Mozart en la cantera romana

El festival de ópera de St. Margarethen, en un impresionante enclave natural al sur de Austria, representó al aire libre ‘La flauta mágica’, cuya grabación emite este jueves Cines Van Gogh

Javier Heras
02/03/2023
 Actualizado a 02/03/2023
Un momento de la representación de la célebre ópera de Mozart ‘La flauta mágica’. | ARMIN BARDEL / ORF
Un momento de la representación de la célebre ópera de Mozart ‘La flauta mágica’. | ARMIN BARDEL / ORF
Cuando un aficionado a la ópera piensa en festivales al aire libre, seguramente le vengan a la memoria la Arena de Verona, Taormina o Caracalla. Sin embargo, hay un certamen menos conocido y cuya belleza abruma: St. Margarethen. Esta cantera de más de dos milenios de antigüedad se sitúa al sureste de Austria (en la frontera con Hungría, a unos 65 kilómetros de Viena) y es patrimonio cultural de la Unesco. Explotada por el Imperio Romano para sus vías y campamentos legionarios (como el de Carnutum), en el siglo XIV abasteció la construcción de la catedral de San Esteban, en la capital del país, así como de distintos edificios de la Ringstrasse. Desde 1996, su uso se centró en los espectáculos en directo, más aún desde su rehabilitación de 2005. Con capacidad para casi 5.000 espectadores, cada año recibe a unos 200.000 melómanos. Sus paredes rocosas aportan una acústica incomparable y un ambiente muy especial. Es el escenario natural más grande de Europa, con 7.000 metros cuadrados de superficie.

En 2019, St. Margarethen acogió ‘La flauta mágica’. Un título que se presta a este tipo de enfoque monumental: a cielo abierto, con grandes decorados y con efectos especiales, como ya plantearon los festivales de Bregenz en 2014 o de Macerata en 2018. En el joven equipo artístico despuntan el alemán Max Simonischek, en su primera incursión como Papageno, así como el bajo australiano Luke Stoker, que ya ha sido Sarastro en Viena y Dusseldorf. La joven griega Danae Kontora (1988), soprano de coloratura, ha cantado el papel de la reina de la noche en Leipzig y Dresde. La prestigiosa revista Opernwelt la nominó a Mejor Cantante Joven en 2015.

Cines Van Gogh retransmite este jueves la grabación de esta ópera. El canto de cisne de Mozart nació por encargo del empresario Emanuel Schikaneder, quien en 1791 necesitaba un éxito para reflotar su negocio, el Theater auf der Wieden. Acudió a su amigo músico, también en dificultades económicas. El compositor siempre había escrito para la aristocracia, pero su última obra fue para el pueblo: las familias que acudían a ese teatro a las afueras de Viena, en el campo, para entretenerse con enredos divertidos. Por eso se trata de un Singspiel, comedia que, como la zarzuela, intercala diálogos hablados. El libreto parece un cuento de hadas, aunque podría entenderse como una jornada de iniciación a la masonería, sociedad secreta a la que pertenecían ambos creadores: de ahí sus pruebas, su lenguaje (sabiduría vs. sombras) y la mística del número tres (tres damas, tres virtudes, tres puertas). El texto en alemán contribuyó a su éxito: 100 funciones en un año, 200 en solo tres.

El autor de ‘Don Giovanni’ se encontraba muy enfermo –moriría meses después–, pero también en su plenitud musical. Aquí se atrevió a todo: mezcló personajes serios con otros cómicos como Papageno, números bufos con corales de misa o tremendas arias de coloratura propias del bel canto. Entre sus innovaciones, avanzó la técnica de los leitmotiv, incluyó esporádicos recitativos –poco habituales en la música alemana– y creó ambientes en la orquesta con combinaciones insólitas de instrumentos. Por ejemplo, la melodía de flauta sobre colchón de viento metal y timbales durante las pruebas del fuego y el agua. Asimismo, caracterizó a los personajes mediante el canto: Sarastro –arquetipo del Bien– con solemnes adagios de notas largas y graves. Su cara opuesta, la Reina de la Noche (incertidumbre, bajas pasiones), proyecta su furia en una melodía aguda, agitada y con florituras eléctricas. Y la simpleza de Papageno se traduce en tonadas casi infantiles, aunque deliciosas.

Hoy ‘La flauta mágica’ perdura gracias a su altura musical y a su mensaje humanista: concebida solo dos años después de la Revolución Francesa, en esencia predica el paso del caos al orden. Algunos pasajes resultan apolillados (al negro Monostatos se le considera siniestro por el color de su piel; los aristócratas ascienden, los proletarios se centran en el goce vulgar y la procreación), pero Mozart introdujo una nota de feminismo: Pamina guía al príncipe hacia la luz, al contrario que su propia sociedad (los «illuminati» no admitían a mujeres). Y aunque Papageno –un poco patán– renuncie al conocimiento elevado, también tiene derecho a la felicidad, y nos inspira ternura con su elogio de lo terrenal. En su canto a la comprensión, el genio de Salzburgo incluso hizo protagonista al instrumento que menos le agradaba: la flauta, para la cual solo había escrito dos conciertos, uno de ellos mera transcripción de otro de oboe.
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