Escribo esto al salir del concierto de Paco Ibáñez (1934), quien a sus ochenta y siete años ha sabido emocionar a un auditorio repleto de público con sus canciones de poetas: Blas de Otero, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Quevedo o Goytisolo, autores que en su música y en su voz han vuelto a vivir de nuevo.

Hubo momentos raros y fascinantes en su actuación, instantes en los que se tuvo la impresión de viajar a un pasado apasionante y fantasmal, como si en medio del concierto naciese una sesión de las de antes y todos los presentes nos creyésemos de verdad que Franco no hubiera muerto hace más de cuarenta años sino que aún estaba vivo y que contra él podríamos vivir muy unidos y con mucha ilusión.
En España se produjo un fenómeno muy peculiar en la transición en el que se polarizaron los conceptos de lo nuevo y de lo viejo, uno absorbió la aurora de la democracia y otro el ocaso del régimen franquista. Todas las personalidades que cobraron notoriedad entonces han quedado fuertemente ligadas en la sensibilidad colectiva a la idea de juventud, hasta el punto de que nos resulta muy extraño que estas personas envejezcan, que Paco Ibáñez tenga ya ochenta y siete años, que aquellos jóvenes sean los nuevos viejos.