El artesano ejerce el arte minuciosamente. Lo hace utilizando materiales como el barro. Nada como sus manos para dar forma a elementos ahora decorativos y antaño esenciales en cualquier hogar. Por eso botijas de aceite, saleros, vasos, barriletes y muchos otros objetos que evocan tiempos de otrora son los que pueblan uno de los rincones más emblemáticos del municipio de Santa Elena de Jamuz.
Tras dos años sometido a un cierre fruto de la excedencia de su maestro alfarero y de una remodelación fallida, el Alfar Museo abrió sus puertas este jueves reconvirtiéndose en el espacio vivo que es, pues en él hay siempre alguien trabajando. Y, tras una ardua tarea en busca de relevo generacional, ahora es el turno de Jonathan Molero, bautizado ya como aprendiz alfarero del centro ubicado en Jiménez de Jamuz.
«Ya llevo más de diez años dedicándome a la cerámica», cuenta el joven artesano: «No había muchos candidatos para el museo y yo conozco cómo funciona el barro, así que me presenté y aquí estoy». Habla sin separar las manos de sus herramientas. «Estoy aprendiendo a hacer alfarería ahora, que me interesa mucho», relata, emocionado como está en el primer día de apertura: «A ver si ponemos en marcha el museo, voy aprendiendo rápido y enseño a la gente».
Inaugurado el 4 de noviembre de 1994 bajo el empeño de Concha Casado, preservado y cuidado con mimo por la estudiosa, el espacio es seña de identidad de una tierra ducha en barro. En esa seña, viejo hogar de viejo alfarero, sigue presente uno de los pocos hornos árabes en funcionamiento. También en esa seña desempeña su destreza un jiminiego que, nieto de artesano, dejó en segundo plano «los cacharros» entre los que creció para dedicarse a la cerámica. Y fue con el tiempo y gracias a las lecciones de uno de los tres alfareros del pueblo, Miguel San Juan, que el ceramista decidió volver, como aprendiz, a aquel hogar.

«Tampoco tengo edad para ser aprendiz, pero esto es como el piano; tienes que ir muy poco a poco», dice el oriundo de la localidad, que confiesa haberse interesado siempre por el ancestral oficio; uno que, paradójicamente, describe como «el futuro». «Las cosas de antes, las cosas que nadie hace, yo creo que son el futuro», apunta un aprendiz que, en realidad, nunca se imaginó trabajando en el enclave.
Pero la realidad supera a veces tanto la ficción como la imaginación y Molero, contra su pronóstico, es desde ayer el nuevo alfarero del museo de alfarería de Jiménez de Jamuz, que, por el momento, gracias al convenio firmado entre el Ayuntamiento y la Diputación de León, tiene previsto abrir de jueves a domingo –de 10:00 a 14:00 y de 17:00 a 20:00 horas– durante los próximos cuatro meses. Los visitantes podrán así disfrutar de todas las dependencias de un pequeño espacio henchido de historia. Un espacio creado con la intención de recuperar las tradiciones propias de un pueblo que, en los años cincuenta, tuvo como habitantes, sobre todo, a profesionales de la alfarería.
A esas visitas se sumarán también una serie de talleres que este mismo jueves arrancaron con su primera edición. No faltarán las ‘Noches del Alfar’; un programa de actividades nocturnas durante el mes de agosto. Tampoco presentaciones, charlas, coloquios y hasta veladas que tendrán como gran protagonista al citado horno, que volverá a funcionar tras dos años de incertidumbre, haciendo regresar a este museo vivo a su papel como el centro cultural que en gran medida contribuyó al nombramiento de Jiménez de Jamuz como Zona de Interés Artesanal por la Junta de Castilla y León en el año 2017.

Todo de la mano del aprendiz jiminiego, que se asegurará de que el trabajo que inició hace décadas Concha Casado no quede relegado al ignominioso olvido, habitando como habita desde este jueves el espacio. Aspirando como aspira a convertirse en el nuevo maestro del Alfar Museo. «Eso llegará algún día porque lleva años», refleja divertido: «La gente en los pueblos empezaba a los diez o doce años y a lo mejor eran maestros alfareros con veinticinco». Aunque en la práctica muy distinto, el leonés es de la opinión de que este oficio es «como cualquier trabajo» y la clave de su crecimiento la define de forma somera: «Trabajando años y dándole caña al barro». Hay incluso quien defiende que uno no es maestro alfarero hasta que se estrene cerrando por primera vez el barro.
A Jonathan Molero no le supone ningún inconveniente, experimentado como es en el manejo de la cerámica –tiene su propio taller en La Bañeza–. En plena faena, arropado entre piezas ejecutadas desde principios de los años noventa, con música leve de fondo y un ritmo constante para la pierna que gira el torno sin que las manos pierdan la precisión, el aprendiz ya se ha convertido en la nueva cara visible del Alfar Museo de Jiménez de Jamuz. Un centro que abre sus puertas después de dos años, desafiando al riesgo de desaparecer, cuidando el legado de una gran etnógrafa y garantizando la existencia de un lugar de cobijo para el artesano, que, airoso y contendo, podrá seguir ejerciendo su arte.