Madama Butterfly, un pergamino que flota en el lago

El festival de Bregenz acoge por primera vez en 70 años la ópera japonesa de Puccini. Cines Van Gogh exhibe este jueves un montaje muy pictórico dirigido por Andreas Homoki

Javier Heras
26/10/2023
 Actualizado a 26/10/2023
Un momento del montaje de la ópera de Puccini ‘Madama Butterfly’. | KARL FORSTER- FESTIVAL DE BREGENZ
Un momento del montaje de la ópera de Puccini ‘Madama Butterfly’. | KARL FORSTER- FESTIVAL DE BREGENZ

Cada verano desde 1946, cientos de miles de melómanos de todo el mundo se trasladan a la frontera entre Austria y Suiza. Allí tiene lugar el Festival de Bregenz, con su escenario flotante sobre las aguas del lago Constanza y sus producciones monumentales. Nunca en su Historia había acogido ‘Madama Butterfly’, una deuda que se saldó en 2022. El decorado consiste en una gigantesca hoja de papel (de más de 30 metros de ancho, 25 de alto en su punto más elevado y 300 toneladas de peso), un pergamino japonés en cuyas ondulaciones se sitúan los personajes. Como explica el escenógrafo canadiense Michael Levine (1961), representa una antigua pintura nipona: «Su delicada belleza, arrojada al lago, viene a ser lo que sucede en el argumento»; lo que hace el militar Pinkerton con la geisha Cio-Cio-San: usarla y tirarla. Embaucarla y, después de dejarla embarazada, marcharse sin remordimientos.

Detrás del montaje –que proyectará Cines Van Gogh este jueves a las 20:00 h– se encuentra el alemán Andreas Homoki (1960). Responsable de la prestigiosa Ópera de Zúrich desde 2012 (previo paso por la Ópera Cómica de Berlín), acaba de triunfar con su ambicioso ‘Anillo’ de Wagner. Según la crítica, su mayor acierto ha sido renunciar al realismo estricto y buscar un enfoque más fantástico. Los protagonistas, caracterizados con vestuario y maquillaje propios del teatro Kabuki, se mueven con coreografías estilizadas. Sin aspirar al rigor histórico, demuestra enorme respeto a su cultura, tanto en la iluminación como en la presencia de los espíritus ancestrales (Hotoke-sama) y en el vestuario, colorido y elegante. Lo firma Antony McDonald, que en vez de prestar atención a los detalles (inapreciables desde la distancia), se concentró en las siluetas y en diferenciar a cada personaje. Aunque en Bregenz todas las producciones tienden a lo épico, siempre condicionadas por su escala, el equipo logra algo poco frecuente aquí: la sutileza y la intimidad. 

En el elenco sobresale Annalisa Stroppa (Brescia, 1980) como la criada Suzuki. La soprano uzbeka Barno Ismatullaeva afronta el rol titular. La Sinfónica de Viena está a cargo del italiano de origen español Enrique Mazzola. Especialista en bel canto y en el repertorio francés, en la actualidad dirige la Lyric Opera de Chicago. En este festival debutó en 2016, y desde 2022 es director residente. Destaca su dominio de la sonoridad y las cadencias.

Esta obra maestra nunca habría existido sin un viaje de por medio. Pero no fue a Japón, sino a Londres. En junio de 1900, Puccini acudió a la capital inglesa y vio, en el West End, una obra de teatro en un solo acto del estadounidense David Belasco. El músico no hablaba ni entendía inglés, pero se quedó fascinado con su desarrollo directo y rápido, con el choque de culturas y, ante todo, con la heroína trágica: Cio-Cio San, esa ingenua geisha que se aferra a los recuerdos de un breve idilio. Y que, llegada la hora de la verdad, asume su destino y se sacrifica. El suicidio y la vigilia previa fueron las escenas que le hicieron decidirse a pedir los derechos: intuía enormes posibilidades musicales.

Por tercera y última vez, colaboró con los prestigiosos libretistas Illica y Giacosa (‘La Bohème’, ‘Tosca’), que le entregaron un texto magnífico, redondo, lleno de lirismo, aunque atípico por su acción escasa y su única protagonista. Él lo elevó con una partitura sublime, en la que se suceden las melodías sensuales: el dúo de amor, el dúo de las flores, la desgarradora ‘Un bel dì vedremo’. Mientras, la orquesta, muy refinada, sostiene la estructura mediante una red de ‘leitmotive’ y emula el sonido de Japón. Lo logra mediante citas literales del folclore (una docena de ellas, del himno imperial a la canción ‘Takai-Yama’), el uso de la escala pentatónica y de instrumentos tradicionales como el gong o las campanas tubulares. El conjunto es tan fluido que ni los expertos distinguen lo original de lo inventado. Y todo eso sin haber pisado Asia jamás.

‘Madama Butterfly’ vio la luz en 1904 en La Scala. Fue un fracaso, el único de la meteórica trayectoria del genio de Lucca. Algunas hipótesis apuntan a que no hubo suficientes ensayos, a que la prensa se la tenía guardada (porque su editor había prohibido entrevistas) e incluso a un complot de sus detractores. De todos modos, el compositor consideró que la duración del segundo acto no ayudaba. Y, comprometido con su obra «más sentida y sugerente», la dividió en dos y añadió un aria para el tenor. Esta nueva versión triunfó y pronto se convirtió en un clásico.

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