"No reírse de los sunormales, por favor"

Por Sofía Morán

Sofía Morán
15/04/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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El pasado 6 de abril se estrenaba en nuestros cines la película española ‘Campeones’, una comedia sencilla pero necesaria, dirigida por el genial Javier Fesser. La película cuenta la historia de un entrenador de baloncesto de primera división quien, tras una serie de fatídicos acontecimientos, se ve obligado a cumplir servicios comunitarios para esquivar la cárcel. Su labor será entrenar un equipo de baloncesto de personas con una discapacidad intelectual.

Una de las razones por las que esta película reventó la taquilla en su primer fin de semana de estreno, es la verdad que reflejan esos diez inexpertos actores que componen el equipo de jugadores, y que al igual que ocurre en la peli, padecen algún tipo de diversidad funcional (no la fingen).

Pensarán ustedes que me he equivocado de sección y que hoy vengo a hacerles la crítica de la cartelera intentando sustituir a Joaquín Revuelta, pero no, ni siquiera se me ocurriría. Simplemente les recomiendo la película porque es fantástica, es divertida y desarma (o al menos lo intenta) esos prejuicios que tenemos tan interiorizados, esos que tanto cuesta cambiar, pero sobre todo se la recomiendo porque nos acerca a un colectivo del que, en general, conocemos muy poco.

Las personas con discapacidad intelectual existen, ¿lo sabían? Quizá les cueste creerme y tengan que hacer un acto de fe, porque si no tienen a alguien en su entorno con una discapacidad de este tipo, es más que probable que no tengan contacto con ninguno de ellos en su día a día. Ni en el trabajo, ni en el ocio, y aún menos en la vida social.

La diferencia nos cuesta, para qué negarlo. Se les excluye por miedo y por pura ignorancia. Las políticas de inclusión en este país son una risa, un postureo para dar bien en la foto, para colgarse la medalla, siempre atufando a paternalismo y a limosna, lejos, muy lejos de alcanzar una inclusión real.

Por eso este colectivo sigue siendo una incógnita, unos verdaderos desconocidos que aún hoy cargan con un estigma social muy pesado.

Me van a entender si les digo que cuando coincidimos con una persona que tiene una discapacidad intelectual, es habitual ponernos nerviosos y no saber muy bien cómo comportarnos, es una situación que a veces no sabemos cómo manejar, atenazados por el miedo a meter la pata. Tendemos a infantilizar, y tratamos a adultos hechos y derechos como niños pequeños, sentimos miedo, rechazo, o simplemente les ignoramos, pero la reacción estrella suele ser la compasión, esa intensa mirada de pena que, en muchos casos, tanto ellos como sus familiares viven como una agresión.

Este es el resultado de no haber convivido nunca con este colectivo. Y aunque los adultos no solemos estar a la altura, no todo está perdido. Gracias a la inclusión en las aulas desde los primeros años de escuela, nuestros niños empiezan a vivir de forma radicalmente distinta las diferencias, sin miedo, sin extrañeza, y con esa naturalidad que les caracteriza. Los más afortunados, incluso serán capaces en el futuro no sólo de aceptar la diversidad, sino de valorarla como se merece.

Y es precisamente por esto por lo que es tan importante asegurar una inclusión real de los niños con diversidad funcional en los colegios, prestándoles los apoyos que necesitan para seguir al resto. Ellos, unos y otros, son el futuro.

Hasta hace no mucho tiempo bastaba con pedirle a esta sociedad nuestra eso de «no reírse de los sunormales», tal y como reza la pintada de carretera que acompaña este texto y que también le da nombre.

Subnormales, mongólicos o deficientes. Las cosas no han cambiado tanto como deberían, pero estoy segura de que ya vamos estando listos para algo más que aguantarnos la risa.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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