Su formación fue clásica, con leyendas como Léo Staats, Madame Rousanne o Roland Petit. En 1960 fundó el prestigioso Ballet du XX Siècle en 1960 en Bruselas, del que se marchó en 1987 para crear el Ballet de Lausanne, baluarte del neoclasicismo europeo. Un rasgo constante con el que supo atraer a las masas fue su mirada abierta y multirracial: en sus compañías había (y hay) profesionales europeos, cubanos, africanos, eslavos… «Con él, los bailarines dejaron de parecer objetos decorativos, se mostraron como seres humanos llenos de fuerza y rebeldía», señalaba en un artículo Arantxa Aguirre, directora del documental ‘Dancing Beethoven’, que en 2018 alzó la Espiga de Plata en la Seminci y optó a los Goya.
Durante más de cuarenta años, el genio marsellés colaboró con la Ópera Nacional de París, a cuyo repertorio incorporó más de una veintena de títulos. Ahora, el ballet le rinde homenaje en el 15 aniversario de su muerte con un programa triple. Tres de sus trabajos esenciales, piezas abstractas, sin argumento, estructuradas a partir de a la música, siempre una prioridad para él. Como reza el programa de mano de Arianne Dollfus (periodista experta en danza y biógrafa de Nureyev), la coreografía sobresale «por su vigor atlético y por su imponente presencia masculina».

Su gusto por la gran escala –no olvidemos que llegó a adaptar la colosal ‘Novena’ de Beethoven– continúa en el ‘Bolero’ (1961, Bruselas), sobre la mítica partitura de Ravel (1928). Decenas de bailarines rodean una gran mesa roja y circular sobre la cual una solista (mujer u hombre) da rienda suelta a una danza voluptuosa y erótica. Mientras los embruja, ellos la van rodeando, ardientes de lujuria. El ambiente pretende imitar el de un tablao flamenco. Béjart trató de que la danza captase la transparencia y simplicidad de la música, una melodía obsesiva que se repite hasta la extenuación. Ni la armonía ni el ritmo se alteran: todo el desarrollo se basa en la dinámica, en un volumen que nunca deja de crecer, al añadirse más y más instrumentos hasta el éxtasis.
Entre medias, y en profundo contraste, ‘Le Chant du compagnon errant’ (Bruselas, 1971) es una pieza íntima, de gran lirismo, para solo dos bailarines masculinos. Al personaje principal –vestido de azul–, un soñador que parece perdido, lo sigue una figura enigmática, de rojo. Su interacción es un austero tira y afloja que desemboca en la muerte. El lenguaje de Béjart logra sus cotas más altas de sensualidad, perfección plástica y rigor, aparte de la modernidad que supuso el propio hecho de plantear un pas de deux entre hombres. En cuanto a la música, acudió a Mahler, en concreto a su ciclo de lieder ‘Canciones de un caminante’. «Pese a su aparente pesimismo» –anotó–, «canta a una angustia existencial de la que emerge la luz». Más adelante usaría la ‘Tercera Sinfonía en Ce que l’amour me dit’ (1974) y la ‘Quinta’en su ‘Adagietto’ (1981).