Nuria Antón, alma y corazón de versos

Por Gregorio Fernández Castañón

25/04/2024
 Actualizado a 25/04/2024
«Todo ya está inventado». ¿La familia? Bien, gracias.  | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
«Todo ya está inventado». ¿La familia? Bien, gracias. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Con la ayuda de la máxima soledad, despacio, muy despacio, y con el temor de que alguien pudiera descubrir en mí el mayor de los placeres convertido en pecado, abrí la ‘Cárcel’ de Nuria Antón (Eolas Ediciones, 2018) y dejé que sus versos levantaran el vuelo. 


«El alba está llegando a mi escritorio / y ya no queda luna en el tintero. / Sentada en el umbral de un pliego en blanco / te invoco como fiel sacerdotisa / y busco en el altar de tu Parnaso / palabras que no existen. / Te guardo como un credo entre los labios / y sola, en silencio, me pregunto: / ¿Dónde estará el último verso? / ¿Dónde habitará la poesía?».


La poesía de Nuria Antón nace de un corazón limpio, atraviesa diversos campos y se detiene allí donde las palabras son voz, donde los colores se organizan en charcos para salir de fiesta en sus pinturas, y donde el sentido del tacto es capaz de tentar a la vista para dar calor a sus esculturas. Alma, en realidad, que lleva el viento por las tierras de la Somoza de Astorga, y que ella ve y siente, y atrapa hasta convertirla en las alas que han de sobrevolar las jaulas a la espera de un liberador cualquiera, como yo. 


La verdad es que no acierto muy bien a separar la poesía escrita de la que lleva la pintura y la escultura que Nuria Antón hace en sus noches de insomnio y en sus días de vida. Para mí sus tres facetas artísticas llevan el mismo interés y con las tres disfruto. Y porque ya he finalizado con ganas esta letanía verbal, lucho por ponerlas al sol en el mismo tendal para que se oreen al menor soplo del viento. Sin embargo, eso sí, he de obligarme a ser el fiel guía de este largo camino por el que han de deambular los artistas/escultores de este reino nuestro. Y ser fiel, es decir ser devoto de una modalidad artística donde los bocetos intimidan con las curvas y con los vértices que han de formar parte de un todo.

 

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En el ojo de su propio nautilus. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Nuria Antón se interesó por los volúmenes a principios del año 2019. Y en una lucha permanente con el error y con el acierto, logró llevar sus ‘Recortes’ –de hierro, fraguados al fuego y a la sombra de un carro chillón– hasta la Casa Museo de Santa Colomba de Somoza. Y allí, a la vista de los creyentes y no tanto, logró el milagro de la supervivencia: 11 obras que se alimentaron con los fragmentos que José Ore –otro escultor en búsqueda y captura para formar parte de este camino– iba arrojando al foso del olvido en su taller de forja. Nuria Antón, bajo la batuta del arte, consiguió dar una segunda oportunidad a lo que ya se había catalogado como inservible, como basura. Y logró, también, que su ‘Ornitotrece’, ese ‘animal creado para contrarrestar la mala suerte’, se pusiera a ‘caminar’ llevando consigo alma de arriero y corazón de poeta; una sorprendente figura que, salpicada por la letanía de la superstición, llevaba una piedra por cabeza y trece herraduras, trece, para definir el volumen de su cuerpo. Una pieza artística en la que, al mirarla con determinados aires detectivescos, descubrí, no sé muy bien por qué, la voz que su autora hizo en contra del maltrato femenino: 
«Nosotras, / las hijas de Eva, / las que echamos raíces / y parimos los frutos. / Nosotras alimentamos los tallos / y mimamos las hojas. / Nosotras regamos la tierra donde crece la vida. / Nosotras somos la tierra. / Y la tierra no se maltrata ni se pisotea. / La tierra se quiere y se cultiva».


Tierra. Piedras y metal. Volúmenes que bailan alrededor de un fuego creativo, con tanto brío que van dejando girones poéticos entre las zarzas que atrapan con sus espinas los recuerdos y algo más. Y así, asombrosamente, van surgiendo las obras de Nuria Antón. «Cojo una piedra –me dijo–, la miro y, de pronto, me surge una idea, un recuerdo. Un búho, un elefante, un nautilus, un rostro picassiano, una familia… Todo está inventado, lo sé, pero, con la ayuda de los sentimientos, mi única pretensión es liberar todo lo superfluo de la materia. Y no es fácil. A veces, parece que solo me queda gritar y gritar para ahuyentar el fracaso, pero jamás me rindo. Mira, te cuento lo que me pasó una vez en mi taller. Yo había comprado una piedra enorme y pretendía llevarla hasta lo alto de mi mesa de trabajo. Lo intenté una y otra vez sin conseguirlo, por lo que la única posibilidad que me quedaba era pedir ayuda, hasta que… Algo o alguien, a mi lado, me estaba dando la solución: ‘tírala con fuerza desde la máxima altura que logres; rómpela; deja que se fracture en pedazos, y después…’. Lo hice. Y con ello conseguí disponer de cinco piedras más pequeñas que entonces sí podía manipular. ¿Ves? Un hecho real con el que demuestro que la propia materia, a veces, impone sus severas normas». 


Me encanta cómo Nuria Antón me ha explicado el proceso de su creación y, por si existieran dudas, me invitó a visitar su taller, en Santa Catalina de Somoza, «para que veas lo que hago, pero, eso sí, lleva ropa adecuada, porque llegarás limpio y marcharás con una capa de polvo sobre tus hombros». Me ilusionaba el reto. Tenía que ir. Fui. 


Lo hice, coincidiendo con una excelsa mañana. Nuria Antón me recibió con una de esas sonrisas que te hacen olvidar los problemas cotidianos. «Bienvenido a mi taller. ¿Qué te parece?». El sol, allí, entraba a raudales por uno de los ventanucos. Miré, y al fondo se veía una gran parte de los campos maragatos regados todavía por los besos de un persistente rocío. En la lejanía, unas vacas pardas pastaban. No me hacía falta ver nada más para comprender por qué el mundo de la artista encontró la paz y la inspiración en un lugar tan bucólico. 


–Toma –me dijo, ofreciéndome la piedra que estaba trabajando cuando llegué a su mundo–. Acaríciala mientras busco las herramientas adecuadas para que seas tú quien continúe con el trabajo.


–Espera, espera, espera… Es tu piedra y es tu obra. No pretenderás que un patoso, como yo, te la destruya con un mal golpe.


Y Nuria se reía, insistiendo: «No importa. Es una piedra blanda. ¿Ves?».


Y con una lija, entonces, iba levantando un polvo blanco que, a mis ojos, parecía esa nieve que germina los campos con su pureza blanca. Menos mal que ‘su nueva familia’ –hombre, mujer y niño, ‘la familia’ que estaba surgiendo de aquella piedra– volvió a estar en buenas manos. Menos mal que, con mis preguntas, logré que, allí mismo y sin justificación alguna, no apareciera un cruel desastre.


–Dime, Nuria, ¿por qué escogiste este lugar para hacer de él tu paraíso creativo? 


Y de tan largas explicaciones, sin duda alguna, me he quedado con esta parte:


–Cuando vivía en León y tenía un día ‘malo’ –ya me entiendes–, cogía el coche y me iba hasta un lugar específico de Foncebadón. Allí me pasaba las horas escribiendo o dibujando. Aquel lugar, tan cercano a este, tenía una energía tan positiva que me transformaba. Por eso…


–¿Foncebadón? Conocerías a María, la defensora de las campanas que pretendían llevarse, por la fuerza bruta, a Astorga, cuando solo, en el pueblo, quedaban ella, su hijo y sus ovejas.


–Sí. Sí. De hecho, le hice un poema como homenaje. ¿Quieres que te lo lea?


–Por supuesto…


–Está bien. Escucha: ¿Por quién doblan las campanas / si hoy no es día de fiesta? / Tocan a duelo por ti, / defensora de tu tierra. / Desde lo alto, en la torre, / brillabas como una estrella. / No hubo ni cura ni guardia / que apagara tu lucerna. / No es el tañer del bronce, / no es el hierro sin badajo, / es el sentir de tu pueblo / lo que defiende tu sayo. / Por ti doblan las campanas / y hasta el sol se desdibuja. / Llora la jara, el cantueso / y se enmudece mi pluma.


¿Veis? Leo o escucho sus poemas, miro sus cuadros, toco sus esculturas, y en toda la obra de Nuria Antón, use la pluma estilográfica, los pinceles o el mazo y el cincel, encuentro que es el amor quien le ayuda a levantar la niebla y a iluminar la noche con sus estrellas. Las piedras comunes (que recogió por los campos), el mármol y el granito que dieron forma a sus ‘Interiores’ –17 obras que expuso en la Sala Vela Zanetti, de León, en 2024– resultaron ser un claro ejemplo, uno más, para mostrar al espectador la belleza con la que da color y vida a una pieza… muerta. Pura poesía.
 

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