‘Wendy’
Eugenio Fuentes
Tusquets Editores
Novela
504 páginas
21,75 euros
Hay novelas –muy pocas, es cierto– que te atrapan desde el párrafo inicial, son como esos tábanos que arrean el aguijonazo por la espalda e inoculan su veneno cual adicción para la que no existe desenganche. Eso me ha ocurrido con ‘Wendy’, el último título de la saga escrita por el autor extremeño Eugenio Fuentes y protagonizada por el detective Ricardo Cupido, y que sigue (y supera) a otras novelas precedentes tan luminosas como ‘Mistralia’ o ‘Perros mirando al cielo’. ‘Wendy’ ha sido como esa liga emboscada entre pimpollos para atrapar gorriones. Imposible desprenderse de ella para volar libre. Ni ganas de hacerlo. Dice una de las fichas que he cotilleado acerca de la novela en internet, para ver su precio, que hacen falta casi 12 horas para leerla. No sé calcular cuánto tiempo he empleado en su lectura. Sí sé que me ha quitado fases de sueño, que me la he llevado al cuarto de baño cada vez que precisaba aliviar mis necesidades, que se la recomendé a mi enfermera, cuando fui ayer a hacerme el control mensual del Sintrom y me sorprendió leyéndola para amenizar la espera en el pasillo. Incluso he avanzado algunas líneas sentado al volante de mi coche, mientras aguardaba que cambiara el disco de un semáforo de color, o la he condecorado en alguna de sus páginas con un fluido de origen graso y alimenticio, pues ni mientras comía podía dejar de leer, ansioso como estaba por devorarla.
En cualquier caso, no se trataba de batir récords de velocidad lectora, sino de avanzar en la trama, en esquivar las pistas falsas o los giros inesperados que el autor iba dejando para despistarme, en desbrozar un argumento de una densidad selvática, en añadir o descartar candidatos a cargar con el muerto o con la muerta o con los muertos de la historia, que además se salpimenta con chantajes y secuestros y otros avatares trepidantes a más no poder.
Había pensado en un par de títulos diferentes para encabezar esta reseña, entresacados de las propias páginas del libro. Uno era «un trabajo decente» y el otro «la totalidad del mundo». Ambos me parecían adecuados y habría podido justificarlos y defenderlos con solvencia, por la honestidad investigadora y traslúcida del detective y porque hay amplia representación de razas y culturas en el devenir de los acontecimientos. Pero luego lo he pensado mejor y he decidido tomar el camino más directo que, con frecuencia, es el más corto y el más fácil de entender. En este mundillo editorial (y a veces literario) proliferan, por una parte, los autores a los que se cataloga veleidosamente de maestros del género y, por otra, se tiende a despreciar las novelas de corte policiaco porque, por mucha sangre que salpique y mucha tensión e intriga (o no tanta) que comprima sus páginas, carecen de metáforas, de frases armoniosas, de reflexiones interesantes o, incluso, de ternura y de humanidad.
Y yo, harto de pamplinas, voy a ser categórico al respecto. Y que no me venga nadie con cuentos patrañeros. Es verdad, se publica mucha morralla como si fuera rape o rodaballo pescados con anzuelo. Muchísima. Pero, por su incuestionable calidad narrativa y expresiva, había dos reyes indiscutibles de la novela negra en España. Uno, por desgracia, nos abandonó demasiado pronto, en su mejor momento creativo. Se trataba, por supuesto, de Domingo Villar. El otro, y lo defiendo alto y claro, es Eugenio Fuentes. Y al decir esto podría pensar en un tercer título para esta reseña –«pero sigo siendo el rey»– al hilo de un grupo de mariachis patibularios que aparece en la novela. Otros se llevan la fama y venden miles o centenares de miles de sus obras, pero ninguno, mal que les pese, escribe como lo hacía Villar y como lo sigue haciendo Fuentes.
Y si ya lo había manifestado en las anteriores entregas de la serie, es en esta donde, sin lugar a duda, Eugenio Fuentes alcanza su culmen narrativo, la madurez en su literatura primorosa y en el tratamiento profundo y diferencial de cada personaje (casi cincuenta he llegado a contar, cada uno con sus propios matices). Alrededor del mundo del fútbol de élite –masculino y femenino– el autor engarza una trama que se desarrolla en torno a Madrid y a ese territorio ya mítico y propio que responde al nombre de Breda, y aglutina un cardumen de situaciones y peripecias que convierten en sospechosos a numerosos personajes que, de una manera u otra, quizás no salgan del todo indemnes a la hora de abrochar el desenlace.
‘Wendy’ es la novela más extensa de la saga, 500 páginas. También la más ambiciosa. Sin duda, la más lograda; aunque solo sea por la amplia diversidad de corrientes fluviales que se desgajan de un río principal: la desaparición y muerte de Wendy Paraíso, después de protagonizar un vídeo erótico con un astro futbolístico brasileño. Pero hay mucha más enjundia en este medio millar de cuartillas donde no sobra nada, donde se detalla con una precisión milimétrica cada escena, donde cada personaje muestra lo mejor y lo peor de su instinto humano, su capacidad para amar o para matar, para redimirse o para vengarse, para demostrar su ambición desmedida o para conformarse con las hortalizas que proporciona un huerto.
Y, por encima de todo, conmueven los contrastes entre la vida y la muerte, entre la felicidad y el dolor, entre la calma que genera el hogar y la turbulencia que espolea a los criminales. Y todo esto lo vive en primera persona Cupido, que disfrutará del nacimiento de sus hijos gemelos –Laura y Raúl– y que nos narrará con enternecedora pasión de padre su venida al mundo en un paritorio o el miedo a una enfermedad prematura y preocupante; como nos desgranará el dolor producido por el tormento y el asesinato de alguien absolutamente cercano o nos hará un canto al amor septuagenario de Berta y de Trino en las postrimerías de la novela.
Pero hay mucho más, un lenguaje descriptivo que roza la pura poesía en ocasiones, unos adjetivos que condecoran el nombre al que acompañan: verde histérico, piernas galvanizadas, disciplinados campos de maíz, baldas pandeadas, dientes pizarrosos, belleza suburbial, campanas como bailarinas con cancán… para certificar, a modo de hallazgo para quien acabe de descubrirlo, a un narrador majestuoso –el único rey ya del género, no me canso de insistir– que además nos despista y desconcierta en cada conversación, en cada insinuación, en cada suspicacia, en cada sugerencia, en cada intuición, para llegar, sin embargo, a un final tan coherente como lógico; porque, como él mismo reconoce, muchas veces en lo sencillo y evidente radica la resolución del enigma, por mucho que esa evidencia tarde en recordarse.
Ternura, crueldad, ambición, amor, despilfarro, lujo, resentimiento, lealtad, sexo, miedo, inocencia, envidia, candor, culpabilidad… todo lo bueno y lo malo del ser humano se concita en estas páginas y Fuentes lo desentraña con precisión de caritativo forense y lo remata con la pericia de un ariete goleador, porque sabe, además, que «un buen final justifica una historia entera, y un desenlace chapucero arruina todos los méritos acopiados en su relato».
‘Wendy’ no solo justifica su monumentalidad en cada capítulo, sino que, por si quedaba alguna duda, consagra definitivamente a Eugenio Fuentes, con dinero o sin dinero, con muchas o más ventas, como el rey del género negro, y consolida a su detective Ricardo Cupido como uno de los grandes héroes referenciales de la novela policiaca contemporánea. Y lo demás, son cuentos chapuceros, monsergas sin aliento. Se lo digo yo.