
Se abrió así una lucha sin cuartel contra la resistencia armada, con bandos en los que se prometía la libertad de quienes se habían echado al monte para librarse de una muerte segura, pero, asegura Serrano, «estas promesas luego se incumplieron. Los sublevados tuvieron claro desde un primer momento el peligro que representaban para sus retaguardias los miembros del XIV Cuerpo de Ejército Guerrillero y los huidos a título individual. Para solventar ese problema, la contrainsurgencia llevó a cabo una política planificada y de una violencia radical. Los victimarios del bando rebelde tenían garantizada la impunidad: no había límites de ningún tipo para exterminar a los del monte. En determinadas fases del conflilcto, la doctrina que funcionaba era aquella que defendía no hacer prisioneros con el único objetivo de liquidar a quienes impugnaban el régimen con las armas».
Recuerda Serrano que existe una repetida confusión con la respuesta del maquis a esta situación. «También los guerrilleros llevaron a cabo represalias contras los vencedores. Pero esta contrarrepresión partisana fue de baja intensidad como consecuencia de un conflicto armado asimétrico: un Estado y sus poderes (fuerzas de orden, Ejército, jueces, clero…) frente a guerrilleros aislados en sus montañas» y en contra de lo que se afirma a a veces «matar militares o guardias civiles no figuró en los códigos de los del monte; parece lógico pues el franquismo podía reemplazar sin problemas a los muertos e implementar al mismo tiempo medidas más violentas contra familiares y enlaces de los maquis».