En 2019, St. Margarethen acogió ‘La flauta mágica’. Un título que se presta a este tipo de enfoque monumental: a cielo abierto, con grandes decorados y con efectos especiales, como ya plantearon los festivales de Bregenz en 2014 o de Macerata en 2018. En el joven equipo artístico despuntan el alemán Max Simonischek, en su primera incursión como Papageno, así como el bajo australiano Luke Stoker, que ya ha sido Sarastro en Viena y Dusseldorf. La joven griega Danae Kontora (1988), soprano de coloratura, ha cantado el papel de la reina de la noche en Leipzig y Dresde. La prestigiosa revista Opernwelt la nominó a Mejor Cantante Joven en 2015.

El autor de ‘Don Giovanni’ se encontraba muy enfermo –moriría meses después–, pero también en su plenitud musical. Aquí se atrevió a todo: mezcló personajes serios con otros cómicos como Papageno, números bufos con corales de misa o tremendas arias de coloratura propias del bel canto. Entre sus innovaciones, avanzó la técnica de los leitmotiv, incluyó esporádicos recitativos –poco habituales en la música alemana– y creó ambientes en la orquesta con combinaciones insólitas de instrumentos. Por ejemplo, la melodía de flauta sobre colchón de viento metal y timbales durante las pruebas del fuego y el agua. Asimismo, caracterizó a los personajes mediante el canto: Sarastro –arquetipo del Bien– con solemnes adagios de notas largas y graves. Su cara opuesta, la Reina de la Noche (incertidumbre, bajas pasiones), proyecta su furia en una melodía aguda, agitada y con florituras eléctricas. Y la simpleza de Papageno se traduce en tonadas casi infantiles, aunque deliciosas.
Hoy ‘La flauta mágica’ perdura gracias a su altura musical y a su mensaje humanista: concebida solo dos años después de la Revolución Francesa, en esencia predica el paso del caos al orden. Algunos pasajes resultan apolillados (al negro Monostatos se le considera siniestro por el color de su piel; los aristócratas ascienden, los proletarios se centran en el goce vulgar y la procreación), pero Mozart introdujo una nota de feminismo: Pamina guía al príncipe hacia la luz, al contrario que su propia sociedad (los «illuminati» no admitían a mujeres). Y aunque Papageno –un poco patán– renuncie al conocimiento elevado, también tiene derecho a la felicidad, y nos inspira ternura con su elogio de lo terrenal. En su canto a la comprensión, el genio de Salzburgo incluso hizo protagonista al instrumento que menos le agradaba: la flauta, para la cual solo había escrito dos conciertos, uno de ellos mera transcripción de otro de oboe.