada arañazo del metal cortante y hasta los diminutos túneles de la carcoma. También es allí donde se comprueban cuáles fueron los métodos usados para el anclaje: cola de milano (sus dos huecos o cajas dejan constancia de ello). Y, sí, falta una tabla, la otra, la hermana para completar el puzle, por lo que el mensaje es incompleto. Lástima.

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Pero vayamos por partes. No hay prisa, todavía, por salir al ruedo. Y la verdad comienza por definir su talla: la tabla (o tablón) mide 145 cm de largo x 28 cm de ancho y 4 cm de espesor. Pesa 10 kg. En mi opinión, formaba parte de la tapa de un arca (o arcón) donde se guardaba un preciado tesoro… de fundación testamentaria (luego volveré a ello). 

En el frente son muchas las palabras que se pueden leer y muchas las que hay que intuir, porque eran otros tiempos. La caligrafía no era la misma, como tampoco lo eran las reglas ortográficas. Por eso, a este texto, si lo escribiéramos hoy, le faltarían varias ‘haches’ y espacios entre palabras; le sobrarían expresiones reiterativas y no daríamos a la ‘uve’ el uso de la ‘u’. Ahora bien, todo ello tiene sentido; es buen síntoma para determinar su edad. 

En el frente también nos encontramos con varios adornos: unas líneas de enmarque para el texto (primorosamente rectas), unos rombos y unos círculos (incrustados o los huecos que quedan de ellos), unas filigranas vegetales al finalizar el texto y dos puntas (clavos) dobladas (en este caso, estoy convencido de que fueron la obra de un inconsciente en un siglo ya lejano).

Examinando levemente el texto

Es posible que –al menos a mí me ha ocurrido– lo que más llame la atención de la tabla sea la gran cantidad de texto, distribuido en 8 líneas, relativamente rectas. El grabador usó, para ello, el estilo de una época, y cada letra tiene una altura aproximada de 2 centímetros.

Cuando hablamos de ‘estilo’ debemos tener en cuenta, básicamente, una norma: el ‘ahorro’ de espacio, ya usado con anterioridad en el Medievo. Me refiero, en concreto, a no ‘imprimir’ todas las letras para definir una palabra, tal y como lo haríamos en la actualidad. Y un ejemplo claro de lo que estoy diciendo lo encontramos en el uso único de la ‘q’ (sin la ‘u’ y sin la ‘e’ (para leer ‘que’). Obsérvese en las fotografías que adjunto, abajo, antes de la palabra ‘abemos’ (aquí, sin ‘h’), otro nuevo ejemplo de ‘estilo’, que no un error. 

Y cuando hablo de ‘ahorro de espacio’ me refiero, también, al uso de un solo ‘palo’ para ‘dibujar’ dos letras. Se puede comprobar este ejemplo en otra de las fotografías, donde se ve, en la primera línea, la ‘T’ con la ‘A’, y (abajo) la ‘H’ con la ‘E’ y la ‘D’ con la ‘E’ (‘herederos’).

Llegado a este punto, no podemos olvidarnos del, posiblemente, mayor ‘ahorro de espacio’, el más significativo de todos ellos, con la letra ‘Ñ’.

En esta tabla sorprende el lugar en que el grabador colocó la tilde, el circunflejo o, mejor, la virgulilla de la única ‘Ñ’ que aparece en todo el texto: no encima de la ‘N’, como en la actualidad, sino entre las dos letras (obsérvese en la palabra ‘sennor’: arriba, entre las letras ‘N’ y ‘O’). Ese y no otro era su sitio, el original, porque en latín las palabras con dos ‘enes’ (hispannia, anno, sennor…) sufrieron en el Medievo (a la hora de trascribirlas a los pergaminos) el recorte de una de las ‘enes’, precisamente para ahorrar espacio. Lo que hacían los amanuenses era poner la segunda ‘n’ encima de la primera con menor tamaño, y así… llegó a nuestros días la letra ‘ñ’ (dos ‘enes’, en realidad, una encima de la otra).

Otro de los aspectos a estudiar en esta tabla es la ausencia de la letra ‘U’. Nada extraño, por otra parte, porque –lo sabemos– el abecedario latino original no disponía de esta letra. La gran protagonista era la letra ‘V’ que mantenía su silueta en las mayúsculas y se convertía en una ‘u’ solo en el caso de las minúsculas. Puede que, por ello, cuestión de herencia (se modificó durante el Renacimiento tardío, cuyas letras –la V y la U− fueron necesarias de forma independiente para representar nuevos sonidos), y porque el texto de esta tabla fue escrito con letras mayúsculas, la letra ‘U’ brilla por su ausencia. La ‘V’ ocupa, como no podía ser de otra forma, un lugar privilegiado.

Trascripción del texto

Con lo anteriormente expuesto, ahora sí, creo que ha llegado el momento de ‘traducir’ las 150 palabras que componen el texto. Para una mejor comprensión, he creído oportuno hacerlo con la grafía actual, pero no incluir signo de puntuación alguno, tal y como se encuentra en el original. Es el que sigue:

Día perpetuamente todas dichas misas arriba referidas y lánpara con esta (1) todo por nuestras fundaciones. que habemos hecho por nuestro testamento y codecilio que habemos otorgado con los sentidos libres y con buena salud y el entendimiento que dios nuestro señor nos ha dado que pasa todo por testimonio auténtico por ante francisco diaz baican escribano del número de este que adonde está más largamente declaro y para que siempre con este lo fijamos con estas letras en esta nuestra ermita y para que nuestros herederos y mas sucesores tengan perpetuamente el cuidado y obligación de cumplir con lo arriba referido encomendándonos a dios así que fallecíamos para que dios permítales suceda quien haga otro tanto por ellos y que todas estas misas se digan por nuestra intención y que los curas que sucedieren en la parroquia hagan que se cumplan dichas fundaciones sobre que se les encarga la conciencia
(1) La única duda que tengo de todo el texto. En el original se lee claramente ‘LANPARA CON ESTA’. ¿Cuál sería el significado real? Que ‘hablen’, por favor, los expertos.

La importancia de nuestra lengua o la palabra clave para conocer la edad de esta tabla

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En la introducción de este artículo ya lo he aclarado: lo único que me importaba de esta tabla era estudiar el texto; comunicarme, en cierto modo, con las gentes de otros tiempos. Lo que no podía imaginarme es que una única palabra, una sola, de su contenido me iba a indicar (más o menos) su ‘edad’. Y allí estaba, como tentándome a decir (a la tabla) un grandísimo piropo: ‘¡qué bien te conservas a pesar de tus muchos años!’: más de 250. Sí, sí, más de 250 años, y la palabra clave es…

CODECILIO’. Sí, y no me hicieron falta pruebas sofisticadas usando, por ejemplo, el carbono-14. No. Con la palabra codecilio fue suficiente. Y lo fue porque –como bien se conoce– esta palabra tan solo se usó hasta mediados del siglo XVIII, siendo sustituida, entonces, por codicilo (también, y más tarde, por codecilo, codecillo, codescilo o codiscilo). 

Por otra parte, por si había alguna duda, valoré el contenido del texto, claramente referido a una fundación testamentaria, para llegar a la siguiente conclusión: las nuevas fundaciones, conocidas también como obras pías, fueron totalmente prohibidas por el rey Carlos III (rey de España durante el período comprendido entre el 10 de agosto de 1759 y el 14 de diciembre de 1788, día de su muerte). Con estos datos tan solo me hizo falta una calculadora para –año arriba, año abajo– conocer la edad de la tabla. Y añado un dato más a tener en cuenta: el rey Carlos IV, en el año 1789 (desamortización de Godoy), firmó un decreto en el que se ordenaba la enajenación de todos «los bienes correspondientes a capellanías y otras fundaciones eclesiásticas». Se terminaba, en definitiva, el uso de estas fundaciones por ser «notoria la mala administración de dichas fincas (las que se recibían de las fundaciones), por lo que se priva a sus rendimientos, a lo que podría ser una fuente de riqueza nacional, sin olvidar el grave perjuicio a sus fines piadosos».

Dicho lo dicho, solo me queda indicar que codecilio (hoy, repito, codecilo) era un documento (todavía en vigor en Cataluña) en el que se consignaba la última voluntad de un sujeto, aunque hubiera hecho testamento. Servía para aclarar, quitar o añadir algo nuevo al propio testamento.

La tabla de un arcón

A partir de este momento todo son hipótesis. Quiero decir que no hay nada probado. La tabla de referencia bien pudiera haber estado clavada en la pared (de una ermita, en este caso), simplemente, como testimonio por escrito de una última voluntad, o haber formado parte de la tapadera o lateral de un arcón. Yo me inclino por esta última opción, aunque en mi período de investigación no encontré nada igual. Y lo hago por varios motivos: por las características de la propia tabla y porque, dentro del propio arcón, bien pudieran guardarse los preciados tesoros de los testamentarios para asegurar la propia salvación de sus almas: escrituras de propiedad (viviendas, establos o fincas), joyas, dinero, piezas únicas, etc., que los canónigos (curas en este caso, si hacemos referencia al texto) irían ‘cobrándose’ cada vez que cumplían una parte de su misión: rezos o misas indicadas por los miembros de la fundación para ‘asegurarse el cielo’. Todo un ‘negocio redondo’ a favor de la Iglesia que, con el tiempo –ya quedó expuesto–, fue degenerando hasta alcanzar los límites del escándalo. El padre Isla (José Francisco de Isla y de la Torre Rojo, Vidanes –León–, 1703-Bolonia, 1781), todo un personaje de su época, ya lo tenía claro: «los sacerdotes seculares multiplican sus esfuerzos para conseguir legados importantes, a la cabecera de los moribundos; a estos fundadores les mueve los estímulos de piedad, ora los consejos de superstición, ora los remordimientos de avaricia». 

Sea como fuere, incluidos mis posibles errores, la verdad es que esta tabla ha sido para mí de lo más interesante. Espero que, en esta misma línea, mi modesta contribución pueda abrir la puerta a alguien para seguir investigando sobre estos temas.

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