Los personajes del tío Ful: Antonio, vende y repara máquinas de coser

Fue vendedor y reparador ambulante de máquinas de coser por toda la provincia;solo para la casa Sigma llegaron a ser 28 empleados en León;ahora lo va a dejar él y no queda nadie

Fulgencio Fernández y Laura Pastoriza
10/09/2022
 Actualizado a 11/09/2022
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Extraña ver por las carreteras una furgoneta rotulada con ‘Se reparan máquinas de coser’. Y el dueño de la furgoneta, Antonio Domínguez, te confirma que es muy extraño ver anuncios como el suyo pues «soy el último», explica para añadir, «y ya estoy en la recta de salida; es decir, que cuando lo deje yo ya nadie se dedicará a este oficio».

- ¿Y erais muchos en los buenos tiempos?
- Te diré, en los años setenta y principios de los ochenta, solo para la casa que trabajaba yo —«Sigma, que es vasca»— éramos 28 repartidos por toda la provincia pues éramos los únicos ambulantes.

- ¿Y las otras casas?
- Vendían en tienda. Nosotros íbamos pueblo por pueblo y casa por casa, ofreciendo las máquinas y, por descontado, también el servicio de mantenimiento y reparación, que había que saber, tener piezas y desplazarse.

- ¿Cuánto costaban aquellas máquinas de coser de los setenta y los ochenta.
- El precio habitual era alrededor de 24.000 pesetas, que ya era dinero para entonces.

Pero recuerda Antonio Domínguez que eran los tiempos de las famosas letras. «Dábamos bastantes facilidades, poníamos las máquinas a 24 e incluso a 36 letras de lo que correspondieran y la gente las podía ir pagando».

- ¿Y nadie pagaba por banco?
- Nadie. Era todo entre el cliente y la casa, se les iba a ver y se cobraba en mano.

- ¿No había pufos?
- Nada, la gente de esta provincia era buena pagadora, creo que había como un 2% de devoluciones y lo acababan pagando.

Recuerda Antonio la importante flota de vehículos que recorría la provincia y hasta una anécdota relacionada con aquellos años del plomo. «Eran furgonetas matrícula de San Sebastián, Bilbao y Vitoria y ETA estaba pegando muy fuerte, por lo que nos paraban con frecuencia y nos miraban de arriba a abajo».

Pero los nuevos tiempos están arrinconando al oficio aunque, recuerda, «con la pandemia muchas abuelinas sacaron la máquina para hacer mascarillas».
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