Modelos

"Están desnudas y sujetas a unas cuerdas, como si estuvieran tendidas a secar, cabezonas y despeinadas como las locas"

Noemi Sabugal (texto) / Pablo J. Casal (foto)
07/09/2016
 Actualizado a 10/09/2019
Muñecas Barbie en el Rastro de Madrid. | PABLO J. CASAL
Muñecas Barbie en el Rastro de Madrid. | PABLO J. CASAL

Las hay negras y blancas, rubias y morenas. Todas con los ojos inertes y muy abiertos, con los desafiantes y pequeños pechos de plásticoy el culo sin rajita. Están desnudas y sujetas a unas cuerdas, como si estuvieran tendidas a secar, cabezonas y despeinadas como las locas, con esas piernas contrarias a toda proporción y la sonrisa congelada.


Las mira y se ríe.


Caen en su escote algunos restos del cruasán que acaba de comprar en una pastelería. Es un cruasán delicioso, blando como la espuma por dentro y con una delicada superficie dorada y brillante. Tenía los cuernitos bien tostados y es lo primero que ha desaparecido, de dos mordiscos. Ahora queda el vientre esponjoso, cubierto por el hojaldre perfecto, que cruje un poco con cada bocado.


Está disfrutando el cruasán y el día soleado. Y le ha puesto de buen humor ver a esas Barbies contra las cuerdas, temblorosas y vulnerables. Por su trabajo, conoce bien cómo son las Barbies, cómo ríen con fiereza, como hienas, y se burlan cuando creen que nadie las oye; conoce sus debilidades y sus manías; el tópico de la manzana y la infusión a media mañana para saciar el hambre y los consejitos de ensaladas riquísimas y que no engordan nada, pero nada de nada.


A las Barbies les encanta darle consejos, entre otras cosas.


Acaba el cruasán y retira con disimulo con los dientes los pequeños trozos de hojaldre dulce que se le han quedado en la punta de los dedos. Ve los restos en su escote y los sacude para que no entren en el desfiladero que crea su busto espléndido.


-¿Cuánto valen las muñecas? -pregunta por curiosidad al hombre que lleva el puesto.
-Quince euros -contesta el vendedor, un tipo con gorra y una enorme riñonera en la que guarda el dinero.


Y se la queda mirando, a esa mujer anti-Barbie preciosa, que parece un instrumento musical, sí, uno del que no recuerda el nombre, con esas caderas redondas y el pecho imponente en el que abisma la mirada.


-Pero se la rebajo si quiere -le dice.
-No, no se preocupe. Gracias.


La chica se aleja. Su larga melena llega hasta el trasero, que marea como un barco al vendedor.


Para qué quiere ella una Barbie, si todas son iguales. Si no tienen ni gracia ni chicha y ninguna logrará ser, como ella, la modelo de talla grande mejor pagada de Europa.




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