Mujer y ruralidad como parte del camino de la vida, que sana

Laly del Blanco, escritora y artista plástica, inaugura nueva temporada de ‘los caminos en femenino’

Mercedes G. Rojo
14/10/2025
 Actualizado a 14/10/2025
La escritora y artista plástica leonesa Laly del Blanco con Rosa Montero en la entrega del premio Dulce Chacón 2018.
La escritora y artista plástica leonesa Laly del Blanco con Rosa Montero en la entrega del premio Dulce Chacón 2018.

(...) ¿De verdad este señor no sabe cómo le crece a una mujer lo valiente cuando se entera de que tiene al enemigo con ella. Saberlo es la única forma de sacar las armas, poner los brazos en jarras, lanzar el grito de guerra y combatirlo, porque en su interior solo permite que crezcan hijos? (...)
( ‘De sirenas y vencejos’, fragmento. LNC, 12.10.2025).

Hoy he querido jugar al despiste y he obviado adrede el nombre de la escritora que se esconde tras la cita elegida de uno de sus textos, consciente de que muchos de ustedes serán capaces de reconocerla, porque siguen sus esperados artículos de opinión domingo tras domingo. Y sí, tras un creo que merecido descanso, reinicio nuestros ya habituales caminos de creación de nuestras mujeres, dándole el protagonismo a una compañera que lleva ya mucho tiempo escribiendo en estas páginas, Laly del Blanco Tejerina (Las Muñecas, 1961). Lo hago eligiendo conscientemente un día más que especial para todas aquellas que ejercemos la escritura, porque justo hoy, mientras doy los últimos retoques a este nuevo capítulo de la serie se conmemora el Día de las Escritoras, en su décimo aniversario, tras ser instaurado a instancias de la BNE, la Asociación Clásicas y Modernas y la FEDEPE (ya saben que este es un día volandero que tiene lugar el lunes más próximo a la onomástica de Santa Teresa, que se celebra el día 15). Y, además, mañana, precisamente en esa misma fecha, tiene también lugar el Día de la Mujer Rural. ¿Que qué tiene que ver una cosa con la otra? Pues así, de entrada, que de ambas condiciones goza nuestra protagonista de hoy: escritora y mujer muy vinculada al medio rural por diversas razones, no solo por las que la atañen en lo personal, también por aquellas que tienen que ver con los personajes de los que tan a menudo habla y de los que recoge vivencias y sapiencias. A mayores, comentar que hay una segunda razón que hace a Laly más que merecedora de convertirse hoy en nuestra protagonista. 

Nacida en Las Muñecas, pequeño pueblo de León en el que, tal como ella misma nos ha contado en sus crónicas leonesas, en invierno ya no queda ningún vecino, vive ahora a caballo entre San Andrés del Rabanedo y un pueblecito cercano a León donde se ha construido una casa que lleva mucho de ella y de su esfuerzo personal en su puesta a punto, pues a Laly le encanta trabajar con las manos, un refugio en el que dejar fluir su afán creador tanto a través de las letras (el aspecto que tal vez más conocemos la mayoría) como de lo plástico. Respondiendo es esta segunda faceta, que quizá lleve más en la intimidad, ya en 2015, Laly del Blanco exponía parte de su colección pictórica: en noviembre, en la Casa de la Cultura de San Andrés del Rabanedo; en diciembre, en La Peregrina de Sahagún; un buen número de cuadros realizados sobre elementos naturales como la madera, la pizarra, la piedra o el cuero, en muchos casos procurando dotar de una nueva vida, objetos o materiales que ya han cumplido una función anterior que poco o nada tenía que ver con el arte en sí mismo. «Intento sacar belleza de los materiales más pobres y de los momentos más difíciles. Coger una tabla de lavar, unas botas viejas destinadas a la nada, rescatar un cuarterón de la basura y conseguir que alguien sonría al verlo convertido en cuadro, merece la pena», cuenta al respecto de su obra que hace crecer a través de la utilización de los más diversos materiales y técnicas, ya sean pinturas al agua, acrílico o barro. Hasta tal punto que posar su mirada sobre estas obras permite, a quien se acerca a las mismas, conocer un poco más a la artista que hay detrás, adentrarse en sus recuerdos,..., pues en muchas de sus obras ha querido inmortalizar «objetos e imágenes vinculadas a sus seres queridos como homenaje a los momentos vividos con ellos», pues «cada cuadro es un trozo de mi vida en el que he convertido objetos que un día fueron utensilios cotidianos en eternos» y con los que regala, a quienes los contemplan «un cúmulo de sensaciones que suceden mientras pinto pues la pintura es para mí una forma de evasión, de sacar tristezas y miedos».

Y tras esta pequeña mirada a su faceta más plástica volvamos al motivo principal de este artículo, la obra literaria de Laly del Blanco Tejerina. Sus letras no van a descubrirlas ustedes en un libro específico, pero sí en varias decenas de ellos por los que se cuelan sus relatos con méritos propios; también van a poder encontrarla –si no lo han hecho ya- cada domingo en la última página de esta misma publicación. Entre las múltiples publicaciones corales en las que participa, una muy especial por el significado que para ella tiene: la del Certamen literario organizado por “Calechos de Babia y Luna”. Desde aquella primera edición de 2018, año tras año, los diferentes jurados (y ya saben aquello de «cambia el jurado, cambia el premiado») han seleccionado sus relatos entre los merecedores de ser publicados, lo que es indicativo de que su obra llega y es capaz de cautivar a todo tipo de público, a través de historias y personajes muy ligados a la tierra. En ese certamen, este año, los hados nos han permitido reencontráramos una vez más: ella como participante, yo como jurado. Y digo reencontrarnos, porque nuestros caminos se han ido cruzando en muchísimas ocasiones desde que nos conocimos creo recordar que en aquellos primeros tiempos del Cuento Cuentos Contigo, cuando el mismo se celebraba en aquel Café Amelie de la Avda. Padre Isla, que mes a mes se nos iba quedando cada vez más pequeño a quienes acudíamos a compartir relatos; ya fuera desde la palabra o desde la escucha. Y allí estaba ella, ella y su alter ego, Gelines, las gemelas de Las Muñecas. Poco después, en el verano de 2017, coincidíamos también en el encuentro literario de Noceda del Bierzo. Y cuando en octubre de ese mismo año se me ocurre la loca idea de comenzar con un homenaje para el mes de marzo, en cuya primera edición me acompañan otras tres compañeras, Laly, junto a su gemelar (como les gusta llamarse entre ellas) son de las primeras compañeras escritoras en subirse a un carro del que ya no han querido bajarse y en el que me acompañan parada tras parada. Así que sí, Concha Espina, Josefina Aldecoa y Alfonsa de la Torre primero, y después Manuela López, Felisa Rodríguez, Manuela Rejas, Eva González y Faustina Álvarez han sido también las inspiradoras de nuevos relatos por los que transita con una pasmosa naturalidad en la que la despoblación, la minería, los paisajes rurales y la sacrificada vida de la gente de campo, han sido la mayor fuente de inspiración de unos relatos, que personalmente considera casi todos costumbristas. Porque las raíces pesan mucho, y las suyas están en ese pueblecito que la vio nacer, en ese valle del Tuéjar que a menudo nos recuerda era también conocido como “el valle del hambre”, donde compartió nacimiento y vida con sus padres y sus nueve hermanos. De aquella dura pero feliz realidad, recuerda sus veranos infantiles en el pueblo, mientras sus inviernos transcurrían, siempre junto a su hermana, en internados que no siempre estaban dentro de los lindes de la provincia, tiempos de los que aún conserva buenas y profundas amistades labradas a base de momentos compartidos lejos de la familia de sangre; inviernos en los que recuerda como único juguete siempre un libro, circunstancia de la que considera nació su profunda adicción a la lectura «que ya en mi madurez, se convirtió en adicción a la escritura». Llegaba esta última tardíamente, a través del taller de escritura en la que su hermana Gelines la matricula, en 2015, justo tras la dura e inesperada pérdida de su pareja. Y volvió a enamorarse, esta vez de la palabra, un enamoramiento del que no ha podido ya desprenderse. Ella considera que fue casualidad, yo que el germen de su pasión ya estaba presente en aquellas largas cartas infantiles, de sus inviernos de internado que la mantenían unida a su familia.

Con Charo López y Carmen Posadas en uno de los galardones recibidos por Laly.
Con Charo López y Carmen Posadas en uno de los galardones recibidos por Laly.

Tras el taller, a modo de entrenamiento, de estímulo para seguir escribiendo, llegaron los concursos; y con estos los premios. y ya todo se convirtió en un no parar, en el que se fueron sucediendo reconocimiento, publicaciones y, sobre todo y lo que más valora, la posibilidad de conocer de primera mano a Inma Chacón, Carmen Posadas, Rosa Montero… «ídolos literarios que ves tan lejanos y un día te encuentras recibiendo un premio de sus manos. Es una experiencia inexplicable que justifica cada letra que has escrito»; una trayectoria imparable pero de la que nunca se la oirá alardear.

Y así es que aquellas cartas de tiempo infantiles han acabado convirtiéndose en textos que van del relato a sus crónicas semanales, en una prosa con profunda carga lírica, de altísimo nivel literario; textos con los que muy a menudo nos ayuda a reflexionar acerca de la condición humana mientras vemos el mundo a través de sus personajes; niños, ancianos, mujeres, seres dolientes, ... En torno a ellos construye siempre relatos emocionantes y sobrecogedores, de principio a fin; relatos que rara vez nos dejan indiferente como lectores; relatos donde los personajes se nos muestran, con una humanidad cargada de realidad y de poesía, pero sobre todo cargada de respeto, aunque en ese respeto vaya implícita, a veces, la rudeza que ha marcado sus vidas.

Laly es todo reflexión, es todo denuncia, es todo poema aunque sus palabras se entrelacen creando renglones seguidos. Su palabra es toda conciencia. ¿Cómo no seguir leyéndola día a día? Ojalá llegue el momento en que podamos encontrar todos sus relatos aglutinados en una única publicación solo para ella (aunque más que para uno ya dan para varios libros) y que lo mismo ocurra con esos artículos que nos regala domingo tras domingo, para cerrar la semana (o para comenzarla, ustedes eligen) de una manera diferente, con un poco de poesía escrita en prosa y un aliento de esperanza ante las dificultades que el día a día nos ofrece, o un grito de rabia e inconformismo ante las injusticias presentes, de aquí o de allá. Es verdad que ella no está por la labor, aún. Dice que si no ha publicado en solitario es «porque la pereza me puede y, quizá porque las numerosas antologías en las que estoy publicada, me son suficiente» en un camino en el que, para ella, todos esos relatos escritos son, ¿solo?, «historias de ida y vuelta, nacidas entre mis manos, reconocidas por un jurado y devueltas a mí, perpetuadas en un libro». Dice que así le bastan y le sobran; no tanto a su hija que está orgullosa de su trayectoria, ni a ese público lector que continuamente la insta (instamos) a publicar, en la esperanza de que llegará un día en que logremos convencerla. Así tendríamos la oportunidad de volver sobre sus textos siempre que queramos sin necesidad de perdernos entre mil publicaciones sueltas. Porque muchos seguimos siendo de la antigua escuela y sentimos que no hay nada más placentero que sentarse, en cualquier lugar en el que nos sintamos arropados, a leer un buen libro, máximo si el mismo está lleno de personajes y de historias como las que Laly nos regala cada día, y que tan a menudo transcurren en lugares que pronto quedarán solo en nuestra memoria.
Toca ir despidiéndonos, y puesto que mañana se conmemora el Día de la Mujer Rural, les invito a recuperar el texto que ella misma les dedicó el pasado año, bajo el título “Entre silencios” y del que, para abrir boca, extraigo este fragmento sumamente significativo:

«(...) Cada año por estas fechas, nos recuerdan que las manos femeninas son la mitad del sustento del planeta y las mejores guardianas del medio ambiente. Una mujer, solo por el hecho de ser madre, como la tierra, tiene una sabiduría innata que la convierte en catedrática del suelo, en activista del aire y pionera de estrategias y resiliencias, cuando ni existía ese palabro. La mujer rural es diplomática, con embajadas en cielo y tierra. Pacta con el granizo y la tormenta y si hay que ir por las malas, echa mano del ‘Tente nube’ retando al rayo, a voz en grito y a campanazo limpio. Y repara los daños, sin rencor alguno, cuando las nubes se ponen bravuconas y no cumplen el pacto (...) [Laly del Blanco Tejerina. “Entre silencios”, LNC.10.10.2024]

Volviendo a su escritura, y ya para despedirnos, podríamos decir que las letras de Laly son una parte del camino de la vida, un camino que, además, sana. Nosotras, hoy, queremos recorrerlo con ella. 

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