Marcos Castro: "El temor a olvidar o la necesidad de recordar articula toda la obra"

El actor, dramaturgo, compositor e instrumentista leonés rinde un sentido homenaje a sus ancestros en el montaje ‘De soledades y alegrías, el tiempo descolorido’ que este viernes se estrena en el Auditorio

26/01/2024
 Actualizado a 26/01/2024
El leonés Marcos Castro escribe e interpreta en solitario este monólogo que hoy se estrena en el Auditorio.
El leonés Marcos Castro escribe e interpreta en solitario este monólogo que hoy se estrena en el Auditorio.

El actor, dramaturgo, compositor e instrumentista leonés Marcos Castro de la Puente se reencuentra con su público algo más de medio año después de la puesta de largo de su espectáculo poético-musical ‘La luna en mi retina’, que tuvo como marco especial el claustro de la iglesia de los capuchinos en la capital. Esta vez lo hace, de nuevo bajo el patrocinio de la Fundación Proconsi, en el Auditorio Ciudad de León, donde a las 20:30 horas con las localidades agotadas pondrá en escena su nuevo montaje ‘De soledades y alegrías, el tiempo descolorido’, que bajo la dirección de Asu Rivero aúna distintos lenguajes escénicos «para trabajar la temática de la memoria en profundidad e intentar conectar con las raíces de lo vivido». La música, como ya sucediera en ‘La luna en mi retina’, vuelve a jugar un papel importante en la función, y se trabaja de diferentes maneras: a través del sonido de la trompeta en directo a cargo del propio Marcos Castro y con grabaciones de guitarra clásica sobre piezas de Francisco Tárraga y una composición original del autor, ‘Suspiro’, donde han colaborado Luis Alain Basadre, el guitarrista Roberto Moroon y el técnico de sonido leonés Pablo Vega, en cuyos estudios se llevó a cabo la grabación.

 

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Marcos Castro estudió trompeta en el Conservatorio de León. 

Antes de entrar de lleno en la naturaleza de su proyecto más ambicioso hasta la fecha, Marcos Castro comenta que como dramaturgo lleva escritas varias obras, la mayoría de pequeño formato, y en un formato algo mayor la antes comentada ‘La luna en mi retina’ y ‘De soledades y alegrías, el tiempo descolorido’, «la primera obra de teatro escrita totalmente por mí, salvo los poemas de Antonio Machado de cuya selección también me hice cargo. En León es la segunda vez que llevo un montaje original», comenta Castro de la Puente, cuyos estudios universitarios se orientaron en un primer momento hacia la Ingeniería Informática en la ULE, donde reconoce «no terminaba de encontrarme conmigo mismo, no estaba satisfecho con lo que estaba haciendo y sentía la necesidad de buscarme en otro sector o en algo que representase más lo que quiero ser o lo que pretendo ser», argumenta el leonés, que decidió seguir el camino del arte, que no le era ajeno porque en su adolescencia había estudiado trompeta en el Conservatorio de León y batería en la Escuela Municipal de Música. «Sí que había estado relacionado con el arte pero no con la interpretación, que era algo que me llamaba la atención desde pequeño y me dije a mí mismo por qué no intentarlo, por qué no probar, por lo que me fui a Madrid con 19 años y ahí empecé a estudiar interpretación, primero en la Central de Cine, más enfocado a la cámara, después en la Escuela de Teatro Cuarta Pared, donde hice los tres años de formación, que pude complementar con unos cursos intensivos con Jorge Eines y José Sanchis Sinisterra a nivel de dramaturgia».


Todo este bagaje formativo ha tenido una gran utilidad a la hora de dar el salto a la creación, que reconoce no es algo que estuviera planeado. «Durante mi formación nos mandaban estudiar muchas obras. Además, siempre me ha gustado leer y escribir pequeñas reflexiones. También, desde el mundo de la música, había compuesto algunas canciones. Pero fue gracias a la Cuarta Pared, que tienen una parte de su formación muy focalizada en la creación escénica, en darle las herramientas al actor para ser también un creador y que no quede delimitado en ser simplemente un intérprete», recuerda Marcos, que conectó muy bien con esa parte de la formación hasta descubrir que esa era la manera que quería desarrollarse como artista, a lo que sin duda contribuyó el curso de creador escénico realizado con la compañía Titzina de Teatro de la Abadía, sin olvidar la lectura de las obras de los grandes autores, «que es la mejor manera de aprender». 

 

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 La tecnología también está presente en un montaje como ‘De soledades y alegrías, el tiempo descolorido’.

Siendo ‘De soledades y alegrías, el tiempo descolorido’ un proyecto muy personal de Marcos Castro, el trabajo de dirección ha preferido delegarlo en un tercero, como es el caso de la directora Asu Rivero. «Me he querido separar de la dirección porque, como en su día me comentó Sanchis, uno no puede pretender abarcar todo porque lo viciamos o nos volvemos locos. Si haces la dramaturgia y diriges, pues mejor no actúes, y si actúas y diriges que no sea tu propia dramaturgia. Siempre tiene que haber una pata con una visión externa para suplir las carencias que tenemos nosotros mismos. En mi caso la dirección no me llama para ejercerla, creo que hay que tener mucha paciencia y hay que saber muy bien también cómo dirigir a otras personas. En este caso confié en Asu Rivero, que es una directora fantástica. Yo la conocí como profesora en la Cuarta Pared y desde el primer momento que contacté con ella para hablarle del proyecto me ha guiado de una forma maravillosa, porque ha sabido encontrar ese punto y ejercer de balanza entre la cabeza del Marcos dramaturgo, escritor, y la cabeza del Marcos intérprete, actor. Y ella ahí en medio para dar su propia visión y para descubrir qué aspectos les tengo que dar más importancia y cuáles menos. Ha sido fundamental en este proceso».


Siendo Marcos Castro una persona aún joven, llama la atención el hecho de que en ‘De soledades y alegrías, el tiempo descolorido’ se adentre en el territorio de la memoria, la experiencia vivida, la soledad, el dolor, la nostalgia. «Yo la verdad suelo ser una persona que le da muchas vueltas a las cosas, digamos que me hundo mucho en mi propio pensamiento. En el año 2020, con unos meses de diferencia, se produjeron las muertes de mis abuelos. Primero de mi abuelo y luego de mi abuela paterna. Y fue una época muy difícil para todo el mundo, pero luego también el duelo y la pérdida para mí fue una experiencia muy dura. Entonces empecé a analizar cómo me encontraba yo y qué me estaba pasando. Y descubrí que uno de los factores más importantes que yo sentía y que me estaban afectando era el temor a olvidar o la necesidad de recordar, según cómo lo quieras ver. Pero, en definitiva, era una necesidad por mantenerles conmigo, porque sigan formando parte de mí, por no querer olvidar lo que yo había sido con ellos, lo que me llevó a adentrarme en este mundo que supone la memoria, que supone el recuerdo para mí y para las personas. A partir de ahí empecé a construir la obra desde el recuerdo y desde lo que entendí también que era yo mismo, todo un compendio de momentos vividos, de momentos sentidos que me habían llevado a ser como era. Ha sido todo un camino de ir desgranando distintas fases en mi vida y distintos recuerdos, así como un viaje por la memoria», argumenta Castro. 


Para su propuesta el creador leonés se ha servido de diferentes lenguajes, el propiamente escénico, pero también el poético, el musical y el audiovisual. «Entiendo el teatro como forma de expresión, como arte y por tanto como comunicación entre las personas, como vínculo de emoción, de reflexión, de crítica. Actualmente tenemos una gran disponibilidad de medios y tenemos la capacidad de hacer del arte un espacio multidisciplinar. Yo sí que entiendo que tenemos que aprovechar los recursos que tengamos o poner todos los recursos de los que disponemos al servicio de la escena. En mi caso es la música, la poesía, también la tecnología porque vivimos inmersos en ella y estamos en una época digital. Al hacerlo multidisciplinar estás dando una mayor oportunidad a que las distintas personas accedan a la obra. El arte es otra cosa, pero sí que entiendo el teatro de esta manera, en cuanto que tenemos que aprovechar todo lo que está en nuestras manos», concluye el autor.

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