Hace unos días fallecía en León, a los 95 años, el escultor —y muchas más cosas— Ángel Muñiz Alique, todo un personaje.
No podían faltar en ese gran desván de los años 70 que el archivo de Fernando Rubio imágenes de Ángel Muñiz y el fotógrafo pronto las sacó a la luz. En unas aparece Ángel trabajando, en la escultura al maestro Odón Alonso, y en otras aparece con un león —el animal— de nombre Leo que curiosamente le dio mucha popularidad a su propietario. Eran fotos de 1976 en el estudio de Muñiz Alique y recuerda Rubio que además de en la escultura de Odón Alonso trabajaba en el busto del Rey y un relieve de la Virgen del Camino. "Su mascota Leo, un joven león del que mi compañera Camino Gallego y yo, tenemos buen recuerdo por el tiempo que tuvimos que esperar,hasta que Ángel y su hijo consiguieron calmarlo, dentro de su jaula".
Las fotos de Ángel Muñiz Alique despertaron los recuerdos del fotógrafo y rescató de su archivo otras tres series de fotografías de miembros de esta saga: Pepín Muñiz y su hermano Alberto, conocido como Tío Alberto; y Begoña Muñiz Bernuy, abogada leonesa y una de las pioneras de la profesión en nuestra ciudad.
Nombres que nos llevan hasta una saga familiar, los Muñiz (Bernuy, Alique...) con personaje verdaderamente fascinantes. Vaya por delante el recuerdo de dos, el capitán Sixto Muñiz, uno de los integrantes de las llamados Los últimos de Filipinas, y José Muñiz, que por su comportamiento humano y humanitario en la posguerra española fue conocido como El Schindler leonés, en virtud de la cantidad de vidas que salvó... jugándose la suya.
Se nota pronto que el singular Pepín Muñiz —abogado sin edad calculable, coleccionista de todo, buscador de fantasmas, perseguidor de leyendas, lector de lecturas tan extrañas como los tres tomos de los viajes eróticos de una pulga y, sobre todo, el último bohemio de la ciudad— siente verdadera admiración por uno de sus antepasados, el abuelo, el capitán Sixto Muñiz: "Había caído prisionero de los filipinos y estuvo cuatro meses preso en la cárcel de Batangas, donde siempre nos dijo que había sido tratado correctamente, tanto que se enamoró de la hija de un cacique de la tribu; pero el padre decidió que debían casarse y mi abuelo no dudó en lanzarse al mar con algunos compañeros, en una barcaza que naufragó y fue hecho prisionero por los americanos, con lo que no fue liberado hasta el 5 de abril del año 1900, y no llegó a España hasta el 8 de junio, siendo el último de los últimos, por eso no aparece en la famosa foto de ‘los últimos’ a su llegada a Barcelona".
Sixto Muñiz pasó más de diez años escondido como topo en la Sobarriba después de la guerra y José, que fue Secretario de causas, cambiaba los informes sumariales para salvar vidas En 1903 se casó con Agustina Alique y nació así la larga saga de los Muñiz Alique, pero no fue el final de los avatares del capitán Sixto, como bien recuerda Pepín: "en 1906, estando al servicio del Rey Alfonso XIII resultó herido en el atentado del anarquista Mateo Morral contra el monarca". Y cuando estalló la guerra civil se refugió en su tierra, la Sobarriba, y permaneció diez años escondido, lo que llamaban un topo, escondido en el pajar de Amalia y Cayetano, en Represa. "Algunas noches bajaba andando a ver a la abuela y a los nietos nos decían que era el señor Pedro, el dueño de los caballitos".
Las consecuencias de la guerra también marcaron la biografía de otro miembro de la saga: José Muñiz Alique. "A finales de los años 40 trabajaba en el Juzgado de Murias de Paredes como Secretario de causas y desde es puesto pudo salvar la vida de muchos condenados a muerte. Lo hacía rebajandolos cargos que se les imputaban o también cambiando los informes sumariales, por lo que se jugaba su propia vida" este leonés que vivió más de 100 años y dejó tras de sí una evidente estela de hombre bueno y justo.
Era el padre de los protagonistas del reportaje fotográfico, el ya citado Pepín Muñiz y El Tío Aberto, que también tienen una biografía con mucho que contar.
Pepín es un ser inclasificable, tal vez lo del último bohemio sea lo más cercano. Rubio, que habla del curioso y diletante Pepín, dice de él: "guardabosques en Canadá, navegante en los Mares del Sur, enfermero en Londres… Pero, sobre todo, lector y coleccionista de bellezas. Poseedor de una vasta biblioteca, en ocasiones y secretamente ejerce de nigromante". La verdad es que cualquier cosa que cuentes de Pepe Muñiz abre la puerta de miles de recuerdos, anécdotas, personajes e historias.
Conocer lo que hizo José Muñiz seguramente ayude a conocer a su hijo, el llamado Tío Alberto, fundador de la Ciudad de los Muchachos (CEMU) una obra que otra forma de contarla decir que gasta todos sus ahorros de excelente arquitecto en esta ‘ciudad’ cuya primera y fundamental ocupación es recoger, atender y rehabilitar a niños de la calle. Recuerda Rubio que "en 1970 funda la CEMU, una ciudad a escala de niños. Concebida desde sus inicios por y para jóvenes carenciales y problemáticos, más de 3000 niños han pasado por esta institución". Así la contaba, en primera persona, el arquitecto leonés: "Franco aún estaba vivo, le quedaban aún cinco años, y puse en marcha una ciudad ‘para golfillos’ (usa con frecuencia esta palabra) en la que además existía una Democracia pura: los golfillos votaban, los mayores de 16 años podían ser sus alcaldes, su voto valía exactamente lo mismo que el mío o el de cualquier profesor, redactamos nuestra Constitución, aquellos niños sabían lo que era una urna, unas elecciones, acudían a mítines...".
Para explicar esa pasión solidaria acude Tío Alberto a su infancia, de ocho hermanos, y recuerda que siempre contaba su madre que un día le compraron un abrigo nuevo, lo llevó al colegio y regresó sin él, se lo había regalado a un niño pobre que encontró argumentando que la necesitaba más que él. Entre los recuerdos, uno de la época en la que era estudiante de Arquitectura le perece muy significativo en la formación de su personalidad: "Tenía una depresión terrible, muy fuerte, llevaba dos años con ella, se me había juntado lo amoroso, lo religioso, lo social... no veía salida por ninguna parte y apareció un niño de Mansilla, nacido en Francia, allí le llamaban español, aquí gabacho y me sentí muy cercano a él. Era especial, decía que tenía un amigo y con el tiempo descubrí que era un chopo. Total, que me sacó de la depresión, para siempre, y ahora en cada niño de la CEMU veo, de alguna manera, a aquel chaval".
Y ahí sigue, al frente de la Ciudad de los Muchachos, ahora con codo con su mujer, Maia, que sabe mucho de los mundos de la solidaridad, pues es la hija de Paquita Gallego, que trabajó con la madre Teresa de Calcuta y fue la fundadora del primer comedor de indigentes de Leganés. "Yo creo que todos necesitamos un tío Alberto y el mío es Maía".
Y la última Muñiz que recupera Fernando Rubio también es una pionera, en este caso en el campo más propio de la familia, la abogacía, pues su padre, Manuel Muñiz Alique, fue número 1 del Colegio de Abogados de León muchos años.Entre sus hermanos hay una nutrida estirpe de juristas... Es Begoña Muñiz Bernuy, a la que fotografió jurando su cargo en 1976 y que reflexionaba años más tarde sobre su condición de ‘pionera’: "En los años 70 no era fácil. Varias veces vinieron clientes a mi despacho diciendo que querían ver al abogado. Yo les explicaba que era yo y me decían: ‘No, pero nosotros queremos ver al abogado, abogado’. Luego cuando les llevabas el asunto se convencían".
Mil historias y mil que quedan pues la fuente de la saga Muñiz no se agota.
Muñiz, del último de Filipinas al Schindler leonés, bohemios y solidarios irrepetibles
La saga Muñiz, con una de sus ramas los Alique, ha dado a León una sucesión de personajes irrepetibles y marcados por la solidaridad, desde uno de los últimos de Filipinas al creador de la Ciudad de los Muchachos
28/03/2022
Actualizado a
28/03/2022

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