Con Chiches tienes que estar muy atento a la conversación —al margen de que siempre merece la pena— pues te salta de la cruda realidad a la ironía sin torcer el gesto ni dejar ninguna señal de su "vuelo". Mientras lamentas esos problemas de salud que le impiden permanecer de pie y debe sentarse "para resistir" lo remata con un "no voy al médico porque como ya sé cuando me sellan la tarjeta y me llaman para pintar en el otro lado, que ya tengo ganas, dicen que se está tan bien".
— ¿Cómo? — Es que yo ya sé cómo va esto. No ves que mi abuela fue algo bruja y curandera, pero de las buenas, de las de verdad, de las de las ventosas y esas cosas, que te dejaba como nuevo, no estos cantamañanas de ahora.
Una leve sonrisa te da una pista, pero él vuelve a la llamada de la sangre. Recuerda cuando trabajó, de todo, "hasta en los sondeos de petróleo que hicieron aquí en Valencia de Don Juan por los años sesenta"; y, por supuesto, en la cosa familiar. — ¿La cosa familiar? — Hojalateros. La maña para la escultura me viene del oficio y de la tradición familiar. Mi padre, y sus padres, y los padres de sus padres, habían sido hojalateros y yo mantuve la fidelidad al latón en la tienda de enmarcación que tuve en Valencia.
El mismo nos ha encaminado a un nuevo paso. El gusto por la escultura, el cobre y el latón, pues la figura de Chiches emergió aún más de manera pública cuando Santiago Nava, el creador del famoso edificio Centinela, colocó como remate unas cuantas obras de Chiches, especialmente el águila que corona un complejo mundo de pasarelas y buhardillas.
Otras muchas obras que guarda en su casa hablan de su pasión por el latón y el cobre, los muebles, los relojes de pared, una espectacular y trabajada custodia, aperos... lo que le pidas, pues es un verdadero maestro de ese arte. Lo que ocurre es que los problemas físicos de los que ya ha hablado le han llevado a dedicarle mucho más tiempo a su otra gran pasión, la pintura y, en los últimos tiempos, el collage: "Me entretiene mucho y me da muchas posibilidades; me permite pintar los fondos o el ambiente, después figuras que voy recortando y colocando, que las mueve... se me pasan las horas y no me entero".

— Pero ¿no habíamos quedado en que tienes problemas de rodillas, de espalda... y dices que se te pasan las horas y no te enteras? — Pues claro, ése es el problema, que me pongo a pintar, a hacer collages, y se me va la cabeza. Pasan las horas y no me entero y cuando me quiero dar cuenta... ya es tarde.
Cuenta Manuel Chiches que madruga y se pone a pintar hasta que aguanta el cuerpo. Se toma un descanso y nada más que puede vuelve otra vez a pintar de manera compulsiva. "Hoy como dijiste que venías he colocado un poco esto; pero si no tendríamos que ir saltando por encima de los cuadros que voy dejando por ahí..." — ¿Cuántos cuadros tendrás por aquí esparcidos? — Yo creo que habrá cerca de mil. Yo necesitaba una nave amplia para trabajar a gusto pero qué más da que quiera una nave...
— ¿Cómo fue lo de colaborar en el edificio Centinela con tus esculturas? — Me lo pidió Santiago (Nava) y me pareció bien porque es un lugar ante el que todo el mundo se para a observarlo y ahí lucen los trabajos. — ¿Y qué te parece Santiago? — Un fenómeno. Con cuatro como él no hace falta más gente que trabaje, lo hace todo él.
Manuel Chiches es lo que se llama un autodidacta —al margen de la técnica y maña adquiridas en la tradición familiar de hojalateros— y lo explica con la seriedad socarrona de su forma de ver la vida. — ¿Te fuiste a formar con algún maestro, a alguna escuela? Te mira por encima de las gafas, tarda en arrancar, sonríe y te lo explica: "Mira, yo nací en plena posguerra en Valderas, que no soy de Valencia de Don Juan, y era el hijo del hojalatero ¿A ti te parece que mi padre estaría pensando en mandarme a estudiar a la Facultad de Bellas Artes?" — Visto así. — Pues si sabes otra manera de verlo pues me lo dices; pero yo te cuento lo que era aquella vida, y los tiros aquellos que te ponían un regalo sobre algo y si acertabas a tirarlos pues te lo daban. Y orgulloso que estoy, que así saqué adelante a la familia, y aquí estamos, si no fuera por estas patonas. — ¿No puedes operarte? — Sí, cuando acabe la carrera de Bellas Artes...
Irrepetible. Muy grande. Un artista que sonríe, te mira por encima de las gafas y remata con su verdad: "Ven cuando quieras". "Que merece la pena", añado yo.