Napoleón

Bruno Marcos recuerda la obra maestra del cine que Abel Gance realizó en 1927 sobre Napoleón con motivo del estreno de la película que le dedica Ridley Scott

Bruno Marcos
09/12/2023
 Actualizado a 09/12/2023
Joaquin Phoenix en Napoleón de Ridley Scott.
Joaquin Phoenix en Napoleón de Ridley Scott.

Cuando yo era niño a los locos siempre se los representaba creyéndose que eran Napoleón, después de ver el reciente estreno de la película que sobre el personaje histórico ha rodado Ridley Scott sale uno pensando que el loco era el Napoleón auténtico. 


El cineasta británico, autor de películas maravillosas y muy distintas entre sí, ha fabricado una pieza monumental con escenas de batallas espectaculares, como la de Austerlitz, en la que los soldados de infantería, los jinetes y los caballos acaban ahogados bajo el hielo de un lago roto por el fuego de artillería. Ya sólo los vestuarios, el ambiente del París revolucionario o la recreación de la pintura de Jacques-Louis David con la coronación del emperador, justifican el visionado de los ciento sesenta minutos que dura el largometraje; pero el Napoleón que aparece en estas impresionantes secuencias es un ser plano, cuya inanidad contrasta con la elocuencia patente en las cartas amorosas a Josefina que se escuchan en voz en off. El Napoleón de Scott y Phoenix, que lo interpreta, hace inverosímil que un hombre así fuera capaz de poner patas arriba el mundo con una guerra que intentaba expandir, entre otras cosas, los derechos universales del hombre, dejando una memoria tal que, más de doscientos años después, mueva toda la maquinaria de la industria cinematográfica para filmar una gran superproducción sobre él. 

 
Imagen Albert Dieudonné como Napoleón en el film de Abel Gance (1927)
Albert Dieudonné como Napoleón en el film de Abel Gance (1927).

Precisamente su historia fue una de las primeras que se quiso llevar a imágenes en cuanto se pudo con la invención del cine. En 1927, cuando las películas aún eran mudas y en blanco y negro, Abel Gance acometió una empresa colosal: proyectó recrear toda la vida de Bonaparte desde la infancia hasta la muerte. Inicialmente se había pensado en siete partes de las cuales sólo se realizó la primera. Doscientas cincuenta horas de filmación que volvieron un infierno el montaje durante décadas, con versiones de más de nueve horas a veces llegando hasta la actual, de cinco y media. Son míticas la secuencia primera, con Napoleón niño dirigiendo una batalla de bolas de nieve, y el tríptico final, rodado con tres cámaras al mismo tiempo para capturar un encuadre extremadamente horizontal de regimientos y paisajes. 


Gance utilizó todo lo que el cine puede ofrecer, estaba viviendo las vanguardias artísticas y la revolución tecnológica de la imagen al tiempo que portaba en la maleta un bagaje cultural enorme. La película, una joya desconocida para el gran público, tiene elementos románticos a lo Friedrich, composiciones pictorialistas y simbolistas. Gance usó barridos, fundidos, ángulos aberrantes, travellings…; realizó tomas con cámara al hombro y sobre las grupas de los caballos, superposiciones fantasmales, sombras chinescas; coloreó las secuencias de naranja, azul, rosa o rojo intenso. Montó las escenas de manera clásica y en paralelo, dividió en ocasiones la pantalla para ver acciones simultáneas y no escatimó en expresionismo a la hora de dibujar a los personajes de la Revolución: Danton con pelos de chiflado, Saint-Just con aros en la orejas, Couthon en su silla de ruedas propulsada con pequeñas manivelas, Robespierre con gafillas oscuras que ocultan su mirada de malvado y el propio Napoleón que, por momentos, tiene mucho aspecto del vampiro Nosferatu.


Dos arqueologías, dos épocas pasadas recreándose una a la otra, la del tiempo de Napoleón visto desde el tiempo de 1927.
 

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