Esa factoría de novedades, sorpresas y literatura que es Factor Espacio San Feliz, la Casona y todo lo que se mueve alrededor albergaba ayer una grata sorpresa con la presencia de uno de los grandes de la literatura actual, el asturiano, de Cenera, Fulgencio Argüelles, que participaba en el ciclo ‘Humo en los ojos’, en referencia a la mirada posterior a los terribles incendios que acabamos de padecer. Argüelles habló de literatura, de esperanza (o desesperanza) y de paisaje, ese que han calcinado, sobre el que ofrecía una definición clara: "El paisaje es un personaje más. Claro que la naturaleza hay que cuidarla. Sin ella no somos nada". Lo decía quien ha regresado a él pues después de salir de Cenera y estudiar la carrera de Psicología en Madrid ha regresado a su tierra y desde hace veinte años, además de escribir, trabaja por la cultura en el mundo rural desde la asociación cultural Serondaya, que concede unos premios anuales muy valorados en el Principado y que en su última edición reconoció el trabajo de Héctor Escobar en San Feliz.
Le dio gran importancia a este tipo de iniciativas en el mundo rural pues, cuando le preguntaron qué les diría a nuestros dirigentes políticos sobre cómo afrontar problemas como los recientes incendios, la despoblación... fue tajante: "No les diría nada porque no lo van a escuchar. La vanidad les envuelve, la ignorancia les anula. Solo creo en la cultura y la esperanza está en pequeñas asociaciones culturales, en espacios como este de San Feliz. Hay que seguir trabajando en esa línea, al menos yo voy a hacerlo".
Tampoco se mostró el escritor asturiano muy partidario de ese tópico tan repetido en los últimos años de la España Vacía o la España Vaciada. "No me gusta nada la expresión que, además, me parece un insulto para los que vivimos en ella; es como una anulación pues esa España no está vacía, si en un pueblo viven 15 personas decir que está vacío es insultarlas, olvidarlas, un desprecio a su presencia allí".
La literatura, especialmente su última novela, de fuerte contenido autobiográfico —El desván de las musas dormidas—, protagonizó buena parte de su charla con Héctor Escobar. Tal vez se pueda entender mejor la obra sabiendo por dónde van los gustos literarios de Fulgencio Argüelles, por otra parte muy leoneses: "El lacianiego Luis Mateo Díez es el mejor escritor vivo. Es mi escritor de referencia, un verdadero maestro. He tenido la suerte de conocerlo, de compartir con él charlas de literatura y me decía algo que comparto: ‘Fulgencio somos escritores de la tierra, lo que hacemos es la literatura de la tierra, estemos donde estemos somos escritores de la tierra, de la memoria".
Y recordó Argüelles, hablando de la memoria, una obra de Luis Mateo Díez, ‘Días del desván’, en el que el desván es la metáfora de la memoria. "Todos tenemos un desván, todos guardamos en él muchos secretos y, voy a hablar ahora como psicólogo, estoy convencido de que la solución de muchos problemas mentales está en el desván, en abrirlo, en la introspección. Mirar en el desván es una fuente de inspiración pero la introspección es muy complicada; a los jóvenes, y no tan jóvenes, les cuesta muchísimo la introspección, repiten con frecuencia ‘me aburro’; en definitiva, no sabemos vivir con nosotros mismos".
Y en ese desván de la memoria vivían muchos de los materiales que Argüelles llevó a la novela, El desván de las musas dormidas. "Había en él mucho material, porque mi padre, por ejemplo, fue un personaje realmente singular. Recuerdo que tendría seis o siete años y subí al desván a buscar algo que me había pedido mi madre y encontré envueltas en un cordel 32 matrículas de honor que había sacado en sus estudios; en materias como el arameo, en francés, geografía... y yo le conocía en su profesión, la de minero. Fui sabiendo que había estado 11 años en el Seminario, que era un alumno brillante y le desahuciaron porque le daban espasmos, probablemente ataques epilépticos y decidieron que no estaba capacitado para actividades intelectuales. Regresó al pueblo y entró primero en la Renfe y después en la mina; pero, por ejemplo, dominaba perfectamente el latín, daba clases a los estudiantes del pueblo y tenía más alumnos que el maestro oficial, por lo que le denunció. En definitiva estaba en un lugar equivocado, vivía en un permanente desquiciamiento interior, hacía obras de teatro con todos los vecinos del pueblo". Y señala Argüelles como "con mis recuerdos, los de mi padre y los de mi pueblo construí la atmósfera de la novela, pero ficcionando mucho, haciendo un personaje con recuerdos de varios. Seguramente el más real es mi padre, pero, insisto, es literatura, es una novela. De hecho, las escenas que más me gustan son las que menos se parecen a la realidad, por eso es una novela", concluyó Fulgencio Argüelles.