Los otros y yo

La Nueva Crónica inicia este martes un nuevo serial que a lo largo de veintiséis semanas tendrá en el paso del tiempo su eje central y a León como marco principal

José Javier Carrasco
03/01/2022
 Actualizado a 03/01/2022
Logotipo de la mítica serie '¿Es usted el asesino?'.
Logotipo de la mítica serie '¿Es usted el asesino?'.
Para Sartre el infierno eran los otros. Al elegir encabezar esta nueva serie de veintiséis artículos, que publicará La Nueva Crónica semanalmente los martes, entre enero y junio de este año, con el título de ‘Los otros y yo’ no era exactamente la afirmación del autor francés lo que determinó esa elección, aunque en ocasiones los otros pueden convertirse en un verdadero infierno y no solo metafísico, existencial, sino una amenaza a nuestra integridad, a nuestra simple supervivencia. ¿Qué fueron si no los traficantes de esclavos para un buen número de africanos, los nazis para los judíos o tantos otros ejemplos a lo largo de la historia? No, los «otros» en mis artículos no están revestidos de ese carácter negativo excluyente. Incluso, nombres como Arias Navarro o los artífices de productos de la ideología dominante en mi escolarización  como la ‘Enciclopedia Álvarez’ son contemplados con el distanciamiento que permite los años transcurridos. Se dice que el tiempo todo lo cura, y aunque a muchos pueda parecerles una proposición vacía, pues hay daños causados difíciles de olvidar, ‘Los otros y yo’, son artículos en los que me asomo al paso del tiempo con un ánimo esencialmente conciliador, con el espíritu de quien está dispuesto a extraer una enseñanza de lo vivido, ese sentido inclusivo de lo inmediato, su factor de cambio, de mejora. Los temas abordados no tienen como en las anteriores colaboraciones un denominador común –lo artístico en ‘Trazos’, lo literario en ‘Rasgos’– que los englobe a no ser ese «yo», que los vive e interpreta como hilo conductor, y  el que todos están vinculados con León, la ciudad, la provincia, cuestiones o personas relacionadas con ambas. No pretendo ningún protagonismo, sino trasladar algunas experiencias enmarcadas en un tiempo y escenarios que algunos han vivido y otros podrán reconocer, a pesar de que muchos de esos escenarios y personas son solo ya recuerdo, por las referencias ofrecidas por mí y por  otros artículos y libros de distintos autores, con la finalidad de dar un contenido más humano a la exposición de unos datos que podría quedar como un simple ejercicio de documentación. Experiencias que intentan, como he dicho más arriba, sumarse a un acontecer común, de otros muchos que cuentan con mi misma edad, nacidos en los años cincuenta, en el comienzo del desarrollismo, aunque aún tardaríamos unos cuantos años en sentarnos ante un televisor y sentir nuestra espina dorsal recorrida por una sacudida al ver series como ‘¿Es usted el asesino?’ de Ibáñez Menta. Acontecer común que dejaría atrás una vida pautada por la más extrema uniformidad. Ruptura que daría paso, con la muerte de Franco, a otra sociedad menos rigurosa y paranoica, más lúdica –la del concurso ‘Un, dos, tres ... responda otra vez’ de Ibáñez Serrador, hijo del anterior, en un nuevo formato que coincide con la llegada de los socialistas al poder– , también  más igualitaria, aunque puede que no todo lo deseable. Toda esa transformación queda reflejada de algún modo en esta serie de veintiséis artículos, que incluyen como novedad formal el que trece de ellos son de seiscientas palabras y otros trece de quinientas, dispuestos en una serie de tres, uno de seiscientas acompañado por dos de quinientas, así hasta agotar los de quinientas y dar paso a una serie final de seis artículos de seiscientas palabras.  Como un código que en números romanos quedaría así: DC D D, DC D D, DC D D ... DC, DC, DC, DC, DC, DC. Una llamada lanzada en código morse desde un telégrafo imaginario que espera la respuesta cómplice de los lectores – .. – . – ./   – ../ – ../ ( y así hasta completar el mensaje).

Sirva como despedida de esta presentación un fragmento de ‘El camino’ de Miguel Delibes que resume bien la intención que nos debe guiar en nuestras elecciones éticas en un tiempo de incertidumbres, cuando sintamos dudas, algo que nos ayude a  disculpar lo buenamente disculpable:
«En cierto modo, la conciencia del Mochuelo estaba tranquila. Las manías de la Guindilla mayor se le habían contagiado en las últimas semanas. Por la mañana había preguntado a don José, el cura, que era un gran santo:
-Señor cura, ¿es pecado robar manzanas a un rico?
Don José había meditado un momento antes de clavar sus ojillos, como puntas de alfileres en él:
-Según, hijo. Si el robado es muy rico, muy rico y el ladrón está en caso de extremada necesidad y coge una manzana para no morir de hambre, Dios es comprensivo y misericordioso y sabrá disculparle».

Seguro que don Julio, el antiguo párroco de Santa Ana, al que me refiero en uno de los artículos, daba por buenas estas palabras, aunque sus ojos no eran puntas de alfileres sino más bien tachuelas de arcón.  Un arcón –arcón o baúl tanto da–  como el que guardaba el cuaderno del abate José María Lumajo con la localización de la fuente de la eterna juventud, en el libro recomendable de Luis Mateo Díez ‘La fuente de la edad’. La eterna juventud o la alquimia espiritual de sentirse siempre joven. Escribiendo, puede ser una de las maneras, y leyendo, otra no muy diferente, de lograrlo.
Lo más leído