'Los paisajes españoles de Picasso' con letra de Julio Llamazares, entre otros

Cecilia Orueta evoca los paisajes del pintor en un libro de fotografías con textos del escritor leonés, entre otros como Manuel Rivas o Eduardo Mendoza

Ical
09/09/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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La fotógrafa madrileña Cecilia Orueta ha dedicado los últimos tres años a investigar la huella que dejaron en la vida y en la obra de un joven Pablo Picasso sus estancias en distintas localidades españolas. Fruto de su trabajo, estos días ve la luz ‘Los paisajes españoles de Picasso’ (Nórdica Libros, 25 euros), donde sus fotografías aparecen acompañadas por textos inéditos de su marido, el escritor leonés Julio Llamazares, Rafael Inglada, Manuel Rivas, Eduardo Mendoza, Jèssica Jaques y Eduard Vallès.

“El libro es un trabajo fotográfico, una revisitación o reinterpretación de los seis paisajes españoles que marcaron la vida y la obra de Picasso: Málaga, donde nació, Coruña, donde empezó a pintar e hizo su primera exposición y vivió los primeros años de la adolescencia y de la juventud con su familia, pues su padre era profesor de Dibujo y fue destinado allí; luego Madrid, donde vino a estudiar a la Academia de Bellas Artes, aunque le interesó mucho más la bohemia del Madrid de finales del siglo XIX y principios del XX; Barcelona, donde hizo gran parte de su obra española; y las dos temporadas que pasó en Horta de San Juan, donde pintó su primer cuadro cubista (la montaña de Horta) y Gósol”, subraya Llamazares en declaraciones a Ical.

A su juicio, “Picasso fue el pintor que rompió definitivamente con los cánones ortodoxos del dibujo y de la pintura”. “Precisamente porque dibujaba y pintaba muy bien fue más allá y rompió con el academicismo como han hecho muchos pintores a lo largo de la historia”, subraya. Según explica el autor de ‘La lluvia amarilla’, el pintor malagueño siempre ha despertado su interés, ya que, a su juicio, “no hay un solo español con cierto interés por el arte y con cierta sensibilidad a quien Picasso le resulte indiferente”. “Es el gran pintor contemporáneo, no solo español sino universal”, sentencia.

El volumen, según reconoce Cecilia Orueta, “tiene mucho trabajo detrás, no solo fotográfico, sino también de investigación fotográfica”. Para descubrir cómo eran los sitios y los lugares en aquella época se ha documentado a través de fotografías en blanco y negro de cada lugar donde vivió el genio malagueño, y elaboró un exhaustivo catálogo con todas las obras que Picasso pintó en cada uno de esos lugares, intentando después reproducir o evocar aquellas imágenes a través de sus fotografías, y proponiendo lo que Llamazares califica como “una introspección en los paisajes y en los elementos que luego aparecen en la obra de Picasso”. “Aunque no hemos podido reproducir los cuadros junto a las fotografías, diría que al menos el 80 por ciento de las fotografías tienen su cuadro correspondiente”, explica.

La obra y la vida


En el reparto de espacios, Rafael Inglada escribe sobre ‘Málaga, el sol de la infancia’; Manuel Rivas lo hace sobre ‘A Coruña, las tempestades de la adolescencia’; Julio Llamazares se centra en ‘Madrid, la bohemia’; Eduard Vallès relata el paso del pintor por ‘Horta de San Juan, la montaña cubista’; Eduardo Mendoza escribe sobre ‘Barcelona, la luz del Mediterráneo’ y Jèssica Jaques lo hace sobre ‘Gósol, el sueño de los Pirineos’.

Picasso vivió en Madrid apenas un año, entre 1897 y 1898. “Llegó allí enviado por su padre y con la financiación de un tío suyo a estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, pero al final se quedó un poco decepcionado del academicismo y se empezó a interesar más por conocer la vida de las calles de la ciudad, de la bohemia, de los prostíbulos, del parque del Retiro… Siempre declaró que su gran escuela de pintura fue el Museo del Prado, donde se quedaba horas y horas viendo pintar a los copistas de los cuadros clásicos que atesora”, explica Llamazares.

En su texto, reflexiona sobre la soledad que acompañó a Picasso en su temprana aventura madrileña, sin apenas amigos y desencantado por la rigidez de la Academia donde debía realizar sus estudios. “Él en Madrid no estuvo a gusto, por lo que he leído. Fue mucho más feliz en Barcelona o por supuesto en Málaga, donde vivió de niño y donde conoció la luz del Mediterráneo, el sol de la infancia del que hablaba Machado. Cuando estuvo en Madrid era muy joven, por primera vez había dejado a la familia y fue una época no muy larga pero sí determinante en su vida y sobre todo en su evolución como pintor. Allí empezó a plantearse muchas cuestiones en el Retiro, en las calles del viejo Madrid, en los cafés y fundamentalmente en el Museo del Prado, donde recibió sus mejores clases de pintura, que le marcarían para toda su vida”, señala.
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