Las mentiras del abuelo Blas

José Ignacio García comenta el libro de Jose Ángel González Sainz, 'Volver al mundo'.

16/09/2023
 Actualizado a 16/09/2023
El autor José Ángel González Sainz. | EUROPA PRESS
El autor José Ángel González Sainz. | EUROPA PRESS

‘Volver al mundo’

José Ángel González Sainz

Editorial Anagrama

Colección Compactos (reedición 2023)

648 páginas

17,90 euros

Le escuchaba decir a mi abuelo Blas, con aquella fascinación inquebrantable que los niños de antaño sentíamos por esos abuelos sabios que apenas si conocían «las cuatro reglas», que mengano, zutano o perentano veía la paja en el ojo ajeno, pero no era capaz de ver la viga en el suyo propio. Y yo admiraba la erudición de mi abuelo, aunque no entendiera lo que significaba aquella sentencia, ni supiera que mi abuelo era un plagiador de tomo y lomo, que la había tomado de los evangelios con los que se nutríadon Modesto, el párroco del pueblo, para flagelarnos cada domingo desde el púlpito con unas homilías más largas y aburridas que un partido de fútbol sin goles.

Pero pasaron los tiempos, cada vez más deprisa, como dice entre sus páginas el autor de la novela que hoy traigo a colación. Y ahora entiendo y protagonizo esa sentencia bíblica que podría aplicarse tanto un creyente como cualquiera que, como yo, desertara hace años de las filas de los ejércitos católicos.

De vez en cuando se me suben los humos. Lo reconozco. Alguien pondera exageradamente mis criterios analíticos en materia literaria y me vengo arriba, suponiendo que estoy al tanto de cuanto se publica (de lo bueno y de la morralla que venden en los grandes supermercados). Pero luego me estampo frontalmente contra alguna evidencia humillante y retorno a la febril realidad de mi precaria capacidad en esa materia y en otras muchas.

En ese momento estoy ahora. Llevaba varios meses preparando un ciclo de conferencias en las que albergaría en una maleta –¿quién sería el cretino que dijo que el saber no ocupa lugar (ni pesa)– los libros que en los últimos años me han elegido como lector. Y estaba tan ufano con la nómina seleccionada, una especie de pleno al quince quinielístico, hasta que le pasé el listado a Alberto Marroquín, uno de los mejores periodistas culturales que conozco y que, desde las páginas de El Correo de Burgos, mantiene al día a sus paisanos de la vida literaria que atraca a orillas del Arlanzón. Alberto pinchó el globo y me bajó de la nube sin anestesias. En esta relación te falta una de las dos o tres mejores novelas que se han escrito en España en lo que va de siglo, me censuró. Y yo me hice aparentemente el longuis, pero tomé nota en mi cabeza de la recriminación.

La desazón mayor vino a la hora de buscar información sobre el autor y su obra. ¿Cómo era posible que me hubiera ocultado tras una viga que no me había dejado ver antes la figura de un premio Anagrama de novela y Castilla y León de las Letras de tal envergadura? Es que ha vivido muchos años en Italia, antes de regresar a Soria, traté de justificarme, aunque mi desolación era incapaz de encontrar consuelo porque, además, a esas alturas también había descubierto que J.A. González Sainz es un cuentista extraordinario y mi antología de cuentos del siglo XXI está huérfana de narradores numantinos.

Tenía que reparar el desaguisado, conseguir la novela, devorarla (porque a esas alturas ya sabía que me había elegido como lector) e incluirla en mi maleta de libros maravillosos. Pero fue ahí donde surgió el acantilado más escarpado. ‘Volver al mundo’ había visto la luz en 2003 –¿quién fue el cretino que dijo que veinte años no es nada?– y se había volatilizado. No fui capaz de conseguirla ni escribiendo directamente al autor ni suplicando a Anagrama que me buscara (aunque fuera) un ejemplar con telarañas traspapelado en las profundidades de un almacén. Sólo podían encontrarse algunos volúmenes en el mercado de segunda mano, a precios asequibles únicamente para un jeque saudí o para un ganador caprichoso del bote de Pasapalabra que contratase para conseguirlo al Lucas Corso que en su día creará Pérez Reverte y replicara en el celuloide Johnny Depp.

Sin embargo, tanto el autor como la editorial prendieron en mí un reguero de esperanza. Con motivo de su vigésimo aniversario, ‘Volver al mundo’ iba a reeditarse dentro de esa colección Compactos que tantas obras maestras de la literatura mundial acoge.

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Y así he conseguido (y desencuadernado de tanto usarlo) un ejemplar que me ha llegado como avanzadilla, antes de que la novela vuelva a las librerías a finales de este mes.

‘Volver al mundo’ es, sin lugar a duda, una de las novelas más importantes que he leído nunca. Su estructura es megalítica, impermeable, inaccesible para lectores amantes de la insustancialidad editorial que nos abruma. La historia mezcla la ficción y el más hondo pensamiento (de hecho, se confunde por momentos la narración con el ensayo político). Su prosa es densa y precisa, por más que a veces comparta escenario con expresiones coloquiales, con localismos o con dichos populares. Y eso sin dejar de lado el humor y un tono poético muy elevado.

Leer a González Sainz es como leer al mejor Delibes rural, al Chirbes marmóreo o al Benet más esplendoroso. El autor sitúa la trama en un Valle, con mayúsculas, rodeado de territorios sorianos reconocibles y reivindicados, y poblado por una pléyade de personajes llenos de luces y sombras, que ocultan misterios y desvelan secretos que se van desgranando poco a poco, tanto en el caso de los vivos como de los muertos, hasta alcanzar un desenlace que sólo desentrañaran los lectores –insisto en la dificultad y la exigencia de la lectura– que lleguen hasta el final, que interpreten los diálogos intercalados en la narración, que se compadezcan de Bertha –¿a quién amó en realidad esa mujer, en qué consistió su felicidad?–, que se fascinen con el anciano Anastasio, que se sientan deslumbrados por el ciego Julián (que veía las cosas con más claridad que nadie) o que incorporen a El Biércoles a su particular catálogo de robinsones memorables.

La novela es también un homenaje continuo a las palabras, a su significado, al uso –bueno, malo o torticero– que de ellas se hace. Sin olvidar que -y esta es una pista valiosa que el autor nos da desde el comienzo- son los hechos los que siempre llevan a la verdad.

Y, hablando de verdades, y regresando al recuerdo de mi abuelo paterno, él siempre decía que había tres tipos de mentiras: las pomposas, las piadosas y las comerciales. Cualquiera de ellas puede aplicarse en la actualidad al mercadeo editorial, a los autores ególatras, a los escritores ingenuos que no se merecen una crítica despiadada, y a los libros «fundamentales e imprescindibles» que surgen cada cuarto de hora para disolverse en el olvido con la facilidad con que se va el agua de fregar por un desagüe.

Después, sólo quedan los hechos y la verdad. Y las novelas que, como ‘Volver al mundo’, se reeditan veinte años después para hacer justicia a la auténtica literatura, la que vale su peso en oro. En la realidad y en las librerías de viejo.

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